A Víctor E. Abasolo Palacio, que seguirá en la UVI
Como profesoras de la Universidad Veracruzana Intercultural reflexionamos sobre las estrategias estudiantiles para enfrentar la suspensión actual de actividades presenciales, así como los retos y experiencias asumidas en la vida universitaria virtual, en la de las familias y comunidades.
Las Universidades Interculturales han enfrentado numerosos retos para configurarse como instituciones referentes del Estado pluricultural, transformando desigualdades e injusticias curriculares de la educación monocultural y monolingüe que el Estado ha brindado a los pueblos originarios. Su ubicación en regiones rurales pretende aminorar o demorar el éxodo de juventudes campesinas; estudiar en territorios originarios favoreció maneras de vivir la juventud, no siempre exentas de obstáculos, en el marco de la educación superior intercultural.
El reconocimiento de la agencia sociocultural de estudiantes y sus aportes a un currículum intercultural posibilitó nuevas formas de aprendizaje, de construir pertinencia cultural y lingüística en la educación superior; labor frecuentemente realizada en condiciones de incomprensión, desvalorización y precariedad presupuestal.
En tal contexto ya de por sí enrarecido, inició el confinamiento por Covid-19 y las clases se tornaron virtuales. Conocimos que quienes tuvieron conexión a internet no siempre gozan de una habitación propia; así que estudiar en casa implicó invadir espacios comunes de la familia, causando tensión por falta de privacidad y cuestionamientos por el largo tiempo de estudiantes frente a la computadora. Las mujeres experimentan gran presión para apoyar en tareas domésticas, los varones para salir a trabajar. Fue necesario gestionar en casa espacios improvisados, tiempos y uso de equipo compartido, y con el profesorado negociar flexibilidad por la dedicación a asuntos familiares.
El celular fue el medio de trabajo, de comunicación, lectura, redacción; en él atienden videoconferencias y trabajan en grupo. Las app y redes sociales fueron indispensables para hacer tareas, pero el servicio de internet en casa no es barato, hubo que organizarse para pagar colectivamente; a veces, subir cerros para captar señal o irse a otras localidades. Costosos esfuerzos para lograr quedarse en la universidad, aunque con conexiones de limitada calidad y escaso tiempo.
La dificultad de condiciones y escasos recursos llevaron a una docencia de 24 x 7, y a atención individualizada para solventar dudas o hacer acuerdos sobre trabajos. Fue primordial la comunicación entre estudiantes y profesorado, su eficacia dependió de ser acordada la vía: Facebook, WhatsApp o correo electrónico. Sin tal acuerdo se generaba percepción de abandono o desatención.
El cuidado de la salud, familia, convivencia doméstica, lo emocional entre pares y los vínculos comunitarios que quedaron en vilo fueron contenidos permanentes de aprendizaje. Indispensable también fue atender el estrés de reorganizar la vida escolar en casa, y de la pérdida de la libertad ejercida en la universidad. La comunicación entre pares evidenció el cuidado mutuo: mensajes afectivos, memes de burla sobre de las condiciones del teletrabajo y frases de motivación inundaron grupos y redes. En el balance, es notable que las familias asumieran los costos de la virtualidad, fueron sus economías las que pusieron a salvo el semestre universitario, sin embargo, esto es insostenible y no volveremos todxs.