os primeros 10 días del gobierno de Donald Trump se caracterizan por su similitud con aquella ofensiva en que las fuerzas armadas estadunidenses barrieron con el régimen de Hussein en Irak. Lo que el entonces presidente Bush no previó, o no le alcanzó la imaginación para prever, es que Irak se convertiría en un nación ingobernable en el que facciones de todos colores se disputarían el poder.
En el caso de Donald Trump, la intención de él es cambiar de raíz al Estado democrático del país. En principio mediante una avalancha de casi 100 decretos a sabiendas de que algunos de ellos violan la Constitución. Más de un agudo y respetado analista considera que el republicano es un subnormal
. Tal vez lo sea, pero no en el sentido de su capacidad mental, sino por sus dotes únicas para perpetrar vesanias y toda clase de arbitrariedades.
En los últimos cuatro años armó una serie de propuestas con el concurso de varios legisladores de su partido y un grupo de colaboradores, que no se distinguen necesariamente por su capacidad para dirigir el gobierno. Algunos de ellos apoyaron con millones su campaña, y ahora que son parte de la administración están dispuestos a usarla como instrumento para acrecentar aún más su riqueza y la de su jefe.
Trump cayó en cuenta que la Constitución y las leyes que emanan de ella se pueden violar, y así romper todas las barreras que la protegen, con sólo su voluntad y la de quienes él designe como instrumentos para hacerlo.
No otra cosa es resultado de sus disposiciones recientes: la suspensión de todos los apoyos a organizaciones no lucrativas, muchas de las cuales tienen una relación estrecha con el gobierno; la decisión de correr a la plana mayor del FBI, y los cientos de investigadores que ahí laboran por el delito de cumplir con su deber investigando los hechos de la asonada en el Capitolio, y la grave decisión de no reconocer como ciudadanos a quienes nacen en territorio estadunidense de padres extranjeros.
A esas barbaridades se agregan otras como su decisión unilateral de gravar con 25 por ciento los productos que Estados Unidos importan de México y Canadá, pasando por encima del convenio trilateral que regula las relaciones comerciales entre las tres naciones. Las excusas para esta decisión son torpes y cambian día con día. Hoy es la migración, mañana es el déficit comercial, al día siguiente es el trasiego de drogas.
Sin embargo, la desmedida ambición y el deseo de venganza que lo caracteriza, pudieran tropezar nuevamente con un Estado que, aunque cimbrado en las últimas semanas por los arrebatos de su jefe máximo, es lo suficientemente complejo y estructurado como para frenar, o al menos postergar, que se concreten de inmediato todas sus ocurrencias. Una de esas estructuras es la burocracia, que con sus miles de servidores de carrera, mueve al país.
Ese elefante que se llama gobierno, será todo un reto moverlo para que de la noche a la mañana su compleja maquinaria cambie procedimientos y hábitos. Un ejemplo es el desastre y confusión que causó la orden ejecutiva que sus colaboradores prepararon para su firma con el objetivo de suspender el apoyo a las decenas de organizaciones que trabajan con el gobierno en diferentes áreas. Fue redactada de tal manera que causó pavor por sus consecuencias inmediatas, y confusión para implementarla. Una oficina dependiente del propio Ejecutivo tuvo que ordenar se postergara en tanto se aclarara la forma de llevarla a cabo.
En cualquier sociedad medianamente sana, los efectos de las medidas de la actual administración serían causa para que la población rectifique su voto en las próximas elecciones legislativas cuando regrese a las urnas.
Su promesa de abaratar alimentos y demás productos de consumo cotidiano se verá como una gran mentira. Más aún, ante la posibilidad de que incluso aumenten como saga de los aranceles que arbitrariamente se impusieron a las importaciones.
Es probable que las condiciones de las mayorías más necesitadas se agravarán por la disposición de Trump de suprimir todas y cada una de las iniciativas que en su beneficio instrumentó el gobierno anterior, como la reducción en los precios de las medicinas o los paquetes de apoyo a los menores en los hogares más necesitados. Sería deseable que, esos y otros espejismos, en dos años, puedan determinar un cambio en el ánimo del electorado.