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Disquero
Elogio del tornamesa
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▲ Escuchar música en un tocadiscos es un placer cada vez más al alcance con el resurgimiento de los vinilos.Foto Pablo Espinosa
 
Periódico La Jornada
Sábado 12 de abril de 2025, p. a12

Dedos índice y pulgar sostienen el ala diminuta del brazo del tornamesa con un ligero temblor entre la pericia y el acto íntimo para cuando la punta de la aguja hace contacto con el ojeaje en redondo que marca el disco girando, experimentamos una de las sensaciones más arcaicas que nos distinguen como humanos: el sonido del gis de la estrella de diamante contra las rugosidades del vinilo nos regresan al gineceo magnífico, nos trasladan al espacio tibio que hay entre dos personas instantes antes del abrazo, nos ubican en el punto donde queda la eternidad girando, girando, girando como el disco que nos hipnotiza.

Ya elegimos de entre el filerío de lomos delgados de los discos que atesoramos en hilera. Ya vimos por vez enésima el título: Mahler. Symphonie Nr. 9. Chicago Symphony Orchestra. Carlo Maria Giulini. 2 LP Stereo, ya entrecerramos los ojos porque lo que suena es completamente visual.

Lo primero que vemos es el silencio. Imponente. Luminoso. Y al silencio le siguen dos quejidos: la emisión de sonido que producen combinaciones insólitas de clarinetes con oboes y clarinete bajo que parecen resoplidos de buques que abandonan el embarcadero para adentrarse en el proceloso mar.

Trompeta en sordina. Luego suena un gong, solemne, y el sonido se desprende de la superficie metálica del gong como una lluvia de polvo de oro, idéntica a la que baña a Danae en el óleo de Gustav Klimt y en ese instante suena el arpa, instrumento celestial: tan sólo cuatro notas suaves y solemnes que abren paso a la primera frase completa del gran tratado sobre la condición humana que sonará durante los siguientes 84 minutos.

Las violas peinan rulos, los arpegios de las cuerdas zarpan, los contrabajos asemejan naves comandadas por aqueos mientras las olas rebotan, salpican, nos salpican, agua entibiada por el sol y las olas rebotan contra las quillas de las embarcaciones y se lanzan contra la tierra firme y cuando regresan se vuelven espuma, burbujas, alfombra blanquísima para recibir el primer clímax en trompetas para que todo regrese a la paz del inicio.

Lo que estamos escuchando suena así porque nace de un vinilo.

Si ponemos a sonar la misma obra en Spotify notaremos de inmediato la distancia que nos separa de este experiencia de escucha que nos tiene la ropa mojada de las chispas de olas rebotando contra las embarcaciones o, ¿acaso no son chispas de agua sino lágrimas?

Conmover es un oficio que aprendió Gustav Mahler luego de años y años en el foso de la orquesta dirigiendo óperas de Wagner y luego encerrado en su cabaña en el bosque poniendo en solfas lo aprendido.

La calidad del sonido que proviene de un vinilo no tiene parangón. Si lo que escuchamos es una sinfonía de Mahler, es casi regla general que lo hagamos con los ojos cerrados y entonces la experiencia se vuelve visual y luego táctil, aromática, de mil sabores. Sinestésica.

Escuchar música en un tocadiscos es un placer que está cada vez más al alcance porque hay un resurgimiento, revaloración del disco de vinilo y se vende por gramajes, grosor, peso y otras cualidades que lo vuelven único.

Cierto, ya prácticamente desaparecieron las tiendas de discos, ya casi todo el mundo escucha música a través de plataformas musicales, pero el disco en vinilo pulula en las páginas web de las disqueras (Decca Classics, Deutsche Grammophon, et al), en Amazon. Doquier.

De manera que aquella costumbre que estaba en vías de extinción y que consiste en sentarse a escuchar música, está volviendo a los hogares.

Y esa cualidad de escucha se extiende a cualquiera de los géneros que pongamos a sonar en el toca-discos. Siempre será una experiencia muy íntima.

Si ponemos a sonar ahora el disco You Must Believe in Spring de Bill Evans, habrá un momento en que volteemos en derredor en busca del piano, el contrabajo, los tambores que están sonando de manera tal que parecen estar ahí, en la misma habitación donde escuchamos.

