éxico ha optado por la vía democrática. La transición tiene ahora rumbo. Más de 60 por ciento salió a votar, es probablemente la señal más luminosa de las elecciones 2024. Dirimir las grandes ofertas políticas mediante el voto es una cualidad de sociedades maduras. Pese al calor, el sol inclemente y largas filas, los ciudadanos acudieron las casillas. Ejercieron su derecho al voto y legitimaron ampliamente el ejercicio de las urnas.
El triunfo contundente y amplísimo de Claudia y de los candidatos de Morena, literalmente fracturaron la apuesta de la oposición. Exhibió la pobreza conceptual y programática de la derecha. Después de 2021, y pírricas victorias, la oposición creyó encontrar la ruta para doblegar a Morena. Desarrolló un discurso de odio, de crítica implacable al gobierno de AMLO. Se encajó con la crítica a la estrategia de seguridad y violencia. Y no dejaba pasar ningún error porque era magnificado. Creyeron que esta estrategia de descrédito le alcanzaría para que la población desaprobara al gobierno y así, recuperar el poder perdido. Y al mismo tiempo, la oposición se presentaba como la fuerza restauradora de cambio.
El triunfo de Claudia es incontrovertible. La ciudadanía cumplió y confirmó la configuración de un nuevo la mapa político que se viene perfilando desde 2018.
El nivel de participación y la distancia entre Claudia y Xóchitl es tal, que disuade la narrativa de la elección de Estado. La anulación de la elección se antoja risible. La judicialización del proceso será un ejercicio infructuoso. Pareciera una cortina humo justificatoria para las decadentes dirigencias del PRI, el PAN y el PRD.
El PRI desde 2015 viene decayendo de manera estrepitosa. Recordemos en tiempos de Peña Nieto, en aquellas intermedias, Manlio Fabio Beltrones presentó su renuncia en junio de 2016 como presidente del PRI ante los malos resultados electorales. Perdió seis entidades: Aguascalientes, Chihuahua, Durango, Quintana Roo, Tamaulipas y Veracruz.
De 2015 a la fecha el tobogán ha sido imparable, el PRI ha pasado de tener el dominio en 19 estados a sólo en dos. Alito Moreno ha sido un actor destacado de la debacle del otrora invencible Revolucionario Institucional.
La conducción nacional de Rafael Alejandro Moreno Cárdenas, alias Alito, ha sido de desastre y es un pesado gravamen. Independientemente de los audios inculpadores, el ex gobernador de Campeche remueve fibras políticas muy vulnerables de su partido: la corrupción y el agandalle. La práctica sistémica de corrupción y autoritarismo ejercidos, son parte de una identidad siniestra del partido, a veces impenetrable por los sólidos tejidos de complicidad. La corrupción institucional es un sello, una impronta que el PRI remolca desde su fundación.
Alito simboliza esa oscura paradoja que forma parte del ADN del partido. Esto es, el pragmatismo extremo alejado de los principios y valores éticos. A pesar de sus malos resultados como líder, pugnó por mantenerse en el poder a costa de todo, no importa cómo ni cuánto ni a costa de quién. Los cochupos son la religión profesada entre los políticos como que construye actores sin moralidad y fabrica instituciones a modo, que regodean la jactancia del apetito por el control. Alito, además de corrupto, es un personaje vulgar y pendenciero.
El PRI está profundamente fracturado. La salida de Alejandra del Moral y de Alfredo del Mazo, en el estado de México, propiciaron uno de los resultados más desastrosos del tricolor en la entidad mexiquense. Alito resiste rebeliones internas y compra voluntades. Todo para mantenerse al frente del partido y su dominio. Sin embargo, este resultado 2024 adverso lo coloca en la antesala de la destitución.
El México contemporáneo ha optado por la continuidad de la política social de la 4T. Sin embargo, la oposición representa casi 30 por ciento y son una parte central del país. Queda claro que los liderazgos turbios de la oposición son un dique que impide su viabilidad. Probablemente, con nuevos actores, dirigentes más frescos con menos pasado de corrupción se operen nuevas rutas. La oposición está obligada a la renovación.
El proceso 2024 fue bien complejo. Los partidos se encargaron de violar todas las leyes electorales. Adelantaron del proceso electoral, no respetaron las acciones afirmativas y se dio el manejo oscuro de recursos económicos. Ante la complacencia de las autoridades electorales que no sólo se vieron permisivas sino rebasadas. Tanto los institutos electorales como los tribunales fueron desbordados. Confirman la necesidad de una reforma electoral a fondo. La reforma de 2014 no sólo resulta ya obsoleta, sino que es confusa para una competencia leal.
El resultado electoral coloca a los actores y a los partidos políticos en su lugar. También, a los ciudadanos nos permite comprender las nuevas voluntades colectivas. Tanto las visibles como las subterráneas. Pese a la mayoría en cámaras, el país requiere de acuerdos consensuados y nuevas mayorías pactadas. Claudia ha prometido trabajar desde la diversidad y atenuar una mayor polarización que atasque los avances sociales.
La ciudadanía mediante el voto ha otorgado un mandato. Requiere que la clase política lo baje y respete ese encargo. Cambios con democracia y democracia con principios.