El anterior inquilino de la Casa Blanca, Donald Trump, a pesar de la supuesta química que se suponía había con su homólogo Vladimir Putin, dejó la relación bilateral entre Estados Unidos y Rusia en estado francamente deplorable y causó en el Kremlin, que estuvo esperando en vano cuatro años que las lisonjas hacia el presidente ruso se concretaran en hechos, una profunda decepción.
Con la reciente toma de posesión de Joe Biden como presidente de Estados Unidos, las perspectivas son igual de sombrías, y la designación en su equipo de colaboradores cercanos de varios connotados halcones con la mirada puesta en Rusia, como Jake Sullivan y Andrea Kendall-Taylor, en el Consejo de Seguridad Nacional, y Victoria Nuland, en el Departamento de Estado, que influirán, con matices diferentes, sobre la línea a seguir respecto de Moscú, sugiere que no habrá una nueva perezagruzka (el reinicio, o reset en inglés, que propuso la administración de Barack Obama en 2009) de la relación bilateral. Todos los asesores de Biden coinciden en que Rusia no debe considerarse un “aliado estratégico”.
A diferencia de Trump, cuya política hacia Rusia era completamente imprevisible, Biden conoce a fondo este país, no va a dar bandazos y, por el contrario, ejercerá una creciente presión sobre Moscú, promoverá la aplicación de nuevas y más fuertes sanciones, respaldará la expansión de la OTAN en torno a Rusia y brindará apoyo moral y de otra índole a la oposición rusa.
Biden no muestra ninguna simpatía hacia Putin y su opinión personal del gobernante ruso, que es del dominio público, después de tratar cara a cara con él en 2011 y de ir a reunirse con figuras de la oposición local, dejó en el Kremlin una desagradable sensación difícil de olvidar.
Pero es lo que hay y Moscú es consciente de que en los próximos cuatro años nada bueno podrá esperar de su deteriorada relación con Washington, salvo que Biden, una de los impulsores del tratado de limitación de armamento estratégico que vence dentro de 14 días, acepte prorrogar el pacto cinco años como primer paso para negociar el control de armamentos y el desarme, lo que durante años constituyó el eje de la relación bilateral desde que Mijail Gorbachov y Ronald Reagan aceptaron reunirse en Reikiavik, Islandia, para enterrar la llamada guerra fría.