a llegada de Donald Trump a la Casa Blanca está moviendo a miles de activistas que observan con razonable estupor algunas de sus medidas, se lanzan a las redes sociales a formular sus críticas y unos cuantos también ocupan las calles. Es un fenómeno similar al que ocurre en Argentina bajo Javier Milei, donde cientos de miles se manifestaron días atrás en marchas antifascistas y antirracistas, y en contra de su discurso homófobo.
Es importante resistir las políticas de Trump, de Milei y de otros personajes como Bukele, porque están destruyendo las organizaciones del campo popular, limitando la capacidad de movilizarse y hasta de opinar, generando un clima de revancha machista y racista. La represión contra las resistencias combinada con la exacerbación del extractivismo, dibujan un panorama complejo que puede hacer retroceder a los movimientos varias décadas.
Sin embargo, la resistencia a los Trump no nos puede hacer olvidar las terribles políticas de los Biden, su responsabilidad en crímenes y genocidios, la intensificación de la represión combinada con cooptación de las organizaciones sociales. Una aclaración: no tengo la menor duda de que Trump, y Milei, pertenecen a la estirpe de los monstruos
a los que se refería Gramsci cuando destacaba que el viejo mundo está muriendo y el nuevo mundo lucha por nacer
. Ahí radica uno de los nudos del problema que pretendo debatir.
No alcanza con oponerse a los monstruos, sin tener una política alternativa a eso que se ha dado en llamar el mal menor
. Para una niña de Gaza, de Siria, de una comunidad campesina de Guerrero o Chiapas, no hay tal mal menor
porque no existe diferencia de fondo entre un Trump y un Biden. Cada quien puede encontrar en su entorno los nombres que encarnan a uno y a otro.
La principal diferencia, si no la única, entre estas dos versiones de la dominación, es que son dos modos de prolongar la vida del capitalismo. Cada una hace hincapié en un aspecto, es más o menos hipócrita y utiliza el doble discurso en dosis diferentes. Una busca confrontar. La otra cooptar. En ambos casos con la pistola en la cabeza.
No creo que sea de utilidad mentar con tanta asiduidad el concepto/adjetivo fascista
. Tengo dos objeciones. Si todo lo que rechazamos es fascismo, finalmente nada lo es. Cada concepto o idea fuerza debe ser usado de modo acotado a lo que se describe y analiza. Usarlo como adjetivo es una mala praxis. Hasta Milei utiliza el adjetivo fascista
para referirse a quienes se manifiestan contra su homofobia y su rechazo al feminismo y los derechos de las disidencias sexuales.
El fascismo, por otro lado, es una experiencia europea, genocida, traumática, quizá lo peor que han vivido las clases populares de ese continente en su historia reciente. Nuestros pueblos han vivido la Conquista, la catástrofe demográfica, la desaparición de grupos étnicos, la destrucción intencional de los valores, objetos y creaciones culturales de los pueblos originarios. Por eso no creo que lo vivido por los pueblos mesoamericanos, andinos y amazónicos durante estos cinco siglos sea comparable con la barbarie fascista. Es diferente, ni peor ni menos malo, y por eso no debemos aplicar conceptos nacidos en otras geografías. No caigamos en colonialismo en el uso de ideas.
El tema de fondo es que detrás de la necesaria movilización contra los Trump, debe haber alguna estrategia que no se limite a reponer en el gobierno a los gobernantes anteriores, con la misma o similar camiseta. Kamala Harris en lugar de Trump es una pésima opción, porque es más de lo mismo, pero con una sonrisa para cautivar clientes/electores. Así funciona el marketing capitalista.
La falta de estrategias alternativas es una de las principales señas de identidad de la crisis de las izquierdas. La otra es la desaparición de la voluntad anticapitalista. Ahora se conforman con bajar algunos puntos el desempleo y la pobreza, aprobar algunas leyes sobre derechos, pero sabemos que la forma cíclica como funciona esta economía los volverá a subir poco después. Todas las conquistas
del progresismo se fueron evaporando durante la crisis post 2008, tarea que remataron los gobiernos de derecha.
Si no hay cambios estructurales, que no los hay, las tales conquistas se las lleva el viento de la acumulación por despojo, que sí funciona bajo cualquier gobierno. Este sigue siendo el nudo que precisamos desatar.
¿Cómo hacemos para salir de la oscilación demócratas-republicanos, progresismo-conservadurismo? Esta lógica de hierro tiene atrapados a intelectuales y movimientos, que a menudo no encuentran respuestas o se adhieren al mal menor
.
Si no es posible salir del péndulo demócratas-republicanos, y todo lo que sigue en cada geografía; si no es posible salir del dilema Biden-Trump, y lo que toque en cada territorio, ¿qué decimos a la niña de Gaza, de Siria, de Guerrero o de Chiapas? ¿Que se conformen con los crímenes del mal menor
?
La evolución de los movimientos de abajo habla por sí sola. La fuerza destituyente que tuvieron fue debilitada bajo los gobiernos progresistas, ya que apostaron a recibir programas sociales y una parte de sus dirigentes se incrustaron en las instituciones. Luego, cuando llegan las derechas duras, ya no tienen fuerza para resistir y rebelarse. Esto es exactamente lo que sucedió con los piqueteros argentinos y con los movimientos brasileños, salvo excepciones.
Socavada la potencia destituyente, no les queda otra opción que plegarse a las instituciones y apostarle todo a las elecciones. No hay balance ni autocrítica. En tanto, el despojo se profundiza y las bases sociales más afectadas por el modelo, terminan alejándose de movimientos y fuerzas políticas que habían apoyado. Milei es hijo de esta lógica.
Las alternativas al dilema Trump-Biden, o los nombres que prefieran, no las encontraremos, nunca, en los intersticios de las instituciones estatales, sino en las resistencias.