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Sin forma y sin reforma
N

úmeros del derrumbe: actividad económica se reduce en 25 estados, encabeza Dora Villanueva su nota del jueves pasado en La Jornada. Estrategia anti-Covid dejará multitud de nuevos pobres. El nivel más alto en lo que va del siglo: Gerardo Esquivel, titula Israel Rodríguez su entrevista también en La Jornada del 30 de julio.

A su vez, el Inegi reporta que en el segundo trimestre del año el PIB se redujo 18.9 por ciento en relación con el mismo trimestre de 2019; 17.3 por ciento comparado con el trimestre anterior y 10.5 por ciento si se hace con el mismo semestre del año anterior. Las caídas en el sector industrial recuerdan abismos alpinos: -26por ciento, -23.6 por ciento y -14.7 por ciento, respectivamente. Un desplome en toda forma que ninguna métrica alternativa podrá modular, opacar, disminuir.

Tan temprano como en 1925 Keynes, quien ya meditaba sobre “el fin del laissez faire”, se preguntaba sobre el sentido del socialismo, y en comunicación con el periodista inglés Henry Brailsford a propósito de su libro Socialism for Today, aseguraba que aún debía dedicarle tiempo a reflexionar sobre sobre el futuro ideal de la sociedad.

En el presente, continuaba el genio inglés, siento que esto debe atacarse en primera instancia desde el lado ético más que desde el punto de vista técnico de la eficiencia económica. Lo que necesitamos es una forma de sociedad que sea éticamente tolerable y económicamente no intolerable ( The Price of Peace. Money. Democracy and the life of John Maynard Keynes, Zachary D. Carter, Random House, 2020, p. 146).

Quizás, esta triple y letal crisis nos ha traído de vuelta a aquello que creíamos era el punto de inflexión en la historia moderna de la sociedad occidental y el capitalismo, el prolegómeno de una nueva economía para una nueva y buena sociedad. Reducidos a nuestra mínima expresión, tanto en la relación primaria con la naturaleza como en la que articula nuestros intercambios diarios con la producción y la distribución, que solemos llamar la economía, topamos a diario con la salud, la enfermedad y la muerte, y, por otro lado, con la (in)satisfacción material cuyas carencias han vuelto a poner a millones de personas frente a la penuria extrema y el hambre.

Preguntarse si estamos tocando fondo o ya lo hicimos, parece así un ejercicio pueril. Como bien advirtiese el colega León Bendesky en su artículo del lunes pasado aquí en La Jornada, no es una pregunta que pueda dar lugar a un discurrir sistemático, menos a la configuración de una política o programa para reactivar la economía infectada por el Covid-19.

Al cerrar el importante coloquio sobre economía y sociedad a partir de la pandemia, al que convocaron la senadora Ifigenia Martínez y el diputado Porfirio Muñoz Ledo, nos invitan a realizar, sobre la marcha, lo que debería ser un Consejo Económico y Social del Estado abocado a deliberar racional, política y éticamente, diría yo a la Keynes, sobre nuestra circunstancia y lo que podemos hacer para superarla por el bien de todos. Hay material con qué hacerlo gracias a las docenas de foros, intercambios, encuentros y escritos producidos y circulados en estos meses de encierro desde la academia, la empresa y hasta de algunos medios informativos absortos en la estrambótica operación mediática orquestada por el Presidente desde su mañanera y desplegada ahora sobre el sistema de procuración y administración de la justicia con el llamado caso Lozoya.

No va por ahí, por lo pronto, el discurrir gubernamental centralizado en la Presidencia y el Presidente. Ahí, impera la ilusión en una pronta recuperación económica y una súbita derrota del virus. Todo, hasta el bienestar generalizado evaluado por nuevas métricas, será realidad instantánea, milagroso fruto de la magia del mercado y la voluntad del poderoso.

No está bien que el Presidente anteponga el derecho a réplica que, en su opinión, le asiste en todo tiempo y lugar, a su obligación de reflexionar y, desde el Estado, diseñar políticas y programas urgentes como lo exige la situación.

No hay tal cosa como inercia hacia arriba desde el fondo del pozo. Lo que sí puede tornarse obsesión fatal es que, habiendo to-cado un supuesto fondo, la sociedad pierda el mínimo control que aún tiene sobre su economía y se instale en una autodestructiva confusión geográfica en esas profundidades y convierta al fondo en la única realidad transitable. Así ha ocurrido y puede ocurrir y durar mucho.