l pacto entre dirigentes del PAN y el partido neofascista español Vox, firmado la semana pasada en las instalaciones del Senado de la República, implica el fin de cualquier fantasía con respecto a la supuesta vocación democrática
de este partido opositor creado en 1939 para combatir las políticas revolucionarias del general Lázaro Cárdenas del Río.
Y el circo mediático armado por Lía Limón y otros alcaldes electos del PAN en las inmediaciones del Congreso de la Ciudad de México, evidencia la desesperación de una oposición capitalina que si bien tuvo victorias electorales importantes en las elecciones pasadas no cuenta con una visión de futuro ni proyecto político propio.
El PAN está destinado a convertirse en un partido marginal que agrupa un pequeño porcentaje de la población convencido de la necesidad de defender sus privilegios y prebendas de las supuestas políticas populistas
o comunistas
de los gobiernos de Morena.
La principal oposición a la Cuarta Transformación (4T) durante los próximos años no provendrá de la esfera partidista o electoral, sino de las instituciones heredadas del viejo régimen. Por ejemplo, la elección del fiel calderonista, Reyes Rodríguez Mondragón, como presidente de la sala superior del TEPJF, así como las nuevas multas del INE a Morena y el PT, señalan el recrudecimiento de las estrategias de guerra jurídica, o lawfare, contra el obradorismo.
Mientras, el PRI va encaminado a ser el nuevo partido satélite de Morena. La negociación reciente que colocó a Rubén Moreira como presidente de la Junta de Coordinación Política de la Cámara de Diputados demuestra que este viejo partido de Estado prefiere formar parte de la coalición gobernante encabezada por López Obrador a aliarse con los neofascistas del PAN. El descalabro de los dinosaurios en las últimas elecciones los ha dejado en una situación de debilidad extrema que los obliga a pactar con el poder para sobrevivir.
Se configura entonces una situación de polarización política cada vez más pronunciada entre Morena y sus aliados del PT, PVEM, PES y PRI, por un lado, y el PAN junto con sus aliados de la oligarquía empresarial, como Claudio X. González, y del golpismo institucional, como Reyes Rodríguez y Lorenzo Córdova, por el otro.
El obradorismo saldrá avante. Las altas tasas de popularidad para López Obrador, de entre 60 y 70 por ciento, aseguran que el Presidente mantendrá la sartén por el mango con respecto al manejo de los escenarios político, económico y mediático durante los próximos años. No hay mayor duda con respecto a su victoria en el ejercicio de revocación de mandato en marzo de 2022 y todo parece indicar que Morena tiene en la bolsa el triunfo en las elecciones presidenciales de 2024.
Sin embargo, no queda claro cuál sería el papel del pueblo mexicano en esta lucha histórica. Hasta hoy hemos tenido un rol importante pero pasivo. Respondemos a encuestas, nos desahogamos en las redes sociales y acudimos a las urnas para expresar nuestras opiniones.
Sin embargo, el nuevo sistema político todavía no ofrece espacios para la confluencia, el debate, y la discusión pública de los grandes temas nacionales. Tampoco existen nuevos mecanismos para la toma de decisiones de manera participativa y popular desde las bases. Brillan también por su ausencia las grandes manifestaciones populares en las calles en favor de la 4T y su agenda de reformas políticas, económicas y sociales.
En suma, todavía no se consolida el sujeto histórico que pueda garantizar la continuidad del proyecto de transformación más allá del sexenio actual. Esta ausencia preocupante es resultado del burocratismo, el elitismo y la operación de sectas y grupos de poder dentro de Morena. El tan anhelado y anunciado partido-movimiento
se ha quedado en puro discurso, sin hechos que lo respalden.
La mayoría de los gobiernos de Morena también nos han quedado a deber. Las consultas populares constituyen un buen paso, pero no dejan de ser ejercicios electorales en que la población es convocada a opinar de manera coyuntural sobre un tema específico. Hace falta impulsar procesos más constantes e integrales de participación para generar un verdadero empoderamiento popular.
Este inmovilismo es también responsabilidad de la falta de mayor trabajo organizativo desde la misma sociedad civil, desde luego. En lugar de esperar las convocatorias de Morena o del gobierno, las organizaciones sociales (estudiantiles, campesinas, obreras, urbanas, magisteriales, etcétera) tendrían que abrazar el momento histórico para construir directamente el poder popular desde abajo.
Los espectaculares éxitos de la gestión de López Obrador merecen tener continuidad en los próximos sexenios. Pero ello no ocurrirá por arte de magia. Tenemos tres años para construir entre todos una fuerza social con suficiente poder para obligar a los futuros gobiernos de Morena a mantenerse fieles a la causa de la 4T.