Opinión
Ver día anteriorLunes 3 de febrero de 2025Ediciones anteriores
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Conversación envenenada
S

i algo necesitamos con urgencia es poner aranceles a Donald Trump por el tiempo de conversación que nos hace perder. Sus productos tóxicos de exportación verbosa son tantos que saldría caro incluso para un magnate como él (en realidad, inflado por los verdaderos magnates). Nos envenena a una escala atroz. Y eso que la llamada conversación pública (expresión al gusto de las cabezas parlantes de la televisión privada) está de por sí contaminada de mugre y tontería en México, ya no digamos Estados Unidos, donde el índice de contaminación ética y enrarecimiento mental alcanza una irrespirable densidad, aturde, nubla la visión, deja en la boca un sabor del carajo y no queda de otra que escupir para no vomitar. No importa que debamos recurrir a las redes sociales propiedad de los contlapaches de Trump, quienes nos tienen como sus rehenes virtuales.

De hecho, además de los aranceles, a éstos procedería multarlos por su escandalosa contribución al ambiente envenenado. El espacio que dan a la crítica es mínimo si se compara con el que regalan a la conversación basura, los prejuicios, las mentiras, la ignorancia, la perfidia, el intervencionismo, el mal gusto y el mal aliento que echa sobre nosotros el magnate bocón.

Típico del trickster: sentenciado por la justicia, nos la sentencia gacho y tan campante. Señala para allá ¡al ladrón, al ladrón!, mientras carga lo robado en las manos. Ni siquiera se molesta en ocultarlo (puedo dispara a cualquiera en la Quinta Avenida y bla, bla). ¿Dónde estás, Mark Twain? Y si tantos millones de gabachos votaron por esa cosa y sus promesas, sería justo que el pago de los nuevos aranceles por nuestro tiempo perdido de conversación y pensamiento recayera en sus bolsillos y sus impuestos, si bien es difícil que les quede mucho después de que su ídolo termine de esquilmarlos a placer y ellos tan contentos vitoreando su propio desastre. Pobres infelices.

Por cierto, propongo un arancel adicional para compensar, así sea simbólicamente, a los compañeros jornaleros David Brooks y Jim Cason por todo el tiempo, la bilis y el desgaste nada proustiano que demanda cubrir al vociferante y reportar el alcance de sus ocurrencias.

A los neopolkos domésticos, a la intelectualidad desguanzada de la derecha y a la bobería reaccionaria en general bastaría con reprobarlos en Historia de México y multarlos por estorbar la soberanía nacional.

Para los negacionistas canallas del cambio climático (drill, baby, drill!) resulta estratégico ensuciar el medio ambiente mental, anegarlo de miedo, fatalismo, indignación, angustia, sorpresa, desinformación y amargura hasta en la risa. Nunca había extrañado tanto a Frank Zappa.

¿Cómo reír, cómo lograr parodias a la Dr. Strangelove (Stanley Kubrick, 1964) o Un jardinero con suerte (Hal Ashby, 1979, con base en la divertida novela de Jerzy Kosinski Being There)? Sí, también extraño a Peter Sellers por mostrarnos con gracia cómo un idiota puede llegar a presidente. Aunque su personaje, Chance, es un simple con buen corazón. La diferencia importa. Lo que vemos estos días no mueve a la risa, la ironía ni la ternura. Peor aún, no es fábula, sino una calamidad que escribe frenéticamente una o varias páginas de la Historia futura, dentro de la línea de Nerón y Calígula, en la zona grotesca de esa historia imperial romana tan al agrado de los amos de Washington desde el siglo XVIII.

Acúsenme de marxista si quieren, pero permítanme decir que también echo de menos a los hermanos Marx, en especial a Groucho. El lenguaje y la lógica, hoy bajo amenaza, estarían a salvo con él.

Nos queda el humor desechable de los memes y los tiktoks, que cuando menos son de matriz china. A los migrantes en el norte les toca echarse a correr u ocultarse en una bodega. Ningún ja, ja que les devuelva el aliento. Ningún viento de sensatez o empatía que se lleve el aire viciado que impone su agenda a los gobiernos del mundo, en especial los vecinos de Estados Unidos: Canadá, Groenlandia y sobre todo México. Al predecir el futuro de una monarquía imperial en su país, Mark Twain consideró que el paso siguiente consistiría en atacar y mofarse de las repúblicas y las democracias.

Ni qué decir lo que se podría hacer con el pago de los justificados aranceles a la lengua y los dientes de Trump & Co. Obra pública, cultura, recuperación del agro y protección del maíz, inversión en salud. Sería apenas lo correcto antes de que la orina se nos ponga negra y la sonrisa se nos congele en una mueca de ira y resignación. No nos vaya a pasar lo que al crítico vienés Karl Kraus, quien ante el advenimiento de los nazis dijo: Sobre Hitler no se me ocurre nada, y enseguida escribió su libro más voluminoso, La tercera noche de Walpurgis, y eso que, muerto en 1936, no vivió para presenciar el desenlace.

Nos esperan cuatro años, que amenazan con duplicarse o perpetuarse, de atención intoxicada, pérdida de tiempo y de muchas otras cosas más. Tiempo nos va a faltar para seguirnos peleando por Emilia Pérez, pues los sueños, cine son.