Los muros de la Ciudad de México no callan. Durante todo el año que lleva la pandemia de Covid-19, artistas urbanos se han dedicado a plasmar por doquier el sentir de una metrópoli que de esa manera agradece y apoya al personal médico que se encuentra en la primera fila de la batalla, pero también retrata la mirada serena de los ancianos que han partido, a los caudillos revolucionarios como símbolo de resistencia, a los niños que siempre dan esperanza, o a la muerte, en pleno semáforo rojo, lista para la pesca de almas.
Este 2021 el muralismo mexicano cumple 100 años y, contrario a lo que algunos críticos de arte extranjeros planteaban hace años, no se trata de una práctica en desuso. Al contrario, hoy día este quehacer pictórico se crea desde abajo: es comunitario, colectivo, pertenece al pueblo que se ha apropiado del espacio público, muchas veces sin las autoridades como intermediarias, opinan quienes integran agrupaciones como el Movimiento de Muralistas Mexicanos, que el lunes comienza su primer congreso para celebrar la efeméride.
Se atribuye a Gerardo Murillo, el Dr. Atl (1874-1964), la idea de impulsar un programa muralístico para difundir las ideas de un México que salía de su lucha revolucionaria. Se sabe que él mismo pintó en las paredes del Ex Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo, en 1921, el que se considera el primer mural en la épica historia de ese movimiento. Por desgracia, la obra fue destruida “por los funcionarios de Educación Pública José Vasconcelos y Narciso Bassols, influidos, según el Dr. Atl, por prejuicios bolcheviques”, señala Jorge Bravo en un artículo de la revista Imágenes del Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad Nacional Autónoma de México.
El investigador añade que tuvieron que transcurrir varias décadas antes de que el Dr. Atl volviera a ocuparse de la pintura mural en el Casino de la Selva de Cuernavaca, Morelos. Un fragmento de esa obra, titulada Vista arquitectónica de la Ciudad de Puebla, se conserva actualmente en el Castillo de Chapultepec.
Pero la semilla plantada por el maestro germinó y expandió su esplendor bajo los pinceles, principalmente, de Diego Rivera (1886-1957), José Clemente Orozco (1883-1949) y David Alfaro Siqueiros (1896-1974), quienes pretendieron “cimentar el orgullo de ser mexicano a través de la interpretación de lo que había sido la historia de nuestro país”, como ellos mismos explicaban.
Se sumarían al movimiento muralista otros grandes, como Roberto Montenegro (1887-1968), Saturnino Herrán (1987-1918), Carlos Mérida (1891-1984), Manuel Rodríguez Lozano (1891-1971), Antonio Berni (1905-1981), Jorge González Camarena (1908-1980), Pedro Coronel (1921-1985) y Rufino Tamayo (1899-1991).
Presentamos en estas páginas un reportaje fotográfico de Luis Castillo acerca de las intervenciones urbanas que las nuevas generaciones de muralistas han realizado en la capital del país durante este trágico año de crisis sanitaria, imágenes que también muestran el transitar de las personas que se mimetizan con los colores de los muros, a veces de manera explícita (como la mujer que se detiene a implorar frente al rostro guadalupano pintado en la cortina de un comercio). Son las huellas de una urbe que resiste y vive.