l líder conservador colombiano Laureano Gómez denunció justo después del asesinato del liberal Jorge Eliécer Gaitán, a mediados del siglo XX, que el liberalismo era un basilisco, alegoría a una figura mítica que se constituía de diferentes partes de otros animales y armaba un todo aterrador, sin armonía. Para Laureano eso era el Partido Liberal que representaba Gaitán: una cabeza comunista que dirigía liberales, ingenuos y masones. Por estas convicciones, la reacción justificó asesinar a todo opositor desde hace 70 años en Colombia.
Las elecciones presidenciales del 29 de mayo en Colombia lanzaron a la ciudadanía a una segunda vuelta que difícilmente se pronosticaba: Gustavo Petro y Rodolfo Hernández. Desde la votación de 2002 que hizo presidente a Álvaro Uribe Vélez, no había una tasa más baja de abstencionismo y a pesar de que su dedo no señaló directamente un heredero, su latencia política sí se pinta como determinante en esta segunda vuelta electoral, el 19 de junio. Los resultados del domingo dictarán –entre muchas cosas– si la guerra en Colombia alcanzará fuego propio o no, es decir, si el país cocina algo mejor que un silencio de los fusiles y se aboca a un remezón tectónico que impida que haya más hombres y mujeres para la guerra. El país a estas alturas debe entender que para matarnos no se necesitan sólo armas o rentas del tráfico de cocaína y mariguana.
Hoy, ad portas de la segunda vuelta electoral colombiana, la figura del basilisco encuentra una mejor y precisa encarnación en una cabeza en forma de estrategia digital multinivel que piensa darse vida en los votos de las huestes uribistas huérfanas, de aquellos que la guerra nunca logró conmover y de esa clase socioeconómica que tiene miedo –legítimo– al ir caminando por una cuerda floja arriesgándose al caer empobrecidos entre pandemias y guerras globales. A ellos se suman aquellos que siempre han ganado con las reglas clientelares y con la violencia en el país.
Estos escenarios son tan difíciles de entender como de pronosticar. Lo que podríamos compartir es que, gracias al periodo posacuerdo de paz, se tensó toda la narrativa con la que concebimos nuestro país y nuevas han surgido; esas son las que se enfrentan. Además, cuatro mapas nos dejó la votación de la primera vuelta: un país de la salida política al conflicto armado, un país del miedo a la izquierda y el de los ganadores de la guerra. También un país urbano que nace indómito, que lideró las protestas en las calles y que no pierde la convicción de que las revueltas se frustraron en las calles para triunfar en las urnas.
Quienes se han movilizado reconocen el silencio atronador que significa alejarse de la gritería de la efervescencia política de unas cuantas calles. En el Barómetro de la reacción
, el prólogo del libro de Edmond de Goncourt sobre la Comuna de París, el autor agregó: Ese silencio está llamado, antes o después, a formar parte de la historia
. El país tiene ante sí la posibilidad de armonizar las partes del basilisco que es Colombia, nuestro Frankenstein de ruidos y silencios; requiere conversaciones históricas con los que no cruzaron la calle ni en las protestas recientes ni en los acuerdos de paz de 2016. Las reacciones también tienen la responsabilidad de ser parte de este futuro nacional, pero, además, enfrentar las urgencias de los mercados en medio de la incertidumbre y la competencia. No son tiempos para repetir errores y está en el Sindicato Antioqueño –uno de los principales grupos empresariales colombianos– que lo comprenda. ¿Hasta cuándo podrán crecer en un país basilisco?
* Doctora en sociología, investigadora del Centro de Pensamiento de la Amazonia Colombiana, AlaOrillaDelRío. Su último libro es Levantados de la selva