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En esta larga entrevista, la última que concedió en el marco de su cumpleaños ochenta y nueve, y que publicamos como homenaje póstumo, el gran pintor, diseñador, escultor y editor nacido en Barcelona en 1932, deja ver su enorme sencillez y la claridad y generosidad de su pensamiento. Involucrado en incontables proyectos culturales de importancia a lo largo de toda su vida, miembro de El Colegio Nacional y parte de la llamada Generación de la Ruptura, que él llamaba de la “apertura”, dijo de su oficio: “Nunca he dejado nada a la mitad. El famoso ‘ahi se va’, yo nunca lo he usado y creo que es una buena recomendación también para los jóvenes.”
Faltan piezas para armar el rompecabezas de Vicente Rojo Almazán. Todas las posee el artista, las guarda en el cajón de sus historias y amores. Tengo la fortuna de haber visto algunas que me mostró y que esbozan pistas para seguir el rastro de su vida, la de uno de los creadores más representativos de la llamada Generación de la Ruptura, aunque para él más bien sea de la “apertura”.
El pretexto para conversar con el pintor, escultor, diseñador y editor fue escuchar la experiencia de su participación en el programa Pago en Especie, sistema de recaudación fiscal único en el mundo, con el cual, en más de cuarenta y cinco años, el artista ha entregado más de cien obras a la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (shcp) como parte de sus compromisos fiscales.
En el marco de su cumpleaños ochenta y nueve, la Dirección General de Promoción Cultural y Acervo Patrimonial realiza una infografía con algunas de las cincuenta y una obras que integran la colección bajo resguardo de la shcp, y una videoentrevista para difundirse en las redes sociales de “Hacienda es Patrimonio Cultural”.
Hombre sencillo en sus formas, el maestro prefiere el encuentro directo que el uso de la tecnología de comunicación a distancia para realizar la entrevista. Nos encontramos en su casa de Chimalistac, donde recién se ha instalado después de pasar algunos meses de la pandemia en Cuernavaca, Morelos.
Un lápiz de diversos colores
Vicente Rojo confiesa que desde niño fue tímido e introvertido; sin embargo, está dispuesto a “quedar bien”, como lo comentó varias veces. Se ha definido como iluso y malo, pues ha compartido la idea del director de cine Fritz Lang, que pensaba que los hombres no se dividen en buenos y malos, sino en malos y peores, y él ha aspirado a no ser lo segundo.
Contra la consideración del director vienés y de sí mismo, Rojo Almazán ha dejado huella de ser bondadoso, además de empático –diseñó la portada de un libro para que su autor, impedido para firmar, estampara su huella digital–; generoso y solidario, ha donado obra a causas que le parecen justas y, humilde, rehúye dar consejos y hablar de sí mismo y de sus éxitos.
Ha sido un hombre consecuente con sus ideas republicanas, desde niño defendió la condición de libertad: libertad para crear y pensar, libertad para ser zurdo. Se negó rotundamente a usar la mano derecha pese a que siendo muy pequeño le amarraron la izquierda para impedir que la usara. Su padre, Francisco Rojo Lluch, ingeniero mecánico, llegó como refugiado a México en 1939, en el Ipanema, una de las tres embarcaciones conocidas como “de la libertad”. Su tío fue el general Vicente Rojo Lluch, jefe del estado mayor del Ejército Republicano.
–¿Qué es para usted la libertad?
– Pasé diez años bajo el franquismo, una dictadura atroz y una continuación de la guerra en España. Duró hasta la muerte de Franco porque él siguió todo el tiempo vengándose de los republicanos, vengándose en el sentido que estaban encarcelados o eran ejecutados. Cuando llego a México primero me encontré con mi padre, que hacía diez años que no veía, y eso significó una libertad luminosa. Muchas gentes me dijeron: sí, pero es una libertad tuya porque en México no todo el mundo tenía ni tiene libertad para desarrollar sus tareas, pero para mí esa fue la idea de libertad que encontré al llegar a México. […] En Barcelona, después me di cuenta de que el verano es muy luminoso, pero yo no recordaba ningún verano, ninguna luz en esos diez años de represión franquista, o sea que mi idea de libertad puede ser muy limitada o muy precaria, pero para mí esa es la idea de la libertad.
