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Putin en Asia: un bloque distinto
E

l presidente ruso Vladimir Putin visitó Vietnam, donde firmó al menos una docena de acuerdos con su homólogo To Lam. Éstos incluyen el suministro de combustibles fósiles, así como incrementos de la cooperación bilateral en educación, ciencia y tecnología, exploración de gas y petróleo y en energía renovable. Se contempla también trabajar en un plan para abrir un centro de ciencia y tecnología nuclear en Vietnam, pero sin duda lo más significativo es el entendimiento para desarrollar una arquitectura fiable de seguridad en la región Asia-Pacífico con el fin de hacer frente a desafíos de seguridad no tradicionales. También llama la atención el reconocimiento de que se firmaron documentos cuyo contenido se mantendrá reservado.

Sumado al constante fortalecimiento de sus lazos con China y a la firma de un tratado de protección mutua con Corea del Norte que se anunció apenas el miércoles, el nuevo nivel de relaciones Moscú-Hanói pone de manifiesto la determinación de Putin para romper el cerco con que Washington y sus aliados en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) intentan reducir a Rusia a un vasallo de Occidente, sin capacidad para afirmar sus propios intereses y jugar un papel geopolítico en términos soberanos.

La reacción del jefe de la OTAN, Jens Stoltenberg, ante los acuerdos signados por el mandatario ruso deja claro que el bloque occidental se encuentra comprometido con el resurgimiento de la guerra fría, entendida como un orden mundial en que todos los estados son presionados para adscribirse a uno de los bandos en pugna y en que existe una persistente amenaza de guerra, la cual puede estallar en cualquier parte del globo, según los intereses de los actores hegemónicos.

Es evidente que en el bloque liderado por Estados Unidos poco o nada ha cambiado respecto al siglo pasado: Washington continúa siendo el dirigente indiscutido, con Europa (hoy, la Unión Europea más Reino Unido), Canadá, Japón, Australia y Corea del Sur obedeciendo de manera ciega sus directrices, incluso cuando atentan contra su bienestar nacional –como ocurre con el autosabotaje que se perpetran las economías europeas al renunciar a los energéticos rusos o propiciar su encarecimiento–. Sin embargo, la situación es muy distinta en el antes llamado Bloque del Este: Moscú no sólo no enarbola ninguna ideología opuesta al capitalismo salvaje, sino que además entra al conflicto como socio menor de la gigantesca economía china. Pekín, por su parte, se distingue porque hasta ahora se ha abstenido del uso de la fuerza como recurso para la consecución de sus objetivos, los cuales logra a través de la diplomacia, el uso estratégico de sus inversiones y un impulso sinigual al avance tecnológico.

Uno de los pocos contenciosos en que el gigante asiático combina las estrategias referidas con exhibiciones de su músculo militar es la disputa por las aguas territoriales del mar de China Meridional, en la que choca con Vietnam y otros de sus vecinos. En este sentido, es improbable que Putin se haya acercado a Hanói a espaldas de Pekín, por lo que pareciera encaminado a jugar un saludable papel mediador entre sus aliados, lo cual reduciría las tensiones regionales y permitiría a todos los implicados concentrarse en alcanzar sus objetivos de desarrollo. Cabe esperar que esta tónica predomine en las relaciones de Rusia con Asia, y que se frustre la expectativa occidental de arrastrar al mundo a un escenario de tensión permanente.