se liberan de todo lo que han pasadodurante las cuatro horas que acuden a la
escuelitaen el campamento.Foto Víctor Camacho
Domingo 19 de enero de 2025, p. 4
Irapuato, Gto., Han sido testigos del viacrucis que sufren sus familias para llegar a Estados Unidos; han padecido hambre, el frío intenso de las madrugadas al viajar por tren; viven en casas de campaña, sin ir a la escuela desde hace meses y algunos peregrinan para reunirse con sus padres. Son los niños migrantes que cruzan por México.
En el famoso Puente de la Coca Cola, ubicado a escasos pasos de las vías férreas por donde transita La Bestia –locomotora que muchos extranjeros montan para llegar a Torreón o Guadalajara–, se encuentran alrededor de 15 menores, en su mayoría venezolanos y centroamericanos. Entre los más pequeños está Miguel, de un año de edad; Ángeles es de las más grandes, con 10 años.
Algunos de ellos, sobre todo los que esperan obtener una cita CBP One para solicitar asilo en Estados Unidos –sistema que está en riesgo de terminar con el próximo presidente Donald Trump–, llevan más de cuatro meses viviendo en condición de calle, protegidos sólo por una casa de campaña con unas cuantas cobijas y tablas de madera, debajo del puente vehicular.
La venezolana Ángeles platica a este diario que llegó a Irapuato con su madre, tres hermanos y su padrastro, hace mes y medio, pero tiene más tiempo
que dejó Venezuela, porque vivió en Perú antes de iniciar su viaje a Estados Unidos.
Mientras ilumina un dibujo, expresa que el sueño de entrar a ese país la emociona porque allá quiero estar haciendo mis metas
, como seguir estudiando. Por eso, dice, se prepara para hablar inglés: Tengo una aplicación en mi teléfono (celular) y he aprendido a decir café, té, gracias y hola
.
Migración nos golpeó
Agrega que el viaje ha sido una aventura muy buena porque hemos aprendido a valorar lo que tenemos
, pero reconoce que no todos los momentos han sido felices: Llegué aquí porque Migración nos agarró y nos golpeó. A mí Migración me empujó y a mi hermanito de cuatro años lo agarraron porque mi padrastro estaba con él, cubriéndolo, y lo empujaron al piso. Fue algo triste porque a mi padrastro lo agarraron entre tres y le dieron de patadas. A mi mamá le mordieron el dedo. Después nos dejaron ir
, relata.
Este hecho, afirma, provocó que ya no siguieran su camino hacia los estados de la frontera norte, por lo que esperarán a obtener la cita CBP One. Con el favor de Dios de que nos salga, vamos a pasar a otro nivel
, confía.
En este campamento, en medio de la avenida Guerrero, con el tránsito constante de autos y el paso de trenes que en su mayoría van a rumbos que no interesan a los migrantes, como la Ciudad de México, los infantes reciben apoyo del centro de atención integral Amigos del Tren.
En las instalaciones de esta organización, ubicadas enfrente del puente vehicular, los viajeros pueden bañarse, lavar ropa y tener acceso a agua potable y objetos de higiene personal. Asimismo, reciben alimentación y servicios médicos. También proporcionan clases a los niños, con apoyo del Consejo Nacional de Fomento Educativo (Conafe), que de lunes a viernes envía a dos maestras.
Noemí Estrada es una de ellas. En entrevista, explica que hace alrededor de un año inició el programa educativo. La escuelita
se habilita en el puente vehicular, con una mesa mediana y unas 10 sillas. Alrededor de ella, los niños se sientan para iluminar con crayolas, recortar, dibujar y aprender matemáticas y lectoescritura, con el material que Conafe proporciona.
La única pared de esta escuela es uno de los pilares del puente, donde las maestras colocan los trabajos en clase, como imágenes de perritos y estrellas iluminados por los alumnos y el nombre de cada uno de ellos.
Población fluctuante
Noemí indica que la población que atienden es fluctuante, ya que la mayoría de los niños están uno o dos días, hasta una semana, y después se van para seguir subiendo al norte. Entre ellos hay quienes nunca han estado en un aula y a otros se les ha olvidado lo aprendido.
Externa que la relación con estos menores la lleva a escuchar las situaciones muy difíciles
que les ha tocado vivir. Nos platican desde sus tradiciones hasta lo que les pasa en el trayecto. Hay niños que han sufrido secuestros y otros cuyos familiares han caído del tren y han perdido alguna extremidad del cuerpo
.
Noemí destaca que frente a esto y pese al bullicio del pitido del tren y el paso de autos, la escuelita es un espacio de cuatro horas donde ellos se liberan de todo lo que han pasado. Jugamos y tratamos de hacer actividades que les gusten
.
Briagna, venezolana de 8 años, participa en las actividades escolares. A su corta edad ya ha viajado tres veces en tren de carga, donde aunque te tapes con miles de cobijas, tienes mucho frío
. También ya vivió la experiencia de entregarse a las autoridades de Estados Unidos, pero fue regresada junto con su mamá, tías y prima, a Tabasco.
Todas volvieron a subir, porque el papá de Briagna está en Texas, pero pronto será deportado. Él estaba en un refugio y le salió deportación. Entonces estamos esperándolo
.
Las familias y demás personas que acampan en este lugar, alrededor de 70, tienen muy pocos recursos, por lo que se apoyan de las donaciones de alimentos y ropa. Por ello montan el tren, pues tampoco tienen dinero suficiente para ir en autobús o combis.