La libertad en la creación la descubrió con Juan Soriano, a quien desde joven admiraba. Recuerda que lo visitó y lo vio pintar en su casa de París: “En la mañana, cuando salí de su casa, él estaba haciendo una naturaleza muerta con un vaso y una manzana roja; cuando volví en la tarde en ese vaso había puesto un pájaro y la manzana que era roja la había convertido en verde […] en ese trabajo que yo veía pasando sin molestarlo, vi esa enorme libertad que tenía para crear, me hizo también sentir que eso era la libertad en pintura: como él trabajaba, quitaba, ponía y mantenía siempre una intensidad en ese cuadro”.
Luego de afirmar que desde los cuatro años supo que tenía la vocación de crear, el artista plástico, que pinta en pantalones cortos, dice que le gusta creer que sigue siendo un niño que juega con todos los elementos y técnicas, aunque en los últimos años ha preferido combinar colores, polvo de mármol o tierras y pegamento monolit, materiales que se han convertido en sus favoritos, porque “eso me da una calidad que me parece ideal para lo que estoy haciendo, sobre todo en mi trabajo de pintura”.
El niño que miraba las estrellas
A propósito de que sabe que “los colores no existen de manera independiente” y de que en 2011 ilustró el libro Apología del lápiz, de Arnoldo Kraus, le pregunto qué tipo de lápiz le gusta: “Hay unos lápices que tienen en la punta todos los colores. Sí, en lugar de tener el grafito negro, que es lo normal de un lápiz, hay unos que tienen en la punta diversos colores. Ese lápiz me gusta muchísimo, pero obviamente también me gustan los lápices de color, todos los que hay; que cuando yo comencé tenía seis lápices de colores, ahora hay cajas con treinta o con sesenta”.
Vicente Rojo, uno de los hombres de la “generación de los nacidos entre tumbas al resplandor del incendio del mundo”, como escribió en 1978 su amigo José Emilio Pacheco en su libro Jardín de niños, es aficionado a ver las estrellas porque “era lo único luminoso que brillaba en Barcelona”. Ese gusto lo consolidó en sus múltiples viajes a Tonanzintla, Puebla, donde asistía a Miguel Prieto, su primer maestro de diseño gráfico y de la vida, en la elaboración de un mural en el Observatorio Astrofísico.
En medio de la guerra del franquismo, recuerda, “todo era oscuridad, las estrellas eran muy brillantes en la noche. Entonces yo caminaba porque iba a la escuela de siete de la tarde a nueve de la noche. Cuando salía de la escuela veía un cielo estrellado y creía, yo tenía doce, trece, catorce años, que a lo mejor esas estrellas las estaba viendo mi padre en México. Eso me daba una cierta tranquilidad, cercanía. Yo sabía que mi padre no iba a volver (…) pero mi madre había tenido la habilidad de mantener la presencia de mi padre, así que había una relación lejana pero al mismo tiempo cariñosa”.
–¿Cuando se reencontró con su padre le preguntó si veía las estrellas que usted miraba?
–No, no, me parecía que era una cosa muy íntima y mi papá era una persona muy seria. Era un ingeniero y yo tuve una buena relación con él, pero, bueno, cuando llegué me dijo: “¿Qué quieres hacer?, ¿quieres trabajar, quieres estudiar?” Yo tenía pues, no sé si decirlo, horror a la escuela, porque no tenía ningún convencimiento de que pudiera ser útil. Le dije: “No, yo quiero trabajar.” Él me consiguió mi primer trabajo y yo seguí en ese camino. Él siguió como ingeniero, trabajando muchísimo.
Vicente Rojo considera que reencontró y rindió homenaje a su padre en 2019, con la exposición Vicente Rojo: 80 años después. Cuaderno de viaje de Francisco Rojo Lluch en el vapor Ipanema, Burdeos-Veracruz, junio-julio de 1939, una muestra “íntima” en la que recreó la bitácora imaginaría del periplo realizado por su padre ochenta años atrás.
Confiesa que su padre nunca le habló de ese pasaje de su vida, como tampoco de la guerra; “no le gustaba, pero yo traté de recorrer ese viaje con él haciendo esos treinta y dos cuadritos pequeños que simulaban como si mi padre hubiera hecho un cuaderno. Me hace ilusión pensar que a mi padre le hubiera gustado”. La exposición se convirtió en un libro, editado en 2020 por El Colegio Nacional, del cual es miembro desde 1994.
