El presente texto refiere algunas condiciones sociales que contextualizan la experiencia de las y los jóvenes rurales e indígenas que migran de sus lugares de origen para incorporarse al Área Metropolitana de Monterrey (AMM), Nuevo León, en lo que denominó como movilidades transregionales, caracterizadas por las trayectorias migratorias conformadas durante las últimas tres décadas y por su anclaje en distintos espacios urbanos y ciudades de la región noreste de México o bien por el flujo rural-urbano/metropolitano. Estas movilidades tienen como principal propósito, la búsqueda de posibilidades para continuar su educación a nivel medio y superior, así como su inserción en múltiples ocupaciones laborales, haciendo uso de un conjunto de recursos sociales, culturales y económicos, contenidos en las redes familiares, de paisanaje y amicales, en los que se soporta la experiencia migratoria y la vida cotidiana en el AMM
Es necesario tomar en cuenta que, al referirnos a las y los jóvenes, es necesario considerar su condición de género, edad, generación, estratificación socioeconómica y su autoadscripción o pertenencia a un grupo étnico en el México contemporáneo, de tal suerte que podamos entender su condición juvenil desde su diversidad y diferencia cultural, para no caer en el error de pensar que las y los jóvenes construyen dicha condición con las mismas posibilidades. Es decir, no existe una sola manera de “ser joven”, sino que las experiencias son múltiples y, en ello intervienen distintos elementos que determinaran su experiencia juvenil y las expectativas de proyecto a futuro.
Por ello, los contextos de origen cobran especial relevancia si consideramos, por ejemplo, las condiciones de vida en las regiones rurales e indígenas en las entidades federativas como Veracruz, Oaxaca, Hidalgo, San Luis Potosí, Querétaro y Estado de México, donde se localizan las comunidades donde han nacido y crecido las y los jóvenes mixtecos, mixes, nahuas, otomíes, mazahuas, teenek, zapotecos y totonacos, que llegan al AMM. Podemos reconocer, en dichos lugares, la conformación de flujos migratorios internos y transicionales de larga data, lo que supone la conformación de redes sociales, cuya temporalidad posibilita la construcción de “culturas migratorias” o bien la emergencia de nuevas generaciones de migrantes jóvenes, que se configuran a la luz de las condiciones de desigualdad y precarización de la vida cotidiana en los contextos rurales contemporáneos.
Pero también implica enfrentar estas condiciones sociales en los asentamientos residenciales de la metrópoli regiomontana. De modo, que la articulación con las principales ciudades de la región noreste de México a partir de la experiencia de inserción educativa y laboral no los ha exentado de la desigualdad, discriminación y exclusión social. De ahí la relevancia de las redes familiares, paisanaje y amicales para atenuar un poco su incorporación metropolitana.
En este punto es necesario decir que las movilidades transregionales de las y los jóvenes les desvinculan, temporal o definitivamente, de las actividades agrícolas y de las múltiples ocupaciones en sus comunidades de origen, pues en el AMM se emplean en ámbitos laborales específicos, como es el caso de las mujeres jóvenes nahuas y teenek, que se ubican en el empleo doméstico remunerado en sectores socioeconómicos medios y altos de la sociedad regiomontana. Por su parte, los jóvenes son empleados de servicios, se dedican a la venta ambulante, se ocupan en la rama de la construcción, como guardias de seguridad o en la industria, entre otros. Sin embargo, también consideran que residir en el AMM les proporciona la posibilidad de “ser joven”, desde la oportunidad de “estudiar una carrera técnica o universitaria” o “tener más libertad para salir y divertirse”, “visitar otros lugares, pasear, acudir a los centros comerciales, al cine o conciertos”, “conocer a otros jóvenes” e incluso elegir una pareja y decidir cuándo casarse
Así, podemos detenernos un momento y mirar la diversidad de formas de “ser joven” como migrante, urbano, trabajador (a), músico, estudiante, universitario (a), artesano (a), profesionista, activista, feminista, rapero, albañil, obrero, empleada, docente, hablante de lenguas originarias, danzante, evangélico (a), testigo de jehová, fidencista o católico, entre otras condiciones y referentes identitarios que denotan en el AMM y con los cuales se afirma un sentir “contemporáneo”, pero que mantienen las claves de una identidad étnica recreada en la metrópoli, sin desvincularse de sus lugares de origen.
Estas consideraciones permitirían orientar planes y programas públicos con pertinencia en el marco de la Ley de Derechos Indígenas en la entidad neolonesa, situando problemáticas especificas en una agenda pública y social comprometida. •