He leído varias veces Heavier than Heaven (Reservoir Books, 2017), biografía de Kurt Cobain escrita por el periodista musical Charles R. Cross, de quien siempre me impresiona la sencillez y claridad de su trabajo. Sin perderse demasiado en conjeturas, el experto ordena la historia del cantante estadunidense extraída de más de 400 entrevistas con amigos, familiares, colegas y el acceso exclusivo a los diarios inéditos del músico.
Confiando en la memoria y también en los recuerdos, intenta explorar al personaje, humanizarlo y desmitificar los valores que supuestamente representaba: la falta de ambición y esos ridículos mitos que se habían construido en torno suyo.
Para Cross, Kurt era un misántropo complejo y contradictorio, y lo que a veces parecía ser una revolución accidental mostraba indicios de una esmerada orquestación. En muchas entrevistas manifestaba su aversión por la publicidad que había conseguido en la cadena MTV; sin embargo, llamaba con insistencia a sus mánagers para quejarse de que la emisora no transmitía sus videos lo suficiente.
El tono de Danny Goldberg, ex mánager de Nirvana, en Recordando a Kurt Cobain (Alianza Editorial, 2019) es bastante distinto. El relato biográfico da lugar a una reflexión cariñosa sobre el compositor y líder de esa agrupación.
Goldberg se ve a sí mismo con la página, intentando explorar el genio creativo y la personalidad de Kurt y se nota fascinado por la voluntad de narrar y emocionar al lector con la historia de la música underground y el meteórico ascenso de Cobain al estrellato y su consecuente depresión autocuestionable.
Esta perspectiva interna detalla cómo la explosión de Nirvana en la escena en 1991 fue cuidadosamente elaborada, primero por la tutela de los miembros de la banda de Sonic Youth y luego por Cobain, quien argumenta persuasivamente Goldberg, fue astuto cuando se trataba de imagen y negocios.
Es un libro espléndido, aunque prefiero el de Cross tal vez por el acercamiento que mantuvo con los documentos sobre el cantante y porque, además, entiende que las memorias, escritas por el biografiado o por alguien más, pisan un terreno espinoso que tiene que ver con el umbral de veracidad inamovible que reviste a todo hecho pretérito evocado.
Me gustan mucho, también, Los Diarios de Kurt Cobain, la colección de notas garabateadas, primeros borradores de cartas, listas de compras y dibujos hechos por el líder de Nirvana y que Reservoir Books publicó en español para homenajear al portavoz de la Generación X.
En estas anotaciones, el lector puede reconstruir el mundo que conoció Cobain desde finales de la década de 1980 hasta su suicidio en 1994. La antología se compone de una serie de retratos íntimos: un niño de la escuela secundaria; un primo y vecino; un punk roquero brillante, sensible, divertido y morboso que se convirtió en portavoz de una generación a la que detestaba en gran medida.
Los diarios de Cobain recuerdan a los fanáticos lo improbable que fue su ascenso a la fama: aquí estaba un niño de Aberdeen soñando con estar en el próximo Meat Puppets, que firmó con un sello independiente llamado SupPop, y terminó cambiando el rumbo de la radio comercial. Las primeras cartas de Cobain a sus compañeros roqueros en la escena grunge también recuerdan a los lectores lo pequeña y cercana que era esa comunidad, y la política bastante incendiaria que se había desarrollado durante los años de Reagan.
Joven soñador
Conocemos así al joven que soñaba con ser estrella de rock, a quienes convertía en cómplices, testigos y protagonistas de una escena musical también conocida como sonido de Seattle. Lo escuchamos declarar: “John Lennon ha sido mi ídolo toda la vida”, y al mismo tiempo cuestionar su activismo político: “pero respecto de la revolución está rematadamente equivocado”. Lo vemos enfrentando los dolores, la frustración, la pobreza, buscando y rebuscando hasta dar con la música, con un sonido que estaba ahí, pero que nadie había visto.
Debe ser difícil escribir acerca de alguien sin hacer literatura, pues, como dice Alejandro Zambra, “muchas veces los recuerdos son en realidad invenciones bendecidas por el paso de los años”. En los diarios escritos por Kurt Cobain, sin embargo, el músico se resistió a novelar su propia vida y al final la antología se convirtió en su propia vida compleja, apasionada, divertida y en ocasiones destructiva que desnudan el mito: la de un hombre de aspecto enfermizo, delgaducho y pálido, enviado por una fuerza superior para liberar al pueblo de sus ansiedades.
Una biografía “se considera completa si explica meramente seis o siete yoes de una persona”, dijo Virginia Woolf, pero está claro que Kurt Cobain podría llegar a tener hasta un millar. Resultaría imposible no tratar de buscar respuestas reales a su muerte en esta edición, constituida por una selección del material de la publicada en Estados Unidos, que reunió un total de 23 cuadernos en 800 páginas. Lo cierto es que no las hay. En cambio, lo que el lector podrá encontrar en estos diarios, y lo que hermana a estos libros, es la dolorosa necesidad de encontrar un relato que dé sentido a la vida del hombre que lideró la última revolución del rock y la alegría de recuperar ese relato parcial en forma de retrato íntimo y sin adulterar para poder atestiguar mejor la forma que Kurt Cobain adoptó para enfrentarse a él mismo.