“Escojo las mejores obras para Pago en Especie”
A cuarenta y seis años de que se publicara el decreto mediante el cual los artistas plásticos pueden pagar el impuesto sobre la renta con obra realizada por ellos, se habla poco de la existencia del Programa Pago en Especie, que nació informalmente en 1957 gracias a gestiones realizadas por David Alfaro Siqueiros.
Fue así como entre 1957 y 1965, de forma esporádica e intermitente, en la shcp se registró el ingreso de treinta obras de veinticuatro artistas plásticos: Diego Rivera, Rufino Tamayo, Raúl Anguiano, Adolfo Best Maugard, Francisco Mora, Juan Olaguíbel, Ignacio Asúnsolo, Angelina Beloff, Fernando Castro Pacheco, Lola Cueto, José Fernández Urbina, Ernesto García Cabral, Ernesto Guasp, Agustín Lazo, Amador Lugo, Ricardo Martínez, Guillermo Meza, Gustavo Montoya, Luis Nishizawa, Salvador Pruneda, Mariana Yampolsky, José Reyes Meza, Roberto Montenegro y José Chávez Morado.
Los registros del programa dan cuenta de que el artista, que pinta en la soledad de su estudio pero siempre acompañado por todo tipo de música –“es la única referencia de eficacia estética que puedo tener mientras pinto”–, fue de los primeros en acogerse al programa una vez que se formalizó, gracias al cual la shcp resguarda obra de siete de sus series: Negación, Recuerdos, Señales, México bajo la Lluvia, Volcanes, Códices y Escenarios.
–¿Qué opina del Programa Pago en Especie?
–Es bueno. Nos ayuda a quienes nos dedicamos a las cuestiones artísticas porque nos evita estar reuniendo facturas como hacen los que pagan normalmente […] se reduce a, según lo que uno ha cubierto ese año, a dos, tres, cuatro, cinco cuadros. Eso simplifica muy bien las cosas y no hay que estar juntando facturas todo el año.
–¿Cómo selecciona las obras con las que ha pagado en especie?
–Siempre he escogido las mejores obras para el pago en especie. Digo, es obvio porque siempre he pensado que la obra que hago es la mejor que puedo hacer, o sea, no tengo obras mayores o menores. Es mi idea naturalmente, no es el punto de vista ajeno, pero en el mío siempre he expuesto y hecho las obras que he considerado mejores, y parte de ellas se han ido a Pago en Especie, o sea, estoy muy tranquilo en ese sentido.
–¡Claro! Porque a todas sus obras les da su corazón…
–Así es, sí. Supongo que la mayor parte de los artistas deben hacer lo mismo porque deben presentar lo mejor que han hecho, pero en mi caso es totalmente seguro que siempre ha sido lo mejor, lo adecuado, lo mejor que podía hacer en ese momento.
De, por y para la cultura
La historia de las artes plásticas en México no se puede escribir sin Vicente Rojo. Hay quienes lo consideran ser parte de la llamada Generación de la Ruptura, pero él manifiesta que es de una generación posterior, que en todo caso debería llamarse de apertura. “En realidad los que comenzaron con la ruptura con la Escuela Mexicana de Pintura fueron Tamayo, Carlos Mérida; luego llegó Mathias Goeritz, luego hubo una época abstracta o muy libre de Juan Soriano, también Pedro Coronel. Ellos se fueron separando, es decir creando lo que yo diría, o si se puede llamar, ruptura.”
Aclara: “en mi generación, o por lo menos en mi caso, nos aprovechamos de la ruptura que estos grandes artistas habían hecho, y la generación que siguió, que es la mía, que de hecho encabezaba, por lo menos para mí, Manuel Felguérez, Lilia Carrillo, Fernando García Ponce, ya había un trabajo que yo podía llamar más bien de apertura. Es muy curioso porque generalmente se le relaciona a la Generación de Ruptura con el arte abstracto que, en efecto, las tres o cuatro figuras que acabo de mencionar, ese era, digamos, nuestro proyecto; pero, en cambio, en la Generación de la Ruptura había artistas figurativos, o sea que continuaban con la figuración de la Escuela Mexicana de Pintura, pero dándole otro carácter, como Gironella, Cuevas, Vlady, Enrique Echeverría, en fin, algunos más, o sea, fue una apertura total en todo tipo de intervención artística.”
Recalca que esa generación no sólo estuvo integrada por artistas plásticos, sino también por escritores, poetas, teatreros, músicos, cineastas: “si todo ese conjunto no se hubiera dado, creo que esa generación no hubiera tenido, si me excluyo, la brillantez que tuvo”.
