ás allá de si el coronavirus tuvo su origen en el pangolín, el murciélago o en un laboratorio, lo que sí sabemos es que el virus se trasmite, despliega y dispersa por la gente que está en situación de movilidad.
Fueron los turistas y viajeros los que trajeron y llevaron el Covid-19 a todos los rincones del planeta. Por eso la principal afectación que ha padecido la población ha sido la limitación de la libre movilidad. Son un par de millones los afectados directamente por el virus, pero son miles de millones los que están atrapados sin poder moverse.
De manera paralela a los viajes, se cancelaron los flujos migratorios de to-do tipo. La política migratoria pasó a de-pender de la política sanitaria. Las fronteras de casi todos los países están cerradas al tránsito de personas y sólo se permite un flujo limitado de mercancías.
En marzo pasado, con las participación militar de Turquía en Siria, se esperaba un arribo masivo de migrantes y solicitantes de refugio a Grecia y Europa, pero la pandemia frenó de manera casi absoluta los flujos migratorios. El mundo entero se paralizó y cientos de miles de personas se quedaron atrapadas fuera de su lugar de origen y sin poder llegar a su destino.
En la terminología epidemiológica se habla de cercos sanitarios, precisamente se trata de encapsular e impedir la movilidad de quienes tuvieron contacto con enfermos de Covid-19. La expansión del virus depende de las políticas de control a la movilidad poblacional, tanto dentro del país como al exterior. El presidente Trump repite una y otra vez, como gran triunfo de su política, que fue el primero en cancelar los vuelos con China, luego cerraría la frontera con México, pero, como sabemos, no fue suficiente.
Las políticas sanitarias estrictas no se pueden aplicar en todas las naciones, México y Estados Unidos son un ejemplo, donde se permitió la libre circulación y no se impusieron toques de queda o prohibiciones y sanciones como en muchos otros países. Pero en ambos casos se limitó de manera muy severa el flujo de personas que llegan de otras naciones. Es decir, la política sanitaria se impuso de manera absoluta sobre la política migratoria, pero no sobre el libre tránsito nacional considerado como un derecho fundamental.
No obstante, las correcciones e imposiciones que son resultado de la pandemia, algunas serán permanentes y la mayoría temporales. La pregunta entonces es sobre el futuro de la política migratoria. ¿Qué va a pasar con los migrantes en tránsito que vienen de otros países con la intención de llegar a Estados Unidos; con el programa Quédate en México (MPP); con las listas de espera de solicitantes de refugio en la frontera; con la política de contención a cargo de la Guardia Nacional?
En primer lugar, no habrá cambios hasta noviembre, en espera de los resultados de las elecciones en Estados Unidos. Y esto lleva a una disyuntiva, si gana Trump la política de imposición y chantaje seguirá adelante, pero el tema migratorio bajará de intensidad porque ya no habrá un interés electoral. La política de Trump es oportunista y se define a partir de contar con un enemigo redituable a sus intereses en cada momento, ahora son los chinos. Volver sobre el tema migratorio sería reconocer que ha fracasado en cumplir una de sus principales promesas. Por otra parte, la reactivación económica será su principal y casi único objetivo y preocupación.
En segundo término, habría que pensar en el escenario alternativo en ca-so de que gane Biden y en la correlación de fuerzas en el Congreso. Es de esperar que la política internacional de chantaje y amenaza cambie de manera radical y que se vuelva a los canales diplomáticos. Estados Unidos está aislado después de cuatro años de una política agresiva generalizada. Pero es una incógnita si se podrán cancelar o renegociar los acuerdo migratorios del pasado (MPP, listas de espera, devoluciones automáticas, política de contención). Por otra parte, si los demócratas ganan en las dos cámaras, se habrá resuelto del asunto de DACA y los dreamers, pero no necesariamente una reforma migratoria integral, que también es urgente. Y en esa línea, uno se pregunta cuál sería la postura de la cancillería con respecto a empujar una reforma migratoria o a quedarse de brazos cruzados.
Finalmente, habrá que plantearse el futuro de los flujos migratorios nacionales y regionales. La migración mexicana irregular ha ido a la baja desde 2007, y el decrecimiento se dio durante tiempos de crisis. En algo contribuyó la políti-ca deportadora de Obama, pero sobre todo influyó el fin del proceso de transición demográfica. La crisis y el desempleo en Estados Unidos no constituyen un buen ambiente para migrar, en el caso de personas informadas.
No es el caso de los países centroamericanos, en crisis económica, política y social permanentes, con altísimos gra-dos de violencia sistémica que permean a toda la sociedad y con mínimos programas de política social. No existen alternativas viables a la migración interna y al desplazamiento dadas las dimensiones de las naciones. En el caso de los hondureños, que son el flujo actual mayoritario, se trata de migrantes pauperizados, tanto rurales como urbanos, con poca o nula información sobre coyunturas laborales y políticas migratorias en México y Estados Unidos. Muy probablemente ese flujo estará presente, otra vez, a finales de año.