La pandemia de COVID-19 reveló la vulnerabilidad de nuestros cuerpos por enfermedades crónicas asociadas a la alimentación industrial. La agroecología es un antídoto contra las soluciones simplistas que vende la industria agroalimentaria. Al abrazar la complejidad, propone principios que deben adaptarse a cada contexto y encuentra paralelos en corrientes de la nutrición que abordan la salud alimentaria desde ópticas ecológicas y evolutivas. A continuación, propongo algunos principios para la alimentación basados en el encuentro de estos dos campos.
Diversidad en el campo y en el plato
La agroecología reconoce a la diversidad biológica como fuente de estabilidad y productividad. Los agroecosistemas tradicionales biodiversos evolucionaron junto con las tradiciones culinarias, y ofrecen pistas para recuperar una alimentación sana, sabrosa y culturalmente significativa. La milpa mesoamericana es un ejemplo clásico. Sus componentes cultivados y silvestres se complementan ecológicamente y brindan una alimentación equilibrada y variada.
Es mejor prevenir que curar
Un enfoque agroecológico emergente explora el “sistema inmune” de los agroecosistemas complejos. La investigación de Ivette Perfecto, John Vandermeer y colaboradores en la Finca Irlanda, en Chiapas, demuestra que aunque un cafetal biodinámico albergue hongos e insectos capaces de volverse epidemias y plagas del café, éstas son controladas por una red compleja de interacciones que incluye otros artrópodos, microorganismos y vertebrados.
Nosotros también participamos en redes complejas; por ello debemos buscar soluciones sistémicas y preventivas a nuestros retos de alimentación. La deficiencia de la vitamina A nos ilustra cómo la agroindustria e instituciones científicas intentaron remediarla con la biofortificación, una solución técnica que no ha funcionado, según informa Aya Hirata Kimura en Hidden Hunger: Gender and the Politics of Smarter Foods. Es el caso de los arrozales en Asia, donde se cosechaban decenas de especies que brindaban macro y micronutrientes, incluyendo hojas con altas concentraciones de vitamina A, pero la Revolución Verde desplazó esas variedades tradicionales con monocultivos menos nutritivos. Una solución sistémica sería la recuperación de arrozales biodiversos.
Vida en el suelo, vida en la panza
En la absorción de nutrientes de las plantas interactúan hongos, bacterias y animales. La materia orgánica del suelo juega un papel clave como hábitat y alimento para muchos de estos organismos; la transformación agroecológica incrementa la materia orgánica para aumentar y diversificar la vida del suelo.
Por razones parecidas, se agudiza el interés en nuestro microbioma como mediador de la nutrición. Como señala Michael Pollan en “Some of my best friends are germs”, en nuestro cuerpo 90% de las células no son humanas. En su mayoría son bacterias que residen en el tracto digestivo, regulando el metabolismo y aportando nutrientes esenciales. La fibra, escasa en la dieta occidental, provee hábitat y alimentación a un microbioma sano, papel análogo al de la materia orgánica del suelo.
La leche materna contiene oligosacáridos que funcionan como fibra en la dieta de los lactantes y favorecen el crecimiento de una cepa particular de la bacteria benéfica Bifidobacterium. Así, una alimentación ecológicamente informada incluirá la leche materna y después fibra vegetal variada, para construir un microbioma sano.
El encuentro de saberes
El diálogo entre saberes y formas de saber permite la retroalimentación constante entre los principios agroecológicos y su aplicación en contextos particulares, afirman Martínez Torres y Rosset en un artículo. Transitar hacia un enfoque holístico en la alimentación también requiere de diálogo horizontal y aprecio por los saberes que nacen en cada territorio.
En Por qué a algunos les gusta el picante: alimentos, genes y diversidad cultural, Nabhan, relata cómo diabéticos indígenas, motivados por las investigaciones que demuestran las propiedades preventivas de la dieta de sus ancestros, empezaron a retomarla. Iniciaron con caminatas en el desierto de Sonora, consumiendo lo que cosechaban en su camino. Al comprobar la capacidad de estos alimentos de dar sustento durante largas jornadas, decidieron ofrecerlos en sus eventos comunitarios.
Soluciones comunes
Es esperanzador que las mismas formas holísticas de pensar –a veces las mismas acciones– puedan mejorar simultáneamente la agricultura y la alimentación. Por ejemplo, manejar una diversidad de cultivos en nuestros campos aporta materia orgánica y nutre la vida del suelo, previene plagas, minimiza riesgos económicos y aporta diversidad y sabor a nuestros platillos.
En síntesis, nuestra salud se relaciona con las comunidades de microbios del suelo y de nuestro tracto digestivo, con la maravillosa diversidad de especies comestibles y formas de colectar, cultivar y prepararlas, con nuestras culturas y con justicia social. •