Hacia una historia de la democracia mexicana
an de saber ustedes que volveré a dar clases, tarea que inicié hace 40 años y, aunque gran parte del tiempo que fui profesor lo hice en derecho mercantil corporativo (que era la materia en que practicaba la abogacía), mis primeras clases fueron de Historia de las instituciones. El tema oficial de mi curso es Historia del Derecho Electoral, pero quiero imprimirle un sesgo: conversar sobre la historia de la democracia mexicana, inseparable de la historia del autoritarismo, dos caras de la misma moneda.
Me he preguntado por qué nuestro desarrollo democrático ha sido tan accidentado y tardío. Donde he encontrado una respuesta es en la historia colonial. Una vez consumada la Conquista, el autoritarismo se configuró en dos líneas: una interna, cuando se fincó la historia social en una forma de autoritarismo privado verdaderamente brutal. Los indígenas sobrevivientes de la Conquista fueron sometidos a un régimen de pretendida protección para explotarlos. La segunda línea fue el autoritarismo monárquico, es decir, el despotismo que duró 300 años. En el mismo año de la Conquista (1521), el rey Carlos V destruyó en una batalla la resistencia de los comuneros de Castilla. De entonces hasta la consumación de la Independencia, el pueblo estaba para callar y obedecer y no para opinar de los altos asuntos del gobierno.
Otro elemento para entender el autoritarismo fueron las epidemias que disminuyeron a la población indígena entre 50 y 80 por ciento. Al final del siglo XVI la población nativa era mucho menor de la que había antes de la llegada de los españoles. Esta contracción demográfica creó una nueva nación por la vía más terrible, la disminución de la población y las formas de autoritarismo civil y político que impidieron una sana evolución. Cuando al fin, en 1821, se inició nuestra carrera como nación independiente, las herencias que dejó la Colonia hicieron imposible que los modelos estadunidenses y europeos que se intentaron imitar pudieran funcionar adecuadamente. Esta carga histórica ha dificultado nuestro acceso a la modernidad. La democracia no es la meta sino el camino.
Colaboró Mario A. Domínguez