Los habitantes del distrito Petrogradsky de San Petersburgo despertaron el 28 de abril con una nueva pieza de arte callejero, una que además se manifestaba en contra de las reglas cada vez más defensivas del régimen ruso. La imagen mostraba al encarcelado líder de la oposición Alexei Navalny frente a una estación eléctrica con la leyenda: “Héroe de los nuevos tiempos”. La obra permaneció ahí sólo unas horas, las autoridades municipales no tardaron mucho en pintar encima de ella.
Comenzó un juego del gato y el ratón. Pronto apareció otro eslogan: “Navalny es el héroe de Rusia y Putin es un ladrón”. Una vez más las autoridades lo cubrieron con pintura. Agregaron una respuesta: “Escoge apropiadamente a tus héroes: usa la cabeza”.
Posteriormente, otro mural oficial, apropiándose del mensaje original, “Héroe(s) de nuestros tiempos”, se veía al cuerpo antidisturbios del Kremlin. Pero ese no fue el fin, días después los artistas urbanos añadieron una posdata encriptada a la imagen, que al descifrarla parecía sugerir que Putin era el jefe de los ladrones del país.
Se desconoce si las autoridades rusas saben quién está detrás de los mensajes, pero es la primera vez que se abre una carpeta para investigar murales, es como hacer una declaración de que no se tolerará más de lo mismo. Mientras tanto, los artistas urbanos han reportado la represión a su trabajo, pues cualquier pintura es removida en cuanto aparece.
Los grafiteros aparecieron a finales de los años 90, pero ha sido en los pasados cinco años que las obras han empezado a ganar en elaboración. Anastasia Vladychkina, miembro de Yav, uno de los grupos de arte más político de la ciudad, considera que los episodios sobre Navalny han reactivado la confrontación histórica de artistas y autoridades.
Parte de las recientes sospechas han recaído en su grupo, pero Anastasia aseguró a The Independent que Yav no tiene nada que ver con los murales. Sus integrantes siempre firman su trabajo, y además ni siquiera es de su “estilo”, aclaró.
La técnica usada en las pinturas, al menos superficialmente, recuerda a las formas utilizadas por otro colectivo, HoodGraff. Sin embargo, las pistas acaban ahí, debido a que el grupo es conocido por sus imágenes de futbolistas más que de disidentes, incluso son considerados cercanos al partido del Kremlin.
Especie de venganza, dice
“Tal vez HoodGraff molestó a alguien y esto es una especie de venganza –sugirió Vladychkina–, pero parece más el trabajo de activistas que de artistas serios”. Cerca de ahí está el 10.203, una galería que alberga a otro colectivo de artistas callejeros.
Nikita Dusto, coordinador del lugar, asegura que no piensa mucho en el trabajo de protesta sobre Navalny. Las técnicas utilizadas no son difíciles y el arte “no es refinado”, señaló.
“Honestamente, no me gustan estas cosas, porque yo estoy más centrado en el arte y la estética –explicó–. Por su puesto que vivímos en medio de todo, no estamos ciegos y tenemos nuestras opiniones políticas, pero, en lo personal, no me gustaría meter eso a mi arte”.
Sin embargo, el colectivo de Dusto ya ha comenzado a sentir la presión provocada por Navalny. Uno de sus integrantes fue arrestado luego de ser atrapado con latas de pintura y lo único que la policía quería saber es si sabía quién había hecho el trabajo sobre el opositor, contó.
“Te lo digo ahora, no sé quién fue, por qué lo hicieron, o si fue una orden de arriba, pero lo que sí sé es que no está ayudando a los artistas a trabajar en las calles. La policía nos tiene en la mira, y eso es un problema”, destacó Dusto.
Algunas soluciones tecnológicas han surgido, como, por ejemplo, la oportunidad que tienen los artistas callejeros de guardar su trabajo en línea. El mural de Navalny sigue disponible para quien lo desee ver por medio de un teléfono inteligente. A través de una aplicación, desarrollada en parte por Yav y Vladychkina, se puede apuntar a la subestación de Petrogradsky, donde se albergaba el trabajo y éste aparecerá con toda su gloria.
Como parece que la guerra del Kremlin contra los disidentes no terminará pronto, Vladychkina considera que estas herramientas se han convertido en el nuevo samizdat, práctica que definía la copia y distribución clandestina de literatura prohibida por el régimen soviético durante la Guerra Fría.
“En este paso, por ejemplo, hemos logrado que la subestación sea el objetivo. Si quieres destruir el arte, la realidad aumentada, primero tendrías que demoler el edificio. Aunque eso, por supuesto, no es algo que los políticos no van a intentar”.