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Triunfan Adame y Silveti ante otro encierro sin fondo, y Ponce en su despedida con uno de regalo
 
Periódico La Jornada
Jueves 6 de febrero de 2025, p. a30

Tiempo habrá de analizar con más detenimiento la importancia e influencia del diestro valenciano Enrique Ponce en los rumbos tomados por la fiesta de los toros a lo largo de más de tres décadas de actividad profesional como primera figura de los ruedos.

Por lo pronto, ayer en la Plaza México, que cumplió 79 años, se embarullaron un tanto los alternantes en el paseíllo y los portadores de una inmensa bandera al desplegarla sobre el ruedo y entonar, todos a una voz, el Himno Nacional con motivo de otro aniversario de la pobre Constitución, no por modificada menos incumplida. Se lidió un encierro de Los Encinos, favorito de las figuras, con todo lo que ello implica.

Media hora después del himno, de un reconocimiento y ovación unánime al valenciano, saltó a la arena el primero de la tarde, que sin emplearse en el capote recibió una vara y llegó con recorrido a la muleta de Alejandro Adame (25 años de edad, dos de matador y seis corridas el año pasado), que confirmó su alternativa y, con serenidad, temple y buen gusto, ligó varias tandas por ambos lados, supliendo la falta de transmisión del toro para culminar con certera estocada.

Obtuvo merecida oreja. Con el cierraplaza, este Adame, con notable potencial, quitó por templadas chicuelinas y estructuró un empeñoso trasteo por encima de la deslucida embestida.

Enrique Ponce (53 años, 35 de alternativa y seis tardes este año) enfrentó primero a otro cornipaso o con los pitones vueltos hacia los lados y débil de remos que no embistió. Dejó tres cuartos de acero muy caídos. Con su segundo y en principio último en esta plaza, otro que se quedaba corto, Ponce desplegó todos sus recursos para sacar agua de las piedras y hacer embestir a una mesa con cuernos, como tantas tardes a lo largo de más de tres décadas. Hubo algunos detalles, pero ni con Las Golondrinas logró conmover los poblados tendidos.

Un toro mejor armado y con recorrido, aunque también escaso de transmisión, tocó en suerte a Diego Silveti, que consiguió un trasteo parsimonioso y elegante más que emocionante, pues la docilidad del toro lo impedía. Mató de estocada recibiendo, aunque de defectuosa colocación, y el juez Enrique Braun, contagiado por la euforia, soltó las dos orejas para beneplácito de todos.

En quinto lugar salió un berrendo bien armado al que Diego lanceó de inicio y quitó por gaoneras más quietas que templadas. Luego sucesión de embestidas pasadoras y anodinas que gustan a los que figuran, pinchazo y entera desprendida.

Ahora, como el valenciano no conoce imposibles y ante la insistencia del público, alguien autorizó un toro de regalo, también de Los Encinos, costumbre que fue prohibida luego de tanto abuso, con el que dejó algunas verónicas y una chicuelina. Luego saltó un espontáneo que animó el ambiente y Ponce logró trazar muletazos de los suyos ante otro astado deslucido para que el público extasiado gritara ¡torero, torero! y viera por fin su poncemanía correspondida. Tres cuartos de espada traseros, dos orejas, mariachi en el ruedo, El Rey en voz de Pepe Aguilar, y luego otras, bonito juego de luces, miles de celulares encendidos y la apoteosis.

¿Qué hará la fiesta sin Ponce? Tal vez rectificar el camino, aunque luego de tres décadas parece difícil.