Como un trabajador de, por y para la cultura, como se autodefine, y con amplia experiencia en la difusión cultural, considera que hay una estrechísima relación entre la pintura y la literatura, pero esas artes también están cerca de la danza, el cine, el teatro y la poesía.
Diseño gráfico y edición: el parteaguas Rojo
El arte creativo de Rojo Almazán también ha abarcado el diseño y la edición, y como cofundador de la editorial era, junto con sus amigos, también exiliados españoles, los hermanos Neus, Jordi y Quico Espresate y José Azorín, ha sido un impulsor de la palabra escrita, ya sea en prosa o poesía, y tiene la certeza de que ésta mueve al mundo.
En el diseño gráfico hay un antes y un después de Vicente Rojo, y en ese campo ha incursionado con el mismo interés que con la pintura. Relata que aprendió de diseño mucho antes de que fuera así definido, con un maestro excepcional que era tipógrafo y pintor: Miguel Prieto, con quien trabajó en el Instituto Nacional de Bellas Artes y en el suplemento México en la Cultura.
–En alguna entrevista mencionó que el diseño gráfico es una tarea colectiva que busca el exterior porque debe ser comprobable para otros, mientras que la pintura se hace en el interior, en la intimidad, porque el resultado debe ser comprobable sólo para usted. En este sentido ¿qué prefiere, el exterior o el interior?
–He compaginado las dos cosas, es decir, no hubiera podido hacer el interior en donde considero que mi obra vuele, desaparezca y se pierda. No hubiera podido hacerlo si no hubiera tenido los pies fijos en la tierra, que es lo que me daba el diseño gráfico. El diseño gráfico es un arte que hay que estar comprobando todo el tiempo, que tiene una inmediatez que hay que resolver; mientras que la otra parte, la parte de pintura, escultura o grabado, me he permitido siempre tenerla como un vuelo, como una imaginación abierta. No tiene que cumplir una función como la que tiene que cumplir el diseño, y además el diseño cumple una función prácticamente inmediata, si es un libro porque tiene que salir en dos meses; si es un cartel porque se inaugura una exposición, una película a la semana siguiente, o sea, hay que hacer un trabajo muy concreto.**
”Siempre he trabajado el diseño gráfico en el campo cultural y eso me ha dado una base muy buena para poder hacer mis cosas en pintura, en escultura, de una manera que el resultado sólo es comprobable para mí, para nadie más. En cambio, el diseño tiene que ser comprobable para el que lo encargó, para el editor, para el director de una película o de una obra de teatro, un concierto de música, en fin.”
Vicente Rojo, diseñador de diarios como La Jornada y unomásuno, así como de las revistas Siempre! y Plural, ha creado múltiples códigos de comunicación visual que permanecen en logotipos, diarios, carteles y libros. Algunos de sus diseños más conocidos son los creados para publicaciones del Fondo de Cultura Económica, El Colegio Nacional, la editorial Joaquín Mortiz, Salvat y la Colección Nuestros Clásicos, de la Universidad Nacional Autónoma de México.
“Siempre he estado muy necesitado del amor”
A partir de los años ochenta, Rojo empezó a crear obras en tercera dimensión “porque estaba viendo que en mis cuadros incluía muchos relieves, telas que resaltaban sobre el cuadro, y pensé que eso me estaba dando una idea de poderle dar a esa pintura un resultado en escultura, en tres dimensiones, y así lo hice. Fue en la época en que estaba haciendo mi serie México bajo la lluvia […], comencé a hacer esculturas de pequeño formato, como de cuarenta, cincuenta centímetros de alto, y las hice en cerámica, otra vez en madera, en metal, y me sentí a gusto. Yo tenía entonces amistad con muchos escultores y, bueno, sentía la necesidad de estar cerca de ellos también, igual que estuve muy cerca de pintores, y así comenzó la escultura. Luego fue creciendo hasta llegar a escultura urbana, de las cuales ya hay muchas muestras en el país.”
