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Dispersión cultural
L

a nueva modernidad trajo dispersión en el ámbito artístico y literario. Ya no hay centro. El canon funciona para viejitos e investigadores, el mercado manda, Internet y las redes sociales poseen un efecto fragmentador de la cultura. Predominan el lugar común y Wikipedia. Se echa de menos el rigor crítico, y quienes lo ejercen suelen ser odiados. El diálogo cultural abierto se tornó imposible.

Por lo mismo, y pese a su constancia y calidad, los suplementos actuales no tienen la influencia de los que publicaban las generaciones anteriores. En la Ciudad de México existen cinco: La Jornada Semanal; Confabulario, de El Universal (sólo en línea desde mayo de 2024); Laberinto, en Milenio (la mitad en línea); El Cultural, en La Razón y desde 2020, y Cúpula, en El Heraldo de México. Existen otros a escala estatal, como La Gualdra, en La Jornada Zacatecas. Tampoco hay nuevas revistas político-culturales de influencia comparable a la que tuvieron Nexos y Vuelta-Letras Libres, ni siquiera ellas mismas.

Desde 1984, La Jornada Semanal, el más antiguo, ha tenido seis épocas, con Héctor Aguilar Camín, Fernando Benítez, Roger Bartra, Juan Villoro, Hugo Gutiérrez Vega y actualmente Luis Tovar. Todo un repertorio. Confabulario hereda La Letra y la Imagen (hasta 1981) y El Universal y la Cultura (de 1986 a los años 90), editado por Jorge Fernández Font y Paco Ignacio Taibo I, después Leo Mendoza y Benito Taibo. Laberinto nace en la Ciudad de México en 2003, dirigido por José Luis Martínez. El Cultural, fundado por Roberto Diego Ortega, lo dirige Delia Juárez. Confabulario se ubica en la órbita de Letras Libres, y El Cultural, en la de Nexos.

De persistente presencia a lo largo de los años están las revistas La Palabra y el Hombre, de la Universidad Veracruzana, y Dosfilos, animada por José de Jesús Sampedro en Zacatecas. En plan jodedor y paralelo, Moho (1989-2006), ideada por Guillermo Fadanelli, y Replicante (2004, digital desde 2010), de Roberto Garza y Rogelio Villarreal, marcaron críticas inclementes al escenario cultural del cambio de siglo.

Poco recordado es el momento en que Carlos Monsiváis decide dejar el semanario La Cultura en México (de Siempre!), en 1987. En vez de transferirlo al grupo que lo editaba eficazmente, muy vinculado con Nexos, y para desmayo de aquella redacción, cede la dirección a Paco Ignacio Taibo II, novelista policiaco, comunista, entusiasta de la historieta, la divulgación histórica revolucionaria y la promoción de la lectura a escala popular. Al año siguiente, la revista Siempre! cancela el suplemento.

Sábado, de Fernando Benítez, en Unomásuno, desde 1985 queda en manos de quien de por sí lo editaba, el maestro literario Huberto Batis, y es por años lo único legible en un periódico infame. Casi lo mismo podría decirse de El Búho –en el Excélsior golpista–, dirigido por René Avilés Fabila a partir de 1985.

La elección, en 1997, de Cuauhtémoc Cárdenas como jefe de Gobierno de la Ciudad de México por el PRD, da nuevos aires a la política cultural, al menos capitalina, con la gestión del poeta y sagaz empresario cultural Alejandro Aura. Dentro de sus limitaciones presupuestales, mostró un camino más abierto y atractivo para fomentar La Cultura (y la cultura). Heredaría su escuela el también poeta Eduardo Vázquez Martín, secretario del ramo entre 2014 y 2018. Fuera de estos casos, el PRD rara vez mostró sensibilidad para la cultura en los 20 años que gobernó la capital. En su periodo en el cargo (2001-2005), el historiador Enrique Semo hizo lo que pudo.

La derrota del PRI permite la llegada del poeta Óscar Oliva a la Secretaría de Cultura en Chiapas (2000-2006). Aunque fue a escala estatal en una de las entidades con mayor marginación y considerable población indígena, demostró la posibilidad de nuevos parámetros para la promoción y estimulación de la cultura no clientelar ni demagógica.

Quizás en cierto desorden, con inevitables omisiones, la relación sobre el poder cultural que se ha intentado en este espacio llega a un punto de inflexión ante la llegada a la Presidencia en 2018 del eterno opositor del régimen, Andrés Manuel López Obrador. Como en otros rubros, en cultura el cambio sexenal fue rompedor, polémico como nunca, y marcó una expulsión masiva de la burocracia previa y los intelectuales ligados a la cultura oficial desde los años 80. Ello establece un campo diferente, de batalla y ruptura, donde los bandos son irreconciliables, mutuas las negaciones, y los parámetros se desgarran. El frente cultural del lopezobradorismo y la cultura no gubernamental, pero de élite, se enfrentaron desde el primer momento. Seis años después, el resultado es revolucionario y transformador para unos; para otros desastroso, lamentable y hasta trágico.

La transferencia del poder cultural posicionó una nueva burocracia en torno a Alejandra Frausto, así como nuevos jefes oficialistas para la cultura y las artes, como Paco Ignacio Taibo II al frente del Fondo de Cultura Económica, y el prestigiado artista conceptual Gabriel Orozco dirige el proyecto cultural más ambicioso del sexenio en el Bosque de Chapultepec. La naturaleza rijosa del nuevo presidencialismo convirtió la cultura en el callejón de las trompadas. No han dejado de reaccionar con furor las otrora oficialistas empresas Nexos y Letras Libres. No existe un verdadero debate o está contaminado por las ideologías y las enemistades.