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El gran viraje
“N

o más bla bla bla”, dijo Greta Thunberg hace una semana en la Conferencia COP26 en Glasgow. No más explotación de la gente, la naturaleza y el planeta. En lo que significó un viraje fundamental en su campaña, advirtió que el cambio no vendrá de gobiernos y corporaciones, sino de la propia gente.

Greta tenía ocho años cuando dejó de comer y de hablar y perdió 10 kilos en unos días. No podía resistir el silencio e indiferencia de todo mundo ante la cuestión climática que le había comenzado a obsesionar. Le diagnosticaron una forma de autismo y empezó su campaña solitaria ante el parlamento sueco. Continuó por meses y años con gestos e iniciativas que inspiraron impresionantes movilizaciones, las cuales ejercieron múltiples presiones sobre gobiernos e instituciones internacionales. En ese proceso, a lo largo de una década, Greta aprendió, como millones de personas, que los gobiernos saben bien cómo ignorar las exigencias populares para continuar su camino de destrucción al servicio del capital, profundizando las desigualdades que combaten sólo en la retórica. Finalmente, Greta dejó de ver hacia arriba. Está ya en otra cosa.

Como se vio claramente en Glasgow, Greta no está sola en su rebelión. Los activistas no fueron a la Conferencia a presentar demandas a los gobiernos o a los políticos. Fueron para escucharse entre sí y para tejer acuerdos de acción. En nombre de la organización Futuros Indígenas, por ejemplo, 15 brillantes mujeres estuvieron muy activas en Glasgow. Su mensaje era claro. Los que están adentro de la conferencia deberían aprender a callar y a escuchar a las mujeres indígenas. Deberían poner fin a la simulación. No necesitamos el desarrollo. Sabemos cómo vivir en nuestros territorios.

Como Greta, Re Cabrera empezó desde la primaria su activismo sobre género y clima. En 2019 participó en la organización de la Tercera Huelga Climática Mundial. Ahora, a los 19 años, llegó a Glasgow a continuar su lucha, que combina la cuestión ecológica con acciones contra el racismo y el patriarcado. Le parece indispensable entrelazar la lucha climática con la social.

No vinimos a hablar con los poderosos, subrayó Mitzi Violeta Cortés, una mixteca de 22 años, sino a articularnos con otras luchas. Insistió en que el cambio vendrá de abajo, no de arriba, de los llamados líderes del mundo. Con otros muchos jóvenes describió lo que pueden hacer y cómo mucha gente está realizando ya lo que se necesita.

No hay límites a lo que pueden hacer las mujeres, subrayó Georgina Cortés, que trajo a Glasgow los 200 tejidos en que su organización, Zurciendo el Planeta, había zurcido árboles. Nunca pensamos que algo no sea posible (www.zurciendoelplaneta.org).

El colapso climático e institucional tiene ya manifestaciones de extrema gravedad: hambrunas de 45 millones de personas; niveles de desnutrición, obesidad y diabetes, que no tienen precedente; agravamiento de la sindemia –enfermedades concurrentes en su contexto social–… La vida cotidiana de toda la gente está afectada por condiciones climáticas radicalmente nuevas, mientras se extingue el clima que teníamos y no se sabe ya si la especie humana podrá sobrevivir.

La increíble irresponsabilidad e ineptitud de los gobiernos en la COP26 hizo evidente la profundidad del colapso institucional que padecemos. Aunque genera preocupación y ansiedad en muchas personas, e incluso desesperación, fortaleció un viraje de enorme importancia. Que jóvenes y mujeres hayan tomado el asunto en sus manos y nada esperen ya de sus gobiernos tiene enorme importancia.

Si el mundo espera que la COP solucione sus problemas estamos perdidos, subrayó Daya Bai, de India. Bajo la convicción de que en la COP26 se seguía cometiendo un terricidio, miles de activistas mostraron el camino que han abierto, en el que participan ya millones de personas.

Para reforestar territorios y corazones, las mujeres indígenas organizaron en Glasgow un evento muy especial: A cura da Terra (https://curadaterra.org/ ).Gobiernos y corporaciones, señalaron, quieren recetar como medicina la misma enfermedad: capitalismo verde, colonialismo incluyente, desarrollo sustentable, extractivismo reciclado. Saben que ellas, al curar el territorio y el espíritu, son soluciones vivas a la crisis climática. Asumieron la responsabilidad de seguir respirando la vida, de seguir tejiendo entre mujeres indígenas, de seguir existiendo y creando espacios de cura para acabar con la desigualdad estructural que es la raíz de la crisis.

La supervivencia de la raza humana depende de redescubrir la esperanza como fuerza social, señaló Iván Illich hace 50 años. Las calles de Glasgow ilustraron en estos días ese redescubrimiento, pero quizá nada lo muestre con tanta claridad como La Travesía de los zapatistas. En cada punto de la Tierra Insumisa, como rebautizaron al viejo continente, se manifiesta cuando llegan la fuerza social de una nueva esperanza, formulada desde abajo por quienes están construyendo un mundo nuevo y se ríen cada vez más del bla bla bla que arriba continúa.