Opinión
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Mar de Historias

Tablitas de salvación

S

e ha vuelto lugar común decir que en año y medio todo cambió. Renunciamos a la viejas rutinas, hábitos y cercanías; nos familiarizamos con términos de uso poco frecuente para quienes no pertenecemos al fascinante mundo de la ciencia y aprendimos nuevas formas de habitar un espacio y de entender la soledad, de prestarnos ayuda y de comunicarnos en silencio a través de mensajes.

He notado que casi nadie usa el término mensaje, sino mensajito, cuando me informa que pronto me enviará un correo o que sigue esperando el que le prometí.

En esos escritos pueden abordarse todos los temas: desde muy personales o frívolos, hasta dramáticos o celebratorios, a condición de que sean lo más sucintos posible, descarnados e incoloros.

El contraste entre la brevedad del texto y la amplia gama de asuntos a los que pueden referirse me lleva a imaginar a una persona que aspira a conocer todos los rincones de una casa mirando hacia su interior, y sólo por unos cuantos segundos, a través de una mínima abertura en la cortina.

Érika, una antigua y querida compañera de trabajo, cuando me escribe me pide con frecuencia que le explique en ese pequeño formato cómo me siento después de tan prolongado aislamiento y cuándo creo que me animaré a salir, qué opino acerca de las últimas noticias. En fechas más recientes, sobre todo, me pregunta qué me parece el comportamiento de delta y si creo que alguna vez se irá.

II

La primera vez que pronunció ese nombre –delta– lo hizo en un tono muy familiar, tanto que pensé que se refería a alguna de nuestras antiguas compañeras en la biblioteca o a alguna de sus hermanas –tiene siete– de la que seguramente me había hablado alguna vez. En aquel momento no le pedí ninguna aclaración. Después, cuando le confesé mi desconcierto inicial acerca de delta se mostró sorprendida, casi escandalizada por mi ignorancia. ¿Cómo era posible que no supiera que la tercera variante del Covid se llama delta, cómo se supone que evolucionará, qué precauciones debemos tomar si queremos protegernos del peligro que representa? Todo eso Érika lo planteó en un pequeño recado –pero no tanto como los anteriores– en el que no hubo espacio para saludos ni para decirme si había recibido mis felicitaciones con motivo de su cumpleaños.

Por supuesto agradecí su interés por mantenerme al corriente de la situación y se lo dije en otro mensajito que no pasó de unos cuantos caracteres. En momentos tan difíciles cualquier gesto solidario y amable, por breve que sea, es digno del más sincero reconocimiento.

III

Mi hermano Fidel, a quien llevo casi dos años de no ver, es un poco más explícito en sus comunicados, aunque de todas formas son concisos. Admiré que ese hombre, en su más reciente correo, hubiera podido referirse, en unas cuantas palabras, a las catástrofes mundiales, el peregrinaje de elefantes en China. De su relación con Magali nunca dice ni media palabra, pero sé que va bien, a pesar de la diferencia de edades y de que el Covid los está poniendo a prueba.

Quien me escribe con más frecuencia es Teresa. Su matrimonio con Samuel acabó en muy malos términos. Desde que ya no viven juntos todo cambió: ahora se tienen confianza y él se preocupa mucho más que antes por ella. Según lo que Tere me ha contado se pasan las horas hablando por teléfono como cuando eran novios. No me extrañaría que volvieran a juntarse.

Aunque Teresa y yo somos muy cercanas, hay cosas que no puedo explicarle a detalle. Le resumo mis cambiantes estados de ánimo, mis inquietudes y preocupaciones con frases muy generales que no la inquieten, porque últimamente la he notado así, como muy aprensiva.

Teresa es una persona independiente y de muy buen carácter. Siempre he aplaudido su optimismo; sin embargo, hay momentos en que la asaltan los mismos temores que sufrimos todos. Cuando se ve amenazada por esa nube negra echa mano de lo que para ella se ha vuelto el remedio infalible: ve películas y videítos en la computadora. Me asegura que ya con eso olvida las cosas que la angustian, el encierro y la monotonía se le vuelven llevaderos.

IV

Cuando me reveló su método salvador lo consideré algo tonto y superficial. Cambié de opinión un día difícil, de esos que empiezan con problemas domésticos a los que siguen contratiempos menudos que te hacen tropezar como carreta en empedrado: pierdes los lentes, el florero predilecto se te resbala de las manos y se hace añicos, el contador se comunica para decirte que no has pagado los impuestos y recibes llamadas que te exasperan y te quitan tiempo.

Precisamente aquel día nefasto –estoy segura de que fue un lunes– me llamó el vendedor de una agencia de coches para informarme que en (palabras inaudibles) estaban en oferta camionetas de lujo de la marca (inaudible) y no sólo eso: el adquiriente –juro que usó ese término– tendría derecho a servicio de mantenimiento por cinco años, ¡y gratis! El hombre debió pensar que soy tonta por no haber aprovechado tan brillante oportunidad.

Con todo eso encima terminé malhumorada, sin fuerzas para trabajar en mi proyecto y, ¡lo peor!, sin poder concentrarme en la lectura ni deseos de comunicarme con nadie. Ese día negro que se me hizo añicos, lo mismo que el florero, no hallé más alternativa que seguir el método de Teresa. Funcionó y, en los momentos amargos, ha seguido funcionando.

Comparto esa tablita de salvación con los amigos que me envían un mensaje para contarme sus problemas. Ya que no me creo con derecho a opinar y por desgracia no puedo proporcionarles soluciones, me limito a sugerirles, como remedio de emergencia, que se pongan a ver un videíto.