Ciudad de México. Al crear, el compositor Federico Ibarra Groth (Ciudad de México, 1946) busca ir más allá de sus fantasmas personales y plasmar en su escritura musical “los demonios a los cuales nos enfrentamos todos en nuestra época y sociedad”.
Inquietud que trata de hacer aún más patente en sus óperas, al considerar que no sólo le permiten un desfogue interior, sino que por medio de tal género esos demonios pueden convertirse en expresiones mucho más potentes, lógicas e interesantes.
“Siento que esos demonios están hechos para verse representados”, resalta el también pianista y profesor emérito de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), quien ayer cumplió 75 años, consolidado como uno de los músicos mexicanos de mayor renombre en el país y el extranjero.
Esto último, sobre todo por su trabajo en la vertiente vocal, en la que destaca como el autor nacional que más óperas ha creado (ocho), además de un oratorio escénico. Prepara ya su noveno título operístico, que espera tener listo este año. Será sobre la Conquista de México, con libreto de Enrique Serna, adelanta en entrevista con La Jornada.
Sentimientos encontrados
Cumplir 75 años suscita sentimientos encontrados en Federico Ibarra: “Me siento muy bien, estoy cumpliendo esta edad a la que creo que ninguno de mis ancestros había llegado. Por otro lado, me siento muy mal, ya que vivimos algo totalmente insólito.
“Esta pandemia es algo que no nos había tocado vivir y que nos obliga a pensar y comportarnos de otra manera; es una nueva experiencia. A esta edad ya es un poco difícil no nada más entender, sino adecuarse a lo que estamos viviendo.”
Refiere que ha dedicado el confinamiento a revisar muchas de sus partituras, no sólo a escala composicional, sino de escritura. También escribió Canciones del encierro, pieza para voz y piano que espera escuchar pronto de forma presencial.
“Parecería que a lo largo de este año de confinamiento tendría más tiempo para componer, pero no. El problema es que muchos de mis alicientes están dentro de la vida misma, y al verme impedido a hacer lo que estaba acostumbrado, no he podido ser más productivo.”
Para el maestro, la música “significa la vida en sí” y enfatiza que se siente muy agradecido por haber podido consagrarse a esa expresión, si bien estudió arquitectura para no contrariar a sus padres, carrera que nunca ejerció: “No pienso que hubiera podido dedicarme a ninguna otra cosa”.
La relación que ha mantenido con el piano es entrañable, lo asume como su instrumento, aunque por encima de él, destaca, está la voz: “Nací con ella y me ha acompañado siempre. Es un instrumento que todos tenemos y al que me agrada mucho volver como parte de lo que hago”.
La ópera representa para él “la oportunidad de un músico de poner en el escenario una serie de preocupaciones comunes y hacerlas de manera gráfica y teatral. Esto es para mí la mayor importancia de una ópera.
“Parece que en determinados momentos me he ido por cuentos mal llamados para niños, pero al fin y al cabo le están dando al mundo una serie de lecciones respecto del ser humano y su comportamiento. No me meto a una fábula nada más porque sí, sino que implica para mí la manera en que un compositor se relaciona con su sociedad y su tiempo.”
Indignado por lo que ocurre en el mundo con la pandemia, sobre todo por las miles de muertes diarias debidas a “la voracidad” de los laboratorios y farmacéuticas, Federico Ibarra no se duerme en sus laureles y afirma que es mucho lo que le resta por hacer.
“Si un humano está satisfecho con lo que ha vivido y producido, hasta ahí llegó su vida; si no lo está y piensa que todavía hay algo más qué decir, entonces es también un motor para seguir viviendo.”
En su cumpleaños, dijo, “lo único que desearía sería la mejor buena suerte para la composición de esa otra ópera que estoy proyectando.”