El encono vicia cualquier posibilidad de diálogo público y crítica fundada en argumentos. Las redes dieron contundente muestra de esto cuando empezó a divulgarse que el Presidente de la República estaba contagiado de Covid-19.
El nivel de agresividad verbal y/o mediante mensajes escritos en distintas plataformas crece de forma muy alarmante. Lo que abunda es el atrincheramiento cognitivo, bien amurallado por posiciones cerradas y sin capacidad para escuchar otros planteamientos que no sean los ya férreamente internalizados. Domina el encono, que la Real Academia de la Lengua define como “animadversión, rencor arraigado en el ánimo”. Es decir, de lo que se trata es de cobrar venganza de supuestos o reales agravios infligidos por la contraparte. Entonces, ante la desgracia de los adversarios, se festina y sueltan epítetos sanguinolentos.
Apenas había trascendido el tuit que daba cuenta del contagio de Andrés Manuel López Obrador y súbitamente proliferaron expresiones burlonas, pretendidamente irónicas, mordacidad, adjetivaciones saturadas de pronósticos ominosos sobre el futuro de la salud presidencial y abiertas groserías que sus vociferadores consideraban ingeniosas. Todo este tipo de expresiones denotan la calidad cívico-moral de quienes las echan a volar por las redes sociales. Lanzan más toxicidad al ya de por sí cargado clima de la opinión pública. No hay cordura sino deseos de inmolar al objeto/sujeto de la ira.
Si por un lado el tipo de punzantes dardos descritos anteriormente son un atentado a la racionalidad social y política, por el otro un gran porcentaje de las respuestas de quienes defienden la línea oficial se caracteriza por el mismo ánimo: tormenta de agravios, golpes bajos y renuencia a evaluar algunos señalamientos que sí se salen de la tendencia ofensiva y aportan argumentaciones. Tamizar, desde la perspectiva de defensa a ultranza, sería señal de debilidad y conceder terreno a los enemigos. Por aquí y por allá, en aras de la victoria ideológica, se sacrifica el valor de la verdad.
Considero que es perfectamente compatible identificarse con un proyecto político y social y, al mismo tiempo, no aceptar íntegramente su propuesta. En la izquierda, aunque también sucede en el conservadurismo, se hizo popular la idea de no ejercer la crítica interna para no dar armas a los enemigos. Así, en diversos proyectos que se autodefinen progresistas, dentro de sus filas se han inhibido argumentaciones disidentes y hasta se les considera peligrosamente cercanas a las posiciones de los enemigos. Desechar la autocrítica es nocivo, en primer lugar, para el propio proyecto con el cual uno se identifica.
Además de la coprolalia que usa las plataformas tradicionales y cibérneticas como ventiladores para esparcir sus infundios, por los mismos medios se reproduce fértilmente la especie de que el contagio de Covid-19 de AMLO no es real, que es resultado de una estrategia para distraer a la ciudadanía y no preste mucha atención al crecimiento de la pandemia. La teoría conspiracionista sería descartada de inmediato en condiciones de baja conflictividad social y política, pero dado lo hirviente de la polarización existente, el despropósito es creído por quienes tienen arraigadas convicciones de que a la contraparte solamente le mueven motivos aviesos e ideas truculentas.
El contexto de la pandemia es ominoso y no se despejará espontáneamente, ni con la inercia de dimes y diretes de los bandos que mutuamente se echan en cara estar politizando la desgracia. La coyuntura puede ser enfrentada con las lecciones obtenidas durante el año casi transcurrido desde que se conoció en el país el primer contagio. Quien sin aspavientos ha mostrado aprendizaje de cambiar enfoques y acciones para disminuir los efectos devastadores del Covid-19 es la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum. Por ejemplo, la decisión de multiplicar sitios públicos donde se hacen pruebas rápidas sobre la presencia, o no, del virus en las personas, es una herramienta muy útil para controlar la diseminación de más contagios. En este rubro, el manejo de Sheinbaum ha sido mejor que el del gobierno federal, el cual en las primeras semanas del arribo del virus a México subestimó el valor preventivo de las pruebas rápidas. Fue un error y ante las evidencias resultantes deben asumirlo quienes tomaron la decisión.
Estamos en una encrucijada. Los saldos en vidas y daños de distinta naturaleza para la mayoría de la población están a la luz y son flagelantes. Parte de la solución pasa por renunciar al encono que busca seguir dando tarascadas a la yugular de los otros. En tiempos enrarecidos sirve repensar colectivamente, parafraseando a Jorge Luis Borges, que si no nos une el amor, entonces que lo haga el espanto ante las vidas segadas por la inclemente pandemia. Deseo la recuperación del Presidente y que en estos días reflexione sobre qué preservar y qué cambiar en la lucha contra el Covid-19.