Interesada por conocer más de sus pensamientos, me animo a preguntar si tiene algunas definiciones o dibujos sobre la vida o la muerte: “Todo lo que he hecho ha sido ayudarme por la vida, ayudarme por mi vida, por mi manera de vivir. Supongo que ya a mi edad la muerte puede andar por ahí, pero no me preocupa. Cuando llegue, llegará. Yo sigo viviendo, sigo vivo. Hay un elemento que tiene que ver con la vida que es el amor, que yo siempre he practicado el amor, siempre he estado muy cerca del amor, muy necesitado del amor y no solamente como pareja sino del amor de mis hijos, de mis nietos, de mis hermanos, en fin, de mis padres, qué le puedo decir. Son cosas difíciles de explicar…”
Así como Vicente Rojo tiene la idea esencial de que no se puede vivir sin amar y que sin un amor la vida no se llama vida, igualmente, considera que sus incontables amigos lo han acompañado, protegido, ayudado y querido a lo largo de los setenta y dos años que tiene viviendo en México.
Cuando llegó, uno de sus primeros amigos (“y el mejor”, escribió en el libro Diario abierto) fue el escritor y crítico cinematográfico Emilio García Riera, de quien dijo: “Para mí Emilio fue (y es) mejor que el cine.” A otro, Gabriel García Márquez, le diseñó la mítica portada de Cien años de soledad, y aún recuerda divertido el reclamo de un librero de Ecuador que se pasó la noche “corrigiendo” las portadas con la “E” al revés que Rojo diseñó. Además, el colombiano lo nombró tutor de sus hijos, porque le dijo que era su amigo más joven, aunque en realidad apenas se llevaban cinco años de diferencia.
Con Fernando Benítez tuvo una “entrañable amistad” y según relató se convirtió en su hijo, su hermano y su padre; “todavía recuerdo su cariñoso lamento cuando yo iba a estar un tiempo de viaje: ‘¡Hermanito, cuando tú te vas me quedo huérfano!’”
Aun con el paso del tiempo tiene presente a su amigo Juan García Ponce. En 1994, cuando leyó Los sueños compartidos, discurso que pronunció al ingresar a El Colegio Nacional, y veinticinco años después, en su mensaje al recibir el Honoris causa de la Universidad Iberoamericana, recordó una ocasión en que visitó a su amigo, lo encontró acostado en su cama, enfermo, con la sonrisa de siempre; después de preguntarle por sus problemas de salud le comentó: “No te preocupes, Vicente, somos eternos.”
–¿Qué es para usted la eternidad?
–La eternidad es haber estado acompañado de tantísimos amigos. La eternidad yo la he tenido en la vida. Esa fue una respuesta muy tierna de Juan. Él me había preguntado por mis problemas de salud, pero los suyos eran mucho más graves que los míos, él ya casi no podía hablar, pero estaba Meche García Oteyza, que le entendía, quien le ayudaba y comprendía, y me dijo: “¿Por qué no le lees lo que dijiste sobre él?” (en referencia al discurso de ingreso a El Colegio Nacional). Entonces se lo leí. Él estaba siempre recostado, casi no se podía mover, pero siempre tenía una sonrisa en la cara, como queriendo decir yo aquí estoy, estoy con ustedes; pero cuando leí lo que había escrito sobre él, vi que le caía una lágrima en la cara. La sonrisa no la perdía pero estaba muy, muy conmovido. Él fue uno de mis apoyos, un ejemplo de todo lo que yo he recibido.”
–¿Siente que nació con buena estrella?
–Sí, sí, en ese aspecto una estrella enorme o muchas estrellas, más bien. Algunas las puedo contemplar todavía (lo dice mientras mira a Bárbara). Sigo teniendo muchas estrellas…
“Sean siempre fieles a sí mismos…”
Aunque Vicente Rojo ha dicho que lo suyo no es dar consejos porque en la única materia que se siente maestro es en la de amar a México apasionadamente (amor que aprendió de Fernando Benítez), le pido que comparta algunas sugerencias para los artistas plásticos que están iniciando sus carreras, a lo cual accede de manera generosa: “Primero, que sean siempre fieles a sí mismos; segundo, que no compitan con nadie, que estén seguros de que lo que están haciendo es bueno por su propia relación y no viendo lo que sus compañeros pueden hacer, y otra tercera idea que les puedo dar es que no se aburran nunca.” Y remató con una más: “Nunca he dejado nada a la mitad. El famoso ‘ahi se va’, yo nunca lo he usado y creo que es una buena recomendación también para los jóvenes.”
–¿Cómo celebrará su cumpleaños ochenta y nueve?
–Esperando un año más.
* Di rectora General de Promoción Cultural y Acervo Patrimonial y encargada de los asuntos de la titularidad de la Conservaduría de Palacio Nacional en la Secretaría de Hacienda y Crédito Público.