De la noche a la mañana, pandemia de por medio, los organismos internacionales que durante décadas presionaron para que los consorcios más poderosos del planeta pagaran menos impuestos (lo que generó fortunas de ensueño); que los gobiernos aceptaran sin chistar esa “fórmula” para impulsar el crecimiento económico global (que ni de lejos se dio); y que, en fin, la carga fiscal recayera en los estratos económicos “de abajo” (a los que reventaron), se muestran “muy preocupados” por el tétrico balance tributario y se pronuncian, así sea en el discurso, a favor de que los ricos entre los ricos paguen “mucho más”, porque caso contrario (¡sorpresa!) “el mundo no se desarrollará”.
Dada la magnitud de la pandémica sacudida, parece que esos organismos multilaterales y sus gobiernos “tradicionales” se han visto en la penosa necesidad de reconocer que sus políticas sólo beneficiaron a la de por sí riquísima minoría que controla la economía mundial y que entre las patas se ha llevado a miles de millones de personas que a duras penas sobreviven.
En la edición de ayer, La Jornada (David Brooks) informa que “los 719 multimillonarios estadunidenses con fortunas superiores a mil millones de dólares –cada uno– han visto su riqueza colectiva incrementarse en más de 1.6 billones de dólares –55 por ciento de aumento– desde que la pandemia detonó en marzo de 2020, mientras millones de personas perdieron empleo, hogar y ahorro”. En cambio, “algunos de los multimillonarios estadunidenses –Bezos, Musk, Soros y Bloomberg– literalmente pagaron cero impuestos federales durante varios de los pasados 15 años, aunque sus fortunas se dispararon”.
Pero no sólo en Estados Unidos, porque la historia se repite a lo largo y ancho del planeta, en el entendido de que “si algo comprueba cómo el sistema está hecho para beneficiar a los más ricos, sólo se debe observar lo que todos saben: los acaudalados no pagan impuestos sobre sus fortunas personales, pero aún más escandaloso es que para lograrlo no cometen ningún delito, es perfectamente legal” (David Brooks). Y esa tendencia se consolidó.
En el caso mexicano, el Servicio de Administración Tributaria documentó que en 2020 los grandes contribuyentes (mínimos, en realidad) pagaron –en promedio– tasas fiscales efectivas de 1.33 por ciento por ISR (en 2016 fue de 1.65 por ciento), cuando la ley establece 30 por ciento. En cambio, las personas físicas cubrieron 25.4 por ciento y 11.4 en sueldos y salarios.
La diferencia resulta abismal, pero no sólo en la citada tasa efectiva, sino en el ingreso obtenido en cada una de las clasificaciones. El SAT detalla que “deducciones indebidas, planeaciones fiscales, interpretaciones legales agresivas (defraudación fiscal) y demás hacen que las aportaciones de los grandes contribuyentes se reduzcan considerablemente, sin considerar las devoluciones. Si éstas se incluyen, habría empresas con tasas negativas, es decir, el gobierno federal subsidia su operación en México”.
Pues bien, no se sabe si su reacción es porque en breve deja el cargo o, de plano, porque se dio cuenta de la magnitud real del problema, pero el hecho es que el aún director del Departamento del Hemisferio Occidental del Fondo Monetario Internacional, Alejandro Werner, ahora reconoce que “los gobiernos de América Latina deben hacer que los ricos paguen “mucho más” en impuestos; de no abordar las demandas de un sistema económico más justo, la región más desigual del mundo no se desarrollará. Es necesario un sistema tributario mucho más progresivo donde (…) los segmentos más altos de la población paguen mucho más” ( La Jornada, Dora Villanueva).
La declaración de Werner pasaría desapercibida si no se recordaran dos hechos: fue subsecretario de Hacienda en el sexenio de Felipe Calderón, es decir, en uno de los gobiernos derechistas (fiel seguidor de las recetas neoliberales) que mayor cantidad de impuestos condonó y devolvió a los grandes corporativos que operan en México, sin olvidar la creciente evasión “legalizada”. Además, desde 2013 despacha en el FMI (dejará su oficina en agosto próximo) en donde ha sido fiel promotor de la “suavización” fiscal para los grandes capitales. Pero, todo indica, sólo ahora el itamita “se dio cuenta” de que las políticas fondomonetaristas y sus fieles seguidores profundizaron, velozmente, la desigualdad en el planeta.
Las rebanadas del pastel
¿Sinónimo de Anastasio Somoza? Fácil: Daniel Ortega Saavedra.