on ese nombre designó Diego Rivera el monumental fresco que comenzó a pintar en 1929 en el cubo de la escalera principal de Palacio Nacional, por encargo de José Vasconcelos. La magna obra resume su concepción de la historia de México. En el muro norte representa la grandeza de la cultura tolteca y aparece Quetzalcóatl personalizado como un hombre blanco barbado a quien rodea su pueblo. En lo alto plasma el momento en que, por conflictos con poblaciones vecinas, tiene que embarcarse hacia oriente. En el centro pintó un sol invertido y un volcán en erupción de donde emerge el dios Quetzalcóatl en forma de serpiente emplumada.
En la zona de en medio, la de mayores dimensiones, se representan distintos momentos de la historia de México: un águila con el símbolo de la guerra y la vida en el pico; debajo, la conquista con las armas españolas sobre Tenochtitlan y la espiritual con franciscanos evangelizando y dominicos con la Inquisición.
En cinco arcos aparecen escenas del México independiente: la intervención estadunidense de 1847, la francesa y el fusilamiento de Maximiliano; la Reforma liberal de 1857, la lucha de Independencia de 1810 y la Revolución Mexicana de 1910.
En el muro sur, Rivera expone sus ideas políticas: la transformación de la sociedad mexicana capitalista en una socialista por medio de la lucha armada de campesinos y obreros, también denuncia el opio social que representa la Iglesia católica. El corolario es un sol naciente y Carlos Marx señalando a un campesino, un obrero y un militar la igualdad que permite al pueblo un Estado socialista.
En todo el mural aparecen innumerables personajes representativos de cada uno de los momentos históricos, entre otros Hernán Cortés, fray Bartolomé de las Casas, Sor Juana Inés de la Cruz, Benito Juárez, Miguel Hidalgo, Maximiliano de Habsburgo, Porfirio Díaz, Emiliano Zapata, José Guadalupe Posada, Francisco I. Madero, Pancho Villa, Frida Kahlo y una pléyade de artistas y políticos de la época.
En 1945 Rivera comenzó a pintar el conjunto de frescos en el corredor del segundo piso. En una serie de paneles muestra distintas escenas de la vida cotidiana prehispánica en diferentes momentos de las culturas mesoamericanas. Rivera las estudió a profundidad, lo que se advierte en la verosimilitud de las pinturas: el mercado de Tlatelolco, el cultivo del algodón y su teñido animal y vegetal; el trazo de caminos, la interpretación de oráculos, el arte de la orfebrería y el plumario; el pago de tributos en especie, el cultivo de cacao, maíz y el extracto de la savia del árbol de hule y del pulque y la tradición sagrada del rito el volador
.
El último panel, que realizó en 1951, muestra la llegada de los españoles a Veracruz. Es una pintura desgarradora que expone la destrucción de la vida indígena por medio de la brutalidad de la conquista militar con el contubernio de la Iglesia católica. Presenta una figura grotesca de Hernán Cortés, con el cuerpo y rostro deformados por la sífilis, imagen que en la visión de Rivera simboliza la corrupción hispana y su sed insaciable de riquezas.
Ahora que se conmemoran tantos hechos históricos relevantes sería muy importante poder verlos plasmados en los frescos de Palacio Nacional, un verdadero libro de historia en imágenes.
Lamentablemente desde que la familia presidencial ocupa el recinto no se permite el acceso; primero decían que los murales no se podían ver porque los estaban restaurando y ahora por la pandemia, aun cuando bajaron los contagios y abrieron los museos, entre otros el de las Culturas, que ocupa parte del inmueble de Palacio Nacional y además están al aire libre.
También enrejaron la fachada que da al Zócalo y cerraron el tráfico en el costado sur, en la calle Corregidora, lo que complica el movimiento en la zona.
Quiero pensar que el presidente Andrés Manuel López Obrador, a quien le gusta estar cerca de la gente, no se ha percatado que el histórico edificio, patrimonio nacional, está convertido en una fortaleza.
Por lo pronto, les sugiero ir al Hotel de México, que ocupa el bello edificio art nouveau que era el Centro Mercantil a principios del siglo XX. Con el pretexto de ir a tomar un refrigerio en la terraza del último piso, puede entrar y admirar el espectacular plafón de vidrios multicolores realizado en Francia y los elevadores de garigoleada herrería. De la terraza tiene una vista panorámica del Zócalo y las maravillas que lo rodean.