El presidente Andrés Manuel López Obrador hizo el pasado sábado, en el Castillo de Chapultepec, ante representantes de América Latina y el Caribe, la propuesta más audaz y de mayor alcance y vuelo político que haya hecho cualquier estadista de la región, en los dos siglos de vida independiente de los países latinoamericanos.
El Libertador Simón Bolívar promovió en 1826 el primero de una serie de intentos de confederación latinoamericana que tuvieron lugar durante el siglo XIX, y que resultaron infructuosos: el congreso de Lima (1847-1848), el de Santiago de Chile (1856-1857), y un segundo congreso de Lima (1864-1865). Los intereses de Estados Unidos jugaron en esos fracasos y en 1890 EU impulsó la creación de la Unión Panamericana, bajo su control, que terminaría convirtiéndose en 1948 en la OEA, ministerio gringo de colonias a su servicio. Buscando alejarse de ese dominio, destacan la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (Alalc), la Asociación Latinoamericana de Integración (Aladi), el Sistema Latinoamericano y del Caribe (SELA), la Comunidad Andina de Naciones (CAN) y el Mercado Común del Sur. Ya en este siglo, sobresalen los intentos subregionales como la Asociación Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA, 2004), la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur, 2008) y de mayor alcance la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac, 2010).
AMLO ha hecho una propuesta arrojada y ambiciosa, apoyándose en una visión de estadista con ningún otro interés que el bienestar efectivo de los pueblos latinoamericanos. Su enorme valor proviene de su carácter ajeno a intereses económicos o empresariales. Una propuesta de integración, incluido EU, aglutinando los anhelos de desarrollo real de la población latinoamericana. Con más de 20 millones de kilómetros cuadrados y más de 650 millones de habitantes y una gigantesca riqueza natural, una América Latina unida puede ser una fuerza incalculable, difícil de imaginar. Unida, en primer lugar, para acordar conjuntamente los términos y vías de desarrollo con la potencia del norte. No para jugar a las vencidas, sino para transitar vías efectivas de justicia social para todos. Son indispensables mentes abiertas para caer en cuenta que el desarrollo y la justicia social para todos, a todos favorece. Pero debe cuidarse con inteligencia la naturaleza, de la que todos formamos parte.
En los años 1930 el centro-sur y gran parte del sureste de EU guardaba una enorme distancia de desarrollo con el suroeste y mucho más con el norte industrial de ese país. A partir de la presidencia de Franklin D. Roosevelt, y en el marco de la profunda recesión originada en el crac de 1929, el gobierno produjo un gran impulso sostenido de desarrollo y borró esas distancias. Infraestructuras, viviendas, educación, salud cerraron las grandes brechas por toda la unión. La atrasada España habría de dar un salto fenomenal al incorporarse a la Unión Europea. Corea del Sur en los años 1950 tenía un PIB per cápita inferior al de México; hoy más que duplica el PIB per capita de México. Hay muchos más ejemplos de desarrollo, en todos los casos resultado de un esfuerzo social dirigido por sus gobiernos, no por el mercado.
La propuesta de AMLO representa una tarea titánica, un esfuerzo de concertación sin precedente, y una voluntad sostenida por décadas. El desarrollo es producto de una conjunción de factores cuyo resultado admite perfectamente el concepto de autopoiesis que definió para los seres vivos el biólogo chileno Humberto Maturana: una organización sistémica en la forma de redes cerradas de autoproducción de los componentes que las constituyen. Las “redes cerradas” pueden abarcar un continente. La organización es resultado de una intención planeada y sostenida en el tiempo, que es imposible al margen de las sociedades, porque ocurre en ellas mismas, o no ocurre.
AMLO dijo con razón evidente: “Es ya inaceptable la política de los últimos dos siglos, caracterizada por invasiones para poner o quitar gobernantes al antojo de la superpotencia; digamos adiós a las imposiciones, las injerencias, las sanciones, las exclusiones y los bloqueos…; se trata de un asunto complejo que requiere de una nueva visión política y económica: la propuesta es, ni más ni menos, que construir algo semejante a la Unión Europea, pero apegado a nuestra historia, a nuestra realidad y a nuestras identidades”. Habrá muchos expectantes por el mundo.
Doce arcaicas tribus griegas realizaron una “fundación conjunta” de lo que sería la primera liga anfictiónica, originalmente religiosa. Serviría más tarde para mirar y atender sus asuntos comunes. La anfictionía es una idea antigua, que proviene de la organización de comunidades aún más antiguas. La era moderna creo al individuo (supuestamente) autónomo, y la anfictionía fue olvidada. Hoy es posible plantearse una empresa de asociación de la dimensión que ha propuesto el Presidente, porque existen los motivos y las posibilidades para realizarla.