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Mar de historias

Olvidos

P

or lo general los huéspedes se quedaban una o dos semanas, mientras tenían asuntos que atender en la ciudad. Artemisa es la que ha durado en la casa más: va para l9 años. Después de tanto tiempo de convivir con ella estoy acostumbrada a sus extravagancias. Ayer las superó todas. Estaba preparando el café cuando se acercó y me dijo que necesitaba pedirme un favor muy grande: que la ayudara a hacer una especie de inventario de todo lo que hay en esta la manzana. Le pregunté qué objeto tenía hacerlo.

–Mira, Chela, de noviembre a enero guardé cama para reponerme de la caída en la escalera. En febrero ya estaba bien, lista para salir a hacer mis cosas y mis caminatas, y de pronto llegó la pandemia. Tuve que aislarme. ¿Te das cuenta? Llevo diez meses sin salir ni a la puerta. Estoy preocupada.

–¿Por lo que pueda durar aún el aislamiento?

–Hay otra cosa que me apura más: he notado que estoy confundida; no logro recordar bien cómo son o qué hay en las calles; en ésta, por ejemplo. Me di cuenta la otra noche. No podía dormir y, por entretenerme, se me ocurrió pensar si en la siguiente cuadra quedan la agencia de viajes, la gasolinera y el restaurante oaxaqueño. Y la iglesia, ¿está en la acera de enfrente o ya casi para llegar a la estación del Metro? Sentí como si alguien hubiera revuelto lo que hay en mi cabeza como si fueran las partes de un rompecabezas.

–Artemisa: perdóname, pero no creo que debas preocuparte tanto por algo así. Además, piensa que a cierta edad comienzan los olvidos.

–No me entendiste. No es precisamente que olvide cosas. Lo que padezco es desorden, confusión mental. Trato de no pensar en eso, pero no puedo. Me obsesiona y el tema aparece también en mis pesadillas. En una soñé que salía a la calle, no encontraba los lugares conocidos y me perdía.

Quise volver a mi casa y tampoco la encontré. Nadie supo decirme dónde estaba y muchos pensaron que jamás había existido. Me tomaron por loca. Desperté empapada en sudor, llorando.

–No creo que seas la única que padece momentos así. En horas tan difíciles como las que estamos viviendo, dime, ¿quién puede estar en sus cabales?

–No es consuelo. Sé muy bien que ese tipo de alteraciones no indican nada bueno. Temo que sea el principio de algo...

–Yo que tú, me olvidaba de la dichosa Guía de la Salud. Te está afectando. Si lees algo acerca del asma o de cualquier otra enfermedad, enseguida piensas que ya la padeces.

–Lo que puede resultar de ese desorden mental no lo leí en ninguna parte: lo viví. Mi hermano Armando, a raíz de un accidente, empezó a tener ese trastorno y acabó de una manera terrible: ahorcado en el baño de una institución para enfermos mentales. Ya te lo dije, pero no quiero que volvamos a hablar del tema.

–Lo prometo. A ver, dime, ¿cómo puedo ayudarte?

–Sería muy bueno que me ayudaras a hacer el mapita. No será nada detallado. Será suficiente con que pongamos las calles, los comercios y sus nombres.

III

–Chela, dime la verdad: ¿piensas que me estoy volviendo loca?

–Desde luego que no. Por mi propia experiencia y por lo que he leído en los periódicos, sé que la incertidumbre y el aislamiento de algún modo nos tienen que afectar. A mí, por ejemplo, se me está cayendo muchísimo el cabello. Sé que es por los nervios. A mi hermana Lucila, la que vive en Ojo de Agua, le han salido manchas en la cara. Ha de ser por lo mismo.

–Eso es distinto. Yo no siento que el mundo –mi mundo– se esté deshaciendo, sino que yo no puedo ordenarlo en mi cabeza. Todo está fuera de lugar. Necesito ver que no es así, y ya que no puedo salir, el mapa me ayudaría mucho.

–Bueno, pues ¡adelante¡ Pero que conste: yo no sé dibujar.

–Con que yo pueda saber dónde está cada cosa, cada edificio, es bastante. A lo mejor no me comprendes bien porque sales al banco, al súper, a la peluquería. Yo no. A veces siento que las paredes se me vienen encima. No me mires de ese modo. Te juro que hago esfuerzos por controlarme, por mantenerme lo más activa que puedo; leo mucho.

–Sí, pero te suplico que olvides la Guía de la Salud. Acabarás volviéndote hipo... ¿hipo qué? Se me olvidó la palabrita. ¿Ves? También olvido cosas y no por eso me considero loca.

–Loca. ¿Cómo es posible que en una palabra tan chiquita quepan tanto dolor y tanta soledad? Mi hermano Armando...

–Dijiste que no volveríamos a hablar de eso. ¿Quieres que empecemos con el mapita? Aunque más bien se trata de un inventario de lugares y edificios.

–Suena muy interesante eso de inventario de lugares y edificios. Deberíamos publicarlo y vendérselo a todas las personas que, como a mí, ya empiece a afectarles el confinamiento.

–Artemisa, olvida eso también. Ya no pienses en que llevas no sé cuántos meses encerrada, en que si el rompecabezas... ¡Nada! Mejor imagínate que estamos en el camarote de un barco muy elegante, muy bonito, navegando por el Mar de los Olvidos.