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Rinden tributo a Pepe Arévalo
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▲ José Luis Arévalo recordó que su padre, Pepe Arévalo, tocó por primera vez un instrumento a los 6 años de edad.Foto María Luisa Severiano
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▲ Aficionados, amigos y familiares se dieron cita en el salón Gran Forum, donde la Sinfónica de Coyoacán, Grupo Encuentro y Estudiantina La Salle amenizaron con algunos números musicales en honor a Pepe Arévalo, pilar en la música antillana creada en nuestro país.Foto María Luisa Severiano
 
Periódico La Jornada
Lunes 10 de marzo de 2025, p. 7

Pepe Arévalo. El Gran León de la Música Afroantillana. Así decía el epitafio de la caja de madera que contenía las cenizas de una persona, por él mismo catalogado, como parte del folclor urbano de la Ciudad de México.

Josué Ambrosio Arévalo, Pepe Arévalo, era una figura de la música popular en México que aprendió de la escuela cubana de son, pero que a lo largo de seis décadas de carrera imprimió su propio sello en todo grupo en el que participó.

Además de éxitos, cosechó un gran número de admiradores que, al mediodía de ayer, junto con amigos y familiares, le rindieron un homenaje en el salón Gran Forum, donde la Sinfónica de Coyoacán, Grupo Encuentro y Estudiantina La Salle amenizaron con algunos números musicales, entre éstos Rapsodia en azul que, a decir de su hijo José Luis –organizador del acto– era la pieza que deseaba que le pusieran cuando muriera.

Su deseo se concedió y en un ambiente blanco y negro, como se solicitó de código de vestimenta, sonó la pieza que creó la percepción de que el músico estaba ahí, sintiendo la vibración de las cuerdas de su piano, que por cierto fue colocado a manera de pleitesía.

El gran Pepe fue pianista de Daniel Santos y Toña La Negra, tocó seis veces para la familia real de Marruecos, regenteó el Bar León; creó su propio centro musical (El Gran León, en la colonia Roma); participó en 36 películas y tres telenovelas; apareció en programas televisivos como Siempre en Domingo y es el pilar en la música antillana creada en México.

Durante el homenaje, su hijo recordó detalles de la vida de su papá. Desde niño en el barrio le pusieron el apodo de El Ciego; nunca quiso seguir usando sus lentes ni para tocar. Era muy noviero, pero muy generoso. Participó en el movimiento la Rumba es Cultura, que surgió en las entrañas del famoso Bar León, rincón de sabor musical ubicado en la calle de Brasil, en el Centro Histórico. Y también mencionó que su padre cogió un instrumento por primera vez cuando tenía seis años.

Tengo más de 70 años tocando el piano, dijo alguna vez quien aseguraba que le había tocado la época más mágica en México, aquella de la vida nocturna de todo tipo en la que la música siempre tuvo un lugar especial.

Pero lo que más movía al autor de Oye Salomé era el placer de compartir. Y así lo hizo por muchos años, llevando su sonoridad a bailes populares, bares, centros nocturnos, reclusorios, centros educativos, a todas partes donde tuviera cabida la rumba, la música afroantillana.

Porque él no tocaba salsa, pues ese término era de mercadeo. Lo que sí existe es mambo, cumbia, danzón, chachachá, plena bomba y otros ritmos más, aseveraba el maestro, hombre generoso que el pasado 28 de febrero se fue a otro lado. Ya habían pasado muchos lustros de que había formado el trabuco Pepe Arévalo y sus mulatos con los que descargaba en El Gran León.

Pero nunca fuera del escenario, donde vivió hasta sus últimos tiempos, como pudo sentirse en el proscenio del Forum.

En un video proyectado en el acto, Pepe comentaba que había iniciado su carrera musical a pesar de que su padre no estaba de acuerdo. Trabajó con cubanos y mexicanos en varios grupos de son en ciudades como Acapulco y la capital del país.

Luego de trabajar con el puertorriqueño Daniel Santos y con Toña La Negra, formó su propia orquesta: Pepe Arévalo y su Tremenda Charanga. La gente del barrio comenta que se les podían ver seguido amenizando en fiestas en plena calle.

La bohemia sabrosona

José Luis Arévalo contó que cuando su padre tenía 13 años un amigo que era locutor lo llevó a la radio y ahí supieron de su talento, que reconocieron ofreciéndole dirigir la parte musical del programa La legión del amanecer. No obstante, su padre lo obligó a estudiar la carrera de contaduría. Al terminar sus estudios cumplió su deseo de ser músico y al poco tiempo consiguió chamba en un bar del centro.

Aprendió el son con amigos cubanos que tocaban en los bares y a los 17 él ya era un crack del piano.

Rapsodia en azul, pieza que Pepe deseaba escuchar, se diseminó con el poder sinfónico del combo de Coyoacán, que interpretó también Suite Andalucía, de Ernesto Lecuona, uno de los compositores favoritos de don Pepe. También sonó Nereidas, danzón de Amador Pérez Torres Dimas.

Y la pista del Forum se comenzó a poblar. En un palmito de terreno las parejas dibujaron un tabique imaginario para no salirse del ritmo. Le siguió Oye Salomé, que hizo que los bailarines tomaran incluso los pasillos del lugar para dedicar con su baile una celebración al tremendo charango, que hizo populares canciones como La negra Tomasa y Río Manzanares, entre otras que se quedan como flores perennes que siempre evocarán al espíritu de la bohemia sabrosona de México.