uién me presta una escalera / para subir al madero, / para quitarle los clavos a Jesús de Nazareno?
Saeta popular que da pie a Antonio Machado para cantar al viernes santo.
“¡Oh, la saeta, el cantar / al cristo de los gitanos / siempre con sangre en las manos / siempre por desenclavar!
“¡Cantar del pueblo andaluz / que todas las primaveras / anda pidiendo escaleras / para subir a la cruz!
“¡Cantar de la Tierra mía / que hecha flores / al Jesús de la agonía / y es la fe de mis mayores!
¡Oh, no eres tú mi cantar! / ¡no puedo cantar, ni quiero / a ese Jesús del madero / sino el que anduvo en el mar!
El dolor como elemento alrededor del cual se estructura el aparato síquico. El contacto humano y, por tanto subjetivo, se inicia con el grito que emerge del desamparo originario del dolor, de la incompletud y entre estas redes se entreteje la sexualidad, que irrumpe brutalmente trastornando el orden vital y pervirtiendo con total desenfado al instinto, a la fusión vital del dolor frente a la sexualidad. Éstas, desgarradoras pero innegables enunciaciones, agitaron y agitan aún el sueño de la humanidad.
Frente a tales postulados, el lenguaje ha de mostrarse en la práctica del modo más vivo y sugestivo, la singularidad, la fugacidad del instante. Cuando no es así, se suele recurrir a generalizaciones lógicas, a conceptos periféricos, intemporales; no es el instante lo que perdura, sino su centralismo, su fijeza, su lógica.
Es lo que en el lenguaje poético de Antonio Machado se llama Soñar y hacer soñar.
El sueño es una necesidad en tanto que el trazo dolerá toda la vida. Trato que resignifica el desamparo originario, el de la cruz.
Desvalimiento que apunta una incompletud. Huellas de una presencia imposible. Fuerza de la incompletud que impele a soñarse completo. A final de cuentas, paraíso y averno sin traducción posible.
Mediante los sueños vueltos lenguaje vuelve la mente a renacer y recuperar el tiempo y la vida perdida en el pasado.