ace más de ocho meses, la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró emergencia internacional de salud debido al surgimiento del coronavirus unas semanas antes en Wuhan, China; pero hoy el mundo está muy lejos de haber controlado la crisis sanitaria y, por el contrario, amplias regiones viven el traumático escenario de rebrotes que, incluso, superan los niveles de contagio registrados meses atrás.
Las malas noticias llegan de todas las latitudes. En Estados Unidos, Johnson & Johnson anunció que la tercera fase de sus ensayos clínicos de una vacuna contra el virus se suspendió, luego de que un participante en las pruebas tuvo una enfermedad inexplicable
. Aún no se sabe si esa persona recibió la vacuna o un placebo, por lo que es muy pronto para hablar de un posible fracaso en el programa de la farmacéutica, pero supone un nuevo contratiempo a las esperanzas de que el desarrollo de inoculaciones efectivas relegue la pandemia al olvido en el espacio de algunos meses.
En el viejo Continente, donde se llegó a pensar que la pandemia ya se había trasladado por completo a América, las señales de alarma suenan por doquier. En España, cientos de médicos de centros públicos de atención primaria de Cataluña –donde se realizan las pruebas de Covid-19 y se hace el seguimiento de los posibles casos, así como del tratamiento de los enfermos– iniciaron ayer una huelga de cuatro días en exigencia de mejores condiciones de trabajo, pues dichas instalaciones están desbordadas por el alza de casos.
En Francia, el jefe de los 39 hospitales de París y sus suburbios estimó inevitable que para finales del mes estén ocupadas entre 70 y 90 por ciento de las camas de cuidados intensivos: apenas el día 10, la cifra de nuevas infecciones impuso un récord, al aumentar a 26 mil 896 en 24 horas. En Italia, los nuevos casos diarios superaron 5 mil por primera vez desde marzo, por lo que el primer ministro, Giuseppe Conte, impuso nuevas restricciones a reuniones, restaurantes, deportes y actividades escolares, al tiempo que llamó a la población a no hacer fiestas ni recibir a más de seis invitados en sus casas. En Gran Bretaña, el rápido aumento en las cifras de contagios llega acompañado del escándalo político, al revelarse que el gobierno de Boris Johnson ignoró las advertencias del Grupo de Asesores Científicos para Emergencias. El órgano recomendó un confinamiento de dos o tres semanas con el fin de frenar la segunda ola de la pandemia, que ahora hace estragos en el país.
En China, lugar de origen del Covid-19, pero también la nación que más rápido logró el control de la pandemia y hoy presume una recuperación económica que contrasta con la crisis global, un pequeño brote en la ciudad de Qingdao puso fin a dos meses sin nuevos contagios registrados. Tras la detección del brote en la urbe de 9.4 millones de habitantes, se han realizado casi 280 mil pruebas y está en marcha un plan para ampliarlas a toda la ciudad.
La enumeración anterior, que dista de ser exhaustiva, ilustra que la enfermedad de Covid-19 rebasa la capacidad de respuesta del conocimiento científico existente, lo cual redunda en que ningún Estado cuente con una estrategia gubernamental que garantice la superación definitiva de la pandemia. Mientras la comunidad médica y científica aprende sobre la marcha acerca del patógeno, sus efectos en el cuerpo humano y sus interacciones con otros males, nadie cuenta con curas ni remedios de eficacia comprobada, y el único arsenal a mano son las medidas preventivas, cuyo éxito –como ha señalado el gobierno francés– depende en esencia de la responsabilidad individual de los ciudadanos.
Por ello, resultan fuera de lugar las estridentes descalificaciones a la estrategia oficial mexicana vertidas desde sectores de la oposición, más ruidosos que lúcidos. En efecto, hasta ahora se han tomado todas las medidas posibles dentro de la realidad del Estado mexicano: en primer lugar, informar de manera puntual a la población, pero también garantizar camas hospitalarias para los enfermos –lo cual requirió un titánico esfuerzo de reconversión de los nosocomios– y adquirir futuras existencias de vacunas o sumarse a los esfuerzos de desarrollo de éstas, acciones necesarias, pero cuyos beneficios serán a mediano plazo.