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Mando, pueblo y oposición
L

a voluntad ciudadana ha dictado su veredicto: quiere la continuidad de un modelo justiciero que la atienda y represente. Le ha conferido el mando a un proyecto de gobierno que puso, en su mira e interés, las vastas necesidades y aspiraciones de la mayoría del pueblo. Saben que nunca extravió su ruta quien dirigió los esfuerzos transformadores. La siguió puntualmente, con ­esmero y puntillosa congruencia. Y, por respuesta inequívoca, de ese mismo pueblo, le ha conferido, a la nueva propuesta, los instrumentos de mando para que pueda proseguir su tarea. A los opositores les espera un largo y penoso trabajo de meditación y compostura. El severo golpe que han recibido les obliga a repensar, en su totalidad, el camino ensayado. Ese pueblo, que han ninguneado y borrado de su vista y alegatos, los ha dejado en el franco y triste desamparo.

La flamante opinocracia tiene que recomponer sus posturas y discurso si quiere seguir en el candelero mediático. Los empresarios, propietarios de los medios masivos de comunicación no podrán evitar el clamor de la plaza, llena al tope. Deben saber que sus adalides, esos, situados, por su propia conveniencia, al frente de la conducción interesada, perdieron sustento y rumbo. Se han distanciado de las mayorías y le hablan a cada vez más reducidos conjuntos de lectores y oyentes. A sus ralos auditorios les han inoculado sus propios rencores y hartas fobias. Les han transmitido sus mismas cegueras acerca de lo que sucede, se transforma y cambia. Los han confinado a formalidades de una realidad sociopolítica que han copiado, durante años, de manuales ajenos. Y retornan tediosamente a esa ruta con una frecuencia insidiosa. Creyeron en una candidata que inventaron a la ligera y le celebraron su lenguaje inapropiado. Sólo ellos mismos lanzaron vítores anticipados y con malabarismos conceptuales en lugar de ideas y ofertas entendibles, la hicieron triunfadora anticipada. En verdad creyeron haber encontrado el talismán femenino que derrotaría a una rival, cuya capacidad, limpieza y trayectoria, estuvo siempre por encima de sus tentativas. Tendrán que olvidarse de presentar modelos de sistemas ajenos y distintos paladines externos. Será táctica baladí recitar, para todo tiempo y lugar, a gobiernos ejemplares, repletos de balances y contrapesos para exigirlos como propios. Este pueblo mexicano, en cambio, apoyará al gobierno que siempre lo tenga, fijamente, en sus prioridades.

Primero los pobres es la humana estrategia política. Una verdadera cruzada y consigna a la cual respondieron millones de mexicanos. Más todavía aquellos que habían caído en ese enorme pliegue de los marginados. Cifras de dolientes que no contaban sino en algún sobre lacrado por el olvido. Pero resulta que ahí están y saben votar a conciencia por aquellos que los atienden. Mandataron al sistema electoral para que se constituya un gobierno a su medida y representación, tal como lo ha hecho este que llega a sus momentos finales. Tras largas décadas de sentirse exilados de la historia presente, han retomado su poder. El voto los ha vivificado de sopetón desde ese famoso 2018 y no quieren salir de ella. Menos todavía si quienes deseaban sustituir a los morenos son los mismos que los tenían arrumbados en el desprecio más racista posible. Esos que han dicho que atenderlos sólo es táctica electorera de un líder que los usa y desusa sin contemplación. Son, para esos opositores ambiciosos, un territorio ajeno que, dicen, sirvió para construir élites autoritarias. Ineficientes gobiernos que impiden las entregas, casi gratuitas, de los bienes públicos. Son esos conservadores que pretendieron destruir esas empresas –CFE y Pemex– que los votantes mexicanos desean preservar y agrandar.

Mucho esfuerzo y honestidad les costará penetrar en las realidades que los chocaron de frente. Ya no se atreven a estigmatizar al pueblo como ignorante aborregado. Pero se resisten a reconocerle dignidad y visión. Habrá que decirles, una y otra vez, que no son ciudadanos que olviden otros hechos de gobierno que, ellos, tildan como sonoros fracasos. Esperan, juiciosamente, finalizar la transformación de la educación, la salud y la seguridad. Pero el precio de tachar al Tren Maya como chatarra les pegó en la pérdida de Yucatán. Descartar el Felipe Ángeles como vulgar estacionamiento acrecienta su desamparo. Parecido al efecto de castigo por insistir en ningunear la refinería de Dos Bocas que dio continuidad, por abrumadora jarochada, sobre un priísmo caduco y tramposo. Por último, seguir predicando, con desplantes de resentidos intelectuales vanidosos, que Claudia es un pelele del titiritero mayor, pierde, por completo, lo sucedido. Una mujer, dueña de su prestigio, que atrajo, con trabajo e imaginación, esos millones de apoyos y simpatías que les cayeron encima y les magullaron cuerpo y futuro.