La anacrusa es un ancla hendida en nuestros párpados: un clúster gregario en piano, unísono con la nota más grave del contrabajo. Avanza la frase en piano, produce glisandi el bajo. Esta-mos, apenas unos segundos de música, ya en trance.

Sonreímos porque en nuestra mente bailamos: B Minor Waltz (For Ellaine), se titula el track inicial.

Elliot Zignund danza rondas con las baquetas en el aire para producir efectos como los de un hada cuando hace aparecer estrellas en la frente de las personas que están escuchando este disco: tss, tssss, paaaasss, estallan las estrellitas como pompas de jabón.

Emulando elfos, Eddie Gómez danza con su contrabajo acústico y el efecto es semejante al trazo que deja en el agua un delfín cuando danza en altamar. Sus glissandi son en realidad travesuras disfrazadas de versos epifánicos.

Eddie Gomez reemplazó a Scott LaFaro mientras Eliot Zigmund a Paul Motian en el Trío de Bill Evans, que ya había alcanzado lo sublime en discos anteriores, y con este, You Must Believe in Spring, los tres músicos navegan el nirvana.

Resplandor creativo. Respira el espíritu de Debussy, cantila el poderío orquestador de Ravel, deambula el espíritu romántico de Chopin. Danzan las hadas.

Sentado al piano, Bill Evans parece entrar en trance, como si la blancura de las teclas y su alto contraste con el color de los bemoles le atrajera como autómata y acercara más y más los ojos, la frente, la cabeza, a casi rozar las teclas, y la mirada no es de cíclope, como en los juegos de Cortázar, sencillamente porque los ojos los mantiene cerrados y el espíritu abierto a la lluvia de luz blanca que baña la estancia entera.

Escuchar música en vinilos marca diferencias radicales con la escucha en plataformas digitales. Pongamos por ejemplo a sonar el elepé Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, lado B, y sostengamos el ala diminuta del brazo del tocadiscos con pericia tal que le atinemos exactamente al surco donde inicia la pieza cuatro: Good Morning Good Mornig y escuchamos el canto de un gallo, luego un redoble en batería y despliegue elegantísimo de una sección completa de alientos metales que abre paso a un deslumbrante solo de guitarra a cargo de George Harrison mientras Ringo rinde contracantos en bataca y entonces escuchamos cantos de aves, maullido de un gato, ladridos y enmedio de la jauría escuchamos el galope de un corcel. La magia del vinilo: al cerrar los ojos, vemos al corcel atravesar de la bocina derecha hacia la bocina izquierda, hasta perderse en el bosque.

Otro ejemplo: Los discos de Pink Floyd están hechos para ser escuchados en vinilo. Todos.

Por lo pronto, tengo en mis manos el álbum de cuatro elepés titulado David Gilmour. Live at Pompeii, y pongo a sonar el surco dos del lado B del disco 1: The Great Gig in the Sky. Inenarrable.

Enseguida elijo el disco dos, lado B: High Hopes, para culminar el periplo con el disco cuatro, cara B: una versión espléndida, de 9:58 minutos del clásico de clásicos Comfortably Numb.

Enseguida, ponemos a sonar el fabuloso álbum de culto Pink Floyd at Pompeii y levantamos el vuelo desde los primeros acordes de Echoes. Todo parece flotar y todo está en su sitio. Es como escuchar una sinfonía.

La virtud del vinilo se agiganta en cuanto la música se desarrolla de manera abrumadora: los teclados de Rick Wright, la bataca de Nick Mason, el bajo poderosísimo de Roger Waters y la guitarra cósmica de David Gilmour. Viaje sideral.

Existe una versión mejorada hace pocos años del original, grabado en Pompeya en 1972. Vale la pena escuchar alternadamente la versión primera y las siguientes, en preparación al próximo gran acontecimiento para elogio del vinilo: el 2 de mayo saldrá a la venta la versión restaurada, remasterizada y aumentada para pantallas IMAX de esta epopeya cultural en Pompeya.

El sonido Dolby Atmos nos dará una dimensión nueva, diferente, de esta obra maestra que se inscribe en el listado de maravillas de la cultura universal.

Mientras llega a las tiendas este nuevo tesoro, levantamos nuevamente la tapa del tornamesas, sostenemos con los dedos índice y pulgar el ala diminuta del brazo del tocadiscos y todo es gis, bruma, ensoñaciones.

Luz prístina, el tornamesa.

X: @PabloEspinosaB

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