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Isocronías

Diéresis sobre las íes

–S

i se les pone ceniza la cara, o si se les ilumina…, tal mi manera de saber si mis sugerencias respecto a su trabajo son o no acertadas –dijo.

Supe en su momento, por sendas pláticas, pero un caso me era bastante cercano, de dos niñas de siete años cuyas respuestas a ciertas cuestiones podrían de modo general situarse en extremos, pesimista el de una, optimista el de la otra.

Primer caso: la madre insiste en que la hija no ha estudiado, es su tarea escolar, geometría, y en que tiene que hacerlo; la niña se desespera ante el asedio (o atento cuidado) materno y contesta airada: Si de todos modos me voy a morir, ¿para qué quiero saber geometría?

Del segundo supe por la mamá de la pequeña, ya ahora adulta. Diálogo entre ambas: Antes de que yo naciera, ¿dónde estaba? Pues quién sabe, en la Nada, seguramente. Y cuando me muera, ¿a dónde voy a ir? Pues lo más probable es que a la Nada. Entonces tengo que aprovechar.

Hablando de escritura, muy en particular de poesía, becas, publicaciones, lecturas, entrevistas, incluso por lo general encuentros, suelen entrar en el ámbito de la ceremonia. La escritura, muy en particular la poesía, es ritual o no es.

Cuando uno/a de mis talleristas señala como poeta destacado/a o multipremiado/a o grande a alguien, me permito solicitar que diga un verso de esa persona, de ese/a poeta. Lo común es que no recuerde ninguno. Se la pongo más fácil entonces, y ya el resultado no es tan negativo: no un verso, el título de un poema que le haya gustado. Digamos que en entre 35 y 40 por ciento de los casos, ¿más?, la memoria no acude en su ayuda. Con tal procedimiento desde luego no tratamos de cuestionar a ningún autor o autora, sino (y tan sólo) la visión tan fácilmente admirativa, y algo alelada según se ve, del aprendiz de poeta y presunto lector.

El éxito (con o sin comillas), esa mundanidad de lo no mundano –al menos cuando de arte se habla.

Una paráfrasis: A ciertos poetas –que, es claro, no abundan– la poesía les obedece porque quieren lo que quiere la ley de la poesía.

Los poemas no se redactan, se escriben o, mejor, se hacen, y para ser más claros se hacen en nosotros, con nosotros, y no nos queda más remedio que escribirlos.

Hay las estériles y las fértiles rutinas, y a veces me da por pensar que con sólo abordar como fértiles las estériles, éstas se transmutarían en aquéllas.