n un espectacular, similar a los que han aparecido en Jalisco, se muestra la insolencia exigiendo a López Obrador que se vaya. Sus autores ubicaron el anuncio en un crucero significativo: el de las avenidas Revolución y Garza Sada en la ciudad de Monterrey.
El costo de este tipo de anuncios supera el medio millón de pesos. ¿Quiénes si no los ricos y beneficiarios de los anteriores gobiernos pueden hacer ese tipo de inversión? Son los mismos que patrocinan a la banda dispersa llamada Frenaa, las ofensivas caravanas de autos, las campañas de odio en medios y redes, las plumas y voces de los intelectuales que dejaron de cobrar en las oficinas de gobierno percepciones millonarias.
De repente hay opiniones de militantes de izquierda señalando que AMLO y su gobierno no son de izquierda. La prueba científica de que sí lo son nos la ofrecen cotidianamente sus rabiosos enemigos, que quisieran tener un gobierno como los que a lo largo de cuatro décadas convirtieron a México en el país más desigual de América Latina.
En un gesto de alarma, Antonio Guterres, secretario general de la ONU, lo ha señalado: la crisis del Covid-19 hará que México se encuentre, a finales de 2020, con una población de 50.3 en pobreza y 18.2 en pobreza extrema; arriba, de la media en América Latina, cuyos promedios son de 37.2 y 15.5 por ciento, respectivamente ( La Jornada, 10/7/20), según el documento El impacto de Covid-19 en América Latina y el Caribe. Y su conclusión es, precisamente, hacer aquello que no fue prioridad para los gobiernos previos al de López Obrador ni para la coalición partidaria PRI/PAN/PRD: una amplia generación de fuentes de trabajo y empleos decentes, sistemas tributