Durante los meses de julio y agosto, en verano, los habitantes de los países de Europa toman sus vacaciones anuales. Fue en 1936, bajo el Frente Popular, cuando los franceses pudieron, por primera vez, partir de vacaciones con dos semanas de salarios pagados. Este acontecimiento fue considerado como una gran victoria popular de la época e incluso como una victoria histórica, pues modificaba de manera profunda las condiciones de la vida social, principalmente de las capas populares de los trabajadores. Hoy, con 36 días de reposo, Francia tiene el sexto lugar de los países más generosos en términos de días libres pagados. Si bien 1936 marca la generalización de los permisos salariados, es en realidad en 1853 cuando se inician los días libres pagados, pero se acuerdan solamente a los funcionarios de Estado. Será necesario esperar 1900 para que la instauración de las licencias salariadas se extienda a otros sectores laborales. La ley promulgada por el gobierno del Frente Popular de Léon Blum, en 1936, da lugar a las primeras salidas masivas de vacacionistas franceses. Para muchos trabajadores y sus familias fue la posibilidad de ir a ver el mar por primera vez en su vida. Después, en las generaciones sucesivas, los permisos pagados pasarán sucesivamente a tres, cuatro y cinco semanas en 1956, 1969 y 1982.
Aparece, con el tiempo, el turismo de masas con todas sus consecuencias en los paisajes urbanos y naturales. Resultados que, hoy día, provocan interrogantes y críticas, como los casos de Venecia, amenazada por los buques gigantes; la invasión de construcciones hoteleras a lo largo de la Costa Brava, o los desperdicios plásticos arrojados en las playas y las aguas del Mediterráneo. Sin embargo, nadie puede negar el beneficio obtenido por este descanso anual para la salud física, moral y mental de los trabajadores. Es en este punto donde cabe preguntarse qué son las vacaciones.
Es evidente que la idea de vacaciones no es la misma para todo mundo. Para una gran mayoría, las vacaciones significan no trabajar, desplazarse fuera del lugar donde se habita y entregarse a actividades placenteras, según sus inclinaciones personales. Desde luego, la realización de estas metas depende de los recursos económicos de cada persona. Evidentemente, es imposible comparar la suerte de quienes pueden pagar un billete de avión para trasladarse al otro lado del planeta y hospedarse en un hotel de lujo con las vacaciones de una modesta familia que descubre una playa a orillas del mar. Hay quienes se conforman con un desplazamiento a la casa de campo de los padres o sólo pueden pagarse el turismo colectivo más barato que el individual. También hay personas que, por falta de recursos, se quedan en casa a descansar, van a las piscinas públicas del lugar y pasean en los parques y jardines de los alrededores.
Según los gustos, las vacaciones pueden ser turísticas, culturales, deportivas... Suelen también implicar un viaje, visitas a sitios arqueológicos, monumentos históricos, exploraciones en selvas y bosques, descubrimientos de otras culturas. Es, entonces, útil recordar que el término “vacaciones” proviene del latín vacans, participio del verbo vacare, “estar libre, desocupado, vacante”. Vacuus: vacío, desocupado, libre. Vacui dies: días de descanso.
Muchas personas identifican las vacaciones con un largo viaje. Otras consideran indispensables la soledad y el tranquilo aislamiento que pueden brindarle el retiro y la reflexión. Acaso no logran alcanzar esta serenidad en el curso de la vida de todos los días. El filósofo Blaise Pascal se refirió a esto cuando dijo que la infelicidad del hombre proviene de su necesidad permanente de moverse en vez de quedarse tranquilamente en su habitación y disfrutar la paz de su cuarto. El fenómeno más singular es quizás el de las personas que no hallan reposo más que trabajando. Esta elección es acaso más perturbadora que una simple paradoja.