A pesar del tamaño de la muchedumbre que quiere vacunarse contra el Covid, ésta es una cola distinta. Nada que ver con los tumultos para subirse al Metro a la hora pico o las conglomeraciones para entrar a ver un partido de futbol. Ni siquiera con las filas para abordar o salir de un avión, divididas en primera clase y turista, en las que los pasajeros se arremolinan como si fueran a perder el vuelo de no subirse primero o se amontonan en el pasillo para bajar a tierra antes que los demás, no vaya a ser que la nave vuelva a despegar con ellos a bordo.
No, este sábado, en la Preparatoria número 5, de Coapa, uno de los tres centros de vacunación de la alcaldía Tlalpan, no hay empujones ni colados, ni salas VIP ni mordidas para pasar antes. Tampoco estacionamientos reservados. Quienes llegamos a inocularnos somos, para efecto de los organizadores, ciudadanos de a pie que merecen el mismo trato, más allá del grosor de la billetera. Y pasamos uno a uno, respetando la sana distancia, los filtros para recibir el biológico ordenadamente, en un clima de amabilidad, cortesía y celeridad.
Todo está bien organizado y dirigido. La logística se opera pulcramente. El personal que atiende a quienes vamos a vacunarnos (médicos, enfermeras, siervos de la nación, trabajadores de la Secretaría de la Cultura) nos trata amigable y diligentemente, se diría que hasta con cariño de por medio. Dan instrucciones precisas, señalan la ruta que hay que seguir, revisan documentación con presteza, toman datos con gentileza, explican con sencillez y precisión la vacuna que van a aplicar, incluyendo su lugar de procedencia (Sinovac, China), advierten sobre posibles efectos secundarios, conducen a los vacunados a una enorme cancha habilitada como sala de reposo para ver si no hay reacciones, revisan la hoja de vacunación y nuevamente la credencial del INE y, luego, 30 minutos después, autorizan la salida entre calurosas despedidas.
Agua y amaranto
En la entrada principal hay sillas de ruedas para quienes tienen dificultades de movilidad. Nada más pasar el primer filtro, obsequian una bolsa con una botella de agua, una manzana y una palanqueta de amaranto. En la sala para revisar la papelería requerida, tomar números de teléfonos y correos electrónicos de contacto, en el salón donde se inyecta y en el espacio en el que, bajo la mirada médica, se espera a que no haya alergias al biológico, hay sillas suficientes para sentarse cómodamente.
Los organizadores, vestidos con chalecos de distintos colores, dispersan el río humano que atraviesa el portal en diversos afluentes que fluyen sin obstáculos, de manera que no hay esperas innecesarias. A lo largo de todo el recorrido no hay una sola muestra de la rigidez y frialdad que parecen ser la regla de las oficinas públicas. Por el contrario, aquí la norma de las brigadas de vacunación es la calidez y el trato humano, especialmente para quienes tienen más edad, inusual en casi cualquier trámite gubernamental.
Nadie pone reparo alguno en la vacuna china. No hay expresiones de desconfianza sobre su eficacia o seguridad. Y la contundencia de las emociones de quienes la reciben o de sus acompañantes son sorprendentes. Los cubrebocas no alcanzan a ocultar las lágrimas. Las llamadas por celular a los cercanos para avisar que la misión se ha cumplido son testimonio de la alegría de saberse, por primera vez en un año, un poco más seguro.
Ya en la calle, esa ciudad de iguales y ese clima de concordia que se vive en la Prepa 5 se desvanece. Las grandes camionetas de lujo con su chofer adentro aguardan en doble fila. “Estamos cobrando 20 pesos por estacionarse”, dicen los vieneviene a quienes estacionaron sus vehículos en la vía pública. Otros más, la mayoría, se enfilan caminando hacia Tlalpan o rumbo a Acoxpa para abordar el transporte público. Se acabó la fiesta.