Si algo le indigna a Daniela Domínguez es ver cómo la gente maltrata a los animales. Por eso, a sus 11 años de edad, ya tiene claro que uno de sus planes en la vida es llegar a la universidad, porque “a lo mejor puedo ser veterinaria”. Su madre, quien vendía cosméticos en un puesto ambulante en Xochimilco y hoy trabaja en una fábrica de dulces, ya le dijo que cuenta con su apoyo para lograrlo.
En circunstancias similares está Luis Fernando Reyes, de 18 años, también hijo de comerciantes callejeros, quien conoce la experiencia de dedicarle todo el día a atender un puesto, pero está tomando un curso de panadería y no ha abandonado su proyecto de estudiar sicología educativa.
Ambos son pequeños que, en su momento, acompañaron a sus familias a laborar en el espacio público y que están en el camino de romper el círculo de precariedad, carencias sociales y hasta violencia que determina a muchos otros niños, niñas y adolescentes que trabajan y viven en las calles.
Desde hace 32 años, la institución de asistencia privada Ednica se ha especializado en el acompañamiento de estos menores, a través de los centros comunitarios que tiene en las colonias Morelos y Ajusco, así como en Xochimilco, para ayudarlos a construir “alternativas de vida digna”.
Norma Medina Granados, coordinadora de la casa de Ednica ubicada en Xochimilco, explica en entrevista con La Jornada que la organización se especializa en el trabajo con niños y niñas que viven y/o trabajan en la calle, quienes muchas veces se desenvuelven “en zonas complicadas” donde pueden ser víctimas de violencia.
A través de un equipo multidisciplinario, compuesto por pedagogas, educadoras y trabajadoras sociales, le brindan pláticas y talleres a los niños y niñas, así como a sus familias, a propósito de temas como el consumo de sustancias sicoactivas, las adicciones o la prevención del embarazo adolescente, además de incentivarlos a continuar con su formación escolar y personal.
“Lo educativo lo vemos como algo más amplio e integral, que tenga que ver con el desarrollo de habilidades y conocimientos, la toma de decisiones, la asertividad y la participación infantil para que opinen en su entorno familiar y escolar”, apuntó.
Daniela Domínguez, por ejemplo, recuerda que en semanas recientes “tuvimos una clase para chicas y estábamos viendo cosas sobre drogas, alcohol y todo eso. En Ednica nos enseñar a poder controlar nuestras emociones, se podría decir. Nos apoyan en las tareas y, si terminamos a tiempo, nos dejan leer un libro, jugar y así”.
En Ednica se acompaña tanto a niñas y niños pequeños, como a jóvenes que se formaron en sus centros comunitarios y quieren seguir cerca de este espacio.
“Por la pandemia, ahorita tenemos una dinámica diferente y los dividimos en los turnos de mañana y tarde, no a todos en el mismo momento. Hay como 50 niños, niñas y jóvenes, incluyendo algunos de 20 años que han crecido con nosotros, ya están en otras condiciones de vida y ya no trabajan en calle. No tenemos una edad máxima y buscamos acciones para apoyarles”, explicó.
Cuando a estos infantes, adolescentes y jóvenes no se les incentiva de esta forma, apunta Medina, “simplemente no ven alternativas de vida diferentes y se continúa con patrones de violencia y conductas de riesgo. El estar en Ednica sí puede dar esta visión de que hay una vida distinta que sus abuelas o madres no tuvieron. Les mostramos la posibilidad de un cambio”.
Para Bertha Bocanegra, directora de procesos educativos y ejercicio de derechos humanos de la organización, esta falta de oportunidad que históricamente ha afectado a los niños y niñas que viven o trabajan en las calles es resultado de un “desinterés” por parte del gobierno para diseñar planes y políticas públicas para este sector que resuelvan de raíz sus carencias.
“No hay acciones que vayan dirigidas particularmente a la niñez trabajadora. Probablemente estos niños y niñas están siendo beneficiarios de programas sociales para mamás solteras, o por tal o cual razón, pero no hay una acción gubernamental que vaya dirigida específicamente a la atención de sus problemas”, lamentó.
Un elemento que contribuye a que el fenómeno no se comprenda de manera integral, indicó, es la criminalización de la que son víctimas tanto los menores como sus padres y madres, a quienes se suele proyectar como adultos que explotan o maltratan a sus hijos, cuando esa no es necesariamente la realidad.
En muchos medios informativos “se colocan historias de niños con padres atroces, que los obligan a trabajar, y cuando los vemos en espacios públicos, pensamos que están a cargo de una red de explotación, con adultos que están en una hamaca, consumiendo drogas. Todas estas caricaturas que se han hecho ayudan a no responsabilizar al Estado de esta condición de desigualdad y exclusión”.
El invisibilizar la existencia y las necesidades de los pequeños que trabajan en las calles, indicó la especialista, genera que paulatinamente se haga más grande la “ruptura del tejido social”, la violencia y la exclusión.
“No quiero ir al lugar común de que ellos son ‘el futuro de México’, pero finalmente el que los niños y niñas que trabajan o viven en el espacio público no tengan una vida plena y sean reconocidas como personas, significa como sociedad perder la posibilidad del bien vivir, de tener una vida en paz. Es una bola de nieve que crece continuamente y que, a la larga, a todos nos va a afectar”.