La banalidad del mal. Arendt ofreció un reportaje al New Yorker sobre el juicio al criminal Eichmann. Ahí se refiere al hecho de que Eichmann, culpable de crímenes que llevaron al exterminio de millones de seres humanos, no era un monstruo desequilibrado, sino un burócrata mediocre celoso del cumplimiento de las órdenes de sus superiores y, sobre todo, de quien consideraba el origen de todas las órdenes legítimas, Hitler mismo. Hannah Arendt se refiere al vacío intelectual y moral de Eichmann, al hecho de que su incapacidad para hablar de manera coherente durante el juicio estaba íntimamente conectada con su incapacidad para pensar desde la perspectiva de los demás.
El mal. Arendt sentencia que el mal proviene de una falla para pensar. Eso es a lo que se refiere cuando habla de la banalidad del mal. No que el mal sea insignificante, sino al contrario, porque aparece realizado por gente normal y mediocre y no sólo por gente desequilibrada, tiene efectos más devastadores. No se trata de exculpar a criminales, sino entender la manera como el mal puede extenderse si no hay contrapesos sociales, resistencia y denuncia explícita.
Trump. Ya se fue. Pero queda un segmento de la población que existe desde hace mucho tiempo, pero que con la globalización y la crisis de los opiodes en Estados Unidos adquirió mayor presencia y militancia. Aunque se trata de un conjunto abigarrado donde convergen una infinidad de grupúsculos, tienen varias características en común: racismo, misoginia, homofobia, religiosos fanáticos vinculadas a alguna de las múltiples iglesias evangélicas, adictos a todo tipo de narrativas conspiratorias y poseedores de armas. Blancos supremacistas que no sólo se sienten superiores a otras razas, sino son agresivamente opositores a todas las minorías étnicas, sociales y culturales. Sufren en común algunos agravios: desplazados del estatus económico de clases medias y víctimas de distintas formas de drogadicción que terminan por afectar en conjunto su esperanza de vida y sus condiciones de salud. Se sienten, además, menospreciados por la población urbana que habita en las costas este y oeste de Estados Unidos.
La política del ressentment. Ese conjunto de sentimientos y fobias ligadas al resentimiento y al rechazo a lo diferente, fue ampliamente utilizado sobre todo por políticos del Partido Republicano, que buscando ganancias a corto plazo lograron canalizarlos en el ámbito electoral. Empero, fue Trump quien logró articular a ese abigarrado conjunto a través de dos movimientos estratégicos. Por una parte, su éxito en la primarias republicanas y luego su triunfo en 2016 le permitieron conquistar la dirección política del Partido Republicano. Logró expulsar literalmente a los republicanos ortodoxos del tipo de la dinastía Bush y dominar a las fracciones republicanas en ambas cámaras legislativas. Por otro parte la narrativa MAGA –siglas en inglés del lema hacer América grande otra vez– proporcionó la argamasa ideológica para unificar a esas masas inconformes, a través de medios electrónicos favorables como la cadena Fox y otras, y redes sociales vinculadas con la extrema derecha.
Los enablers. Así como continúan presentes los síntomas de una sociedad dividida expresados en un sector muy amplio del electorado –no olvidar que más de 73 millones de electores votaron por Trump–, también están presentes aún los facilitadores del discurso excluyente y racista de la derecha estadunidense. El más notable desde el Partido Republicano fue el líder del Senado, Mitch McConnell, quien se pasó ocho años torpedeando las iniciativas presidenciales de Obama. Desde los medios fue sin duda Rupert Murdoch –el dueño de Fox News–, la nodriza del fenómeno Trump usando a sus comentaristas mas significativos como Sean Hannity. Esos facilitadores cargan una gran responsabilidad en el daño que han infligido Trump y sus seguidores en Estados Unidos y en el mundo.
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