Opinión
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Argentina en el laberinto
E

l presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, fue el único gobernante de América Latina en conmemorar el 8 de octubre como día del 125 natalicio de Juan Domingo Perón, y 53 aniversario del asesinato del Che Guevara. Evocación que los pueblos de la patria grande agradecen, y respuesta implícita frente al bochornoso respaldo del gobierno argentino al hipócrita informe de los derechos humanos en Venezuela, presentado por Michelle Bachelet, Alta Comisionada de la ONU (Ginebra, 7/10/20).

Revisemos algunas interpretaciones del voto de marras: 1) guiño del presidente Alberto Fernández (y la vicepresidenta Cristina, pues en Argentina el Ejecutivo es unipersonal), a la negociación en curso con el Fondo Monetario Internacional; 2) alineamiento con los países del Grupo de Lima, bloque inventado por Washington para derrocar al gobierno de Maduro, que Argentina y México integran, “…sin acompañar sus iniciativas”; 3) giro dramático de la política exterior, “…similar a la del gobierno del neoliberal Mauricio Macri”.

Hasta ahí, lo conjetural, simplista y contradictoriamente desquiciante: negociación, alineamiento, giro dramático. No obstante, hundiendo el bisturí y haciendo a un lado el confort ideológico, resulta inevitable señalar la fragilidad de papeles de las izquierdas autorreferenciales. Veamos:

¿Sería pertinente recordar que en la época de la dictadura cívico militar argentina (1976-83) era imposible conseguir de Cuba una declaración por violaciones de los derechos humanos? ¿Sería pertinente criticar a las izquierdas de Chile que nunca trataron de asesino al responsable político de la masacre de Tlatelolco que salvó la vida de miles de chilenos, y rompió con Pinochet (1973)?

Negativo. Aunque sería pertinente, por la positiva, recordar el compromiso insobornable de Cuba con los luchadores sociales argentinos y, por la negativa, a tres encumbrados dirigentes antibolivarianos del Partido Socialista de Chile, Isabel Allende, Juan Pablo Letelier y Michelle Bachelet, cuyos padres fueron asesinados por la dictadura pinochetista.

De haberlos, los perfiles de Alberto y Cristina difieren. Políticamente, descuentan que si las fuerzas de la ultraderecha irracional, antipolítica y antidemocrática consiguen romper su unidad, se los llevan puestos sin importar sus diferencias. En diciembre pasado, el peronismo consiguió poco menos de 13 millones de votos –Frente de Todos (FdT), 48 por ciento–. Pero sumando los de Macri –Juntos por el Cambio (JxC, 40.2)–, y los de otros partidos de extrema izquierda y derecha, la diferencia sugiere andar con pies de plomo.

A eso hay que añadir que en el seno del FdT, el oficialismo tiene al antibolivariano confeso Sergio Massa, presidente de la Cámara de Diputados y gran camaleón de la política argentina. Ex jefe de gabinete de Cristina, Massa fue echado cuando WikiLeaks probó que era un hombre de confianza de Estados Unidos. Y en 2012, junto con Alberto, se opuso a la re-relección de Cristina.

Cristina continúa siendo la gran electora, pero no es elegible, porque en el derecho constitucional los votos no cuentan. Por ahora, Cristina, Alberto y Massa responden a los lineamientos genéricos del peronismo. Un movimiento que el próximo 17 de octubre cumplirá 75 años, pero cuyos mecanismos aglutinadores (así como los del chavismo) dejaron de funcionar tras la muerte del líder, recogiendo el pueblo sus ideales emancipadores, y a un ejército de analistas su interpretación.

Hace un año, Alberto y AMLO salvaron la vida de Evo Morales y desconocieron a la esperpéntica golpista Jeanine Áñez, y al autoproclamado presidente de Venezuela Juan Guaidó. El Alberto que presume de su amistad con Pedro Sánchez, presidente del Gobierno de España, que reconoció a… Guaidó. El Alberto amigo de Lula y el Pepe Mujica, que desprecia a Jair Bolsonaro. El Alberto defensor de los derechos humanos que en su primer viaje al exterior se abrazó en Jerusalén con Benjamin Netanyahu, mientras sus aviones bombardeaban la franja de Gaza.

Perón decía que la política exterior es la política. Pero su coherencia depende de si la política interior puede sustentar los principios declarados. En este sentido, Cuba y Venezuela pueden condenar el hipócrita informe de marras, ya que desde hace 61 y 22 años sus opositores despachan en Miami. Y México optar por la abstencíón, porque AMLO goza de 70 por ciento de imagen positiva, y a sus opositores se les vuelan las carpas en el Zócalo.

Atrás quedó la época en que Argentina agradecía a Venezuela por haberla rescatado de la crisis financiera terminal de 2001. Y ahorita, desde el cielo o el infierno, Néstor Kirchner observa la soterrada guerra de Colombia contra Venezuela, la despiadada ofensiva financiera, mediático y judicial de la ultraderecha argentina y, en el medio, los golpistas bolivianos, que en los comicios presidenciales del domingo entrante cortarán cartucho si los seguidores de Evo se imponen en las urnas.