Muchos clamábamos desde hace años por un sistema alimentario no sólo saludable, sino además sustentable, justo y culturalmente adecuado. Así que aunque tardó, celebramos el lanzamiento de la “Estrategia Integral para una Alimentación Saludable, Justa y Sustentable”, porque más allá de complementar la forma en que el gobierno afronta la pandemia por coronavirus, representa también un elemento central de la acción “para enfrentar un problema de mala nutrición de carácter estructural”, como expuso Víctor Suárez en la conferencia de prensa vespertina en Palacio Nacional, el pasado 3 de septiembre. Esto empieza a cristalizar en el nuevo etiquetado de advertencia, premiado por la ONU como una contribución multisectorial excepcional ante las enfermedades crónicas.
No pinta sencillo dar vuelta a la página del sistema alimentario neoliberal que, a decir de Suárez, subsecretario de Autosuficiencia Alimentaria de la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural, impuso una “colonización de nuestro paladar”, algo de lo que ya hablaba hace cinco años Julieta Ponce, y sobre lo que también escribimos en 2016. De hecho, para construir el nuevo sistema alimentario se debe descolonizar no sólo el paladar, sino todos los eslabones que lo conforman, de la tierra a la mesa y hasta nuestra boca.
Por eso resulta tan complejo desmontar el sistema alimentario neoliberal, pero también porque en sólo cuatro décadas provocó cambios más drásticos que en los 500 años transcurridos desde la Conquista en lo que comemos los mexicanos y en cómo lo producimos. Si antes cambiamos oro por cuentas de vidrio, cinco siglos después abandonamos los saludables alimentos que teníamos (nuestros verdaderos tesoros) a cambio de comida que nos enferma, y de paso sustituimos los sistemas tradicionales de producción, armónicos con la naturaleza, por formas industrializadas de cultivar y procesar los alimentos que atentan contra la salud ambiental y humana.
Defender los sabores tradicionales ante la colonización de nuestro paladar implica, como demanda Yuriria Iturriaga, proteger los saberes y prácticas para la producción de los insumos agrícolas, pecuarios, de acuacultura y recolección: “Salvaguarda simultánea del patrimonio natural, material e inmaterial”.
No se pueden proteger nuestras cocinas regionales, como se ha hecho desde una visión folclorizante, si al mismo tiempo se impulsa la agricultura tóxica de la revolución verde, la industria de alimentos y bebidas, la wallmartización y oxxidación del comercio y las cadenas de comida rápida.
Es decir, la descolonización debe pasar por la desintoxicación agropecuaria, a fin de revalorar el trabajo de los productores en pequeña y mediana escala y sus sistemas tradicionales de cultivo. Asimismo, implica aprovechar nuestra prodigiosa agrobiodiversidad, en el entendido de que la capacidad de alimentar a una población creciente dependerá de la cantidad y calidad de recursos naturales que conservemos en buen estado.
Además, conlleva recuperar soberanía en el eslabón de la distribución y el consumo, incluyendo rescatar nuestros mercados y tianguis tradicionales, acortar las cadenas de comercialización, privilegiar el mercado interno, crear un sistema de distribución que acerque y abarate alimentos sanos al consumidor, como antes lo hizo la Conasupo.
Igualmente, hay que desmontar todos los componentes del entorno obesogénico en el eslabón del consumo, anteponiendo la salud y nutrición de los consumidores a la ganancia de las empresas, a través del paquete de acciones reseñado por otros en este suplemento.
Todo eso lo podremos lograr con una intensa y permanente campaña educativa y de promoción de la salud alimentaria en todos los medios y dirigida a los diferentes sectores. Porque también necesitamos descolonizar nuestras ideas sobre lo que son los alimentos buenos y sabrosos para el cuerpo y el espíritu.
En 2016, decíamos en “La neocolonización del paladar en las décadas recientes” www.redalyc.org/articulo.oa?id=199547464008 que se antojaba descomunal la tarea de independizarnos del “neocolonialismo que aterriza en nuestra boca y sojuzga el paladar”, mientras no se modificara el entorno económico, político, social y cultural.
Esa compleja tarea ya no luce imposible: la actual estrategia integral sostiene que sí es viable recuperar una alimentación saludable, con pertinencia cultural y disminuir el consumo de comestibles y bebidas ultraprocesados.
Tenemos todo para lograrlo: una biodiversidad que nos ubica en el cuarto lugar mundial, con 68 pueblos indígenas que fueron capaces de desarrollar no sólo sistemas agrícolas tan complejos, diversificados y productivos como la milpa (que puede congregar 300 plantas comestibles) o las chinampas, sino con una riquísima agrobiodiversidad que nos convirtió en uno de los centros de origen más importantes en domesticación y mejoramiento continuo de especies alimentarias.
Somos herederos del pueblo que inventó el maíz, la planta más cultivada en el planeta con fines alimentarios. Ése que benefició al mundo con más del 15% de las especies de plantas comestibles.
Sin exagerar, somos una potencia, pero debemos sacudirnos el lastre que nos ha dejado el ninguneo y discriminación de todo cuanto somos y hemos creado. La epidemia nos da la oportunidad de erradicar la colonización, de sentirnos orgullosos de nuestro portentoso patrimonio biocultural.
Si el Estado y la sociedad mostramos fortaleza y decisión en esta estrategia, tenemos todo para recuperar la alimentación saludable, así como seguridad, soberanía y nuestra identidad alimentaria. •