Eran días angustiosos los que se vivían en México a fines de enero de 2017. Donald Trump se estrenaba en la Casa Blanca lanzando tuitazos ominosos contra nuestro país, anunciaba el inminente inicio de la construcción de su muro fronterizo, amagaba con imponer de inmediato aranceles a las exportaciones mexicanas, difamaba sin tapujos a nuestros migrantes y amenazaba con poner fin al TLCAN de manera unilateral. Las bofetadas a Enrique Peña Nieto se sucedían una tras otra; la más sonada, desinvitarlo, en el tono más grosero posible, a un encuentro en Washington.
La zozobra se acentuaba por el hecho de tener en el país a un presidente indefendible que hasta entonces había hecho todo lo posible para minimizar su investidura: corrupto, represor y frívolo, Peña había cometido unos meses antes, para colmo, la estupidez de invitar al país al candidato Trump, de darle trato de jefe de Estado y de dejarse sobajar por él en cadena nacional. Hasta las voces más conspicuas de la corte oligárquica, periodistas y académicos que llevaban décadas sirviendo a los gobiernos del PRIAN a cambio de prebendas y negocios jugosos, le dieron la espalda al mexiquense y se convirtieron de pronto en sus más feroces críticos.
Washington despreciaba al último habitante de Los Pinos desde los tiempos en que fue gobernador del estado de México: lo consideraba corrupto, simulador, inepto, “ahijado de Salinas” y “cortado con la misma tijera” que los dinosaurios priístas. Si eso reportaban los cables del Departamento de Estado (https://is.gd/OINdEY), es probable que las agencias de inteligencia del país vecino supieran de hechos que sustentaran tales calificativos.
México y su gobierno se enfrentaban, pues, a la más brutal ofensiva estadunidense en mucho tiempo, y la Presidencia, que mal que bien ha desempeñado siempre una función primordial como factor de unidad ante agresiones del extranjero, estaba incapacitada en ese momento para asumir el papel. Criticar al que detentaba el cargo no sólo resultaba una tarea fácil y sin costo, sino que parecía obligada. Incluso se volvió moda entre quienes, hasta tres meses antes, vivían de quemarle incienso a Peña Nieto.
En ese contexto, de forma inesperada e insólita para muchos, se alzó la voz de quien había sido el crítico más consistente del peñato: Andrés Manuel López Obrador, el adversario en la contienda presidencial de 2012 al que Peña derrotó a golpe de billetes mal habidos, manifestó públicamente su respaldo al gobernante acorralado.
“El presidente Peña requiere el apoyo y necesita la fortaleza para enfrentar esta situación del extranjero”, declaró el tabasqueño. “Es una situación difícil y por tal motivo hay que defender a la nación y a nuestro pueblo”, agregó, y asentó que él no tendría “una actitud mezquina ante la dificultad que enfrenta el gobierno mexicano”; “si ahora desatamos una campaña abierta contra Peña, imagínense, si ya de por sí está muy afectado, entonces se debilita más, y quién nos representa en estas circunstancias difíciles”, explicó (https://is.gd/elKtNB).
En los meses siguientes, López Obrador fue consecuente con tal posicionamiento y bajó el tono de su crítica, sobre todo en lo referente a la relación bilateral con Estados Unidos, no sólo porque debía edificar una relación positiva con Trump, sino porque no deseaba debilitar más la postura del gobierno mexicano ante Washington.
Esta semana el Departamento de Estado emitió expresiones injerencistas –y, por tanto, inadmisibles– sobre la situación de los derechos humanos en nuestro país e incluso se refirió negativamente, haciéndose eco de la organización Artículo 19, a la directora de Notimex, Sanjuana Martínez. Independientemente de lo que se piense sobre el conflicto en esa agencia noticiosa del Estado, la mención de la dependencia gringa es ridícula (¿en verdad debe Washington meter la nariz en un lío empresa-sindicato en México?) y, sobre todo, ominosa: ya se sabe que cuando EU le agarra tirria a alguien en el mundo, le da por negarle la visa, congelarle cuentas y, en suma, hacerle la vida imposible. Lo más grotesco del caso es que Artículo 19 es parcialmente financiada por dependencias del gobierno que después utiliza sus informes para entrometerse en lo que no le concierne.
Y es cierto que esa organización ha dado valiosa protección a periodistas amenazados de México y de otros países, y es cierto que en el nuestro muchos colegas siguen jugándose la vida ante poderes estatales, municipales, delictivos o una combinación de los tres, pero no será con la intervención del gobierno estadunidense ni de sus patrocinados como se podrá superar esa situación. Por el contrario, sería abrir una rendija para violaciones masivas a los derechos humanos, como cuando el país vecino nos impuso la guerra contra las drogas. Por eso, defender la soberanía nacional es lo primero y AMLO, digan lo que digan, ha sido consecuente en la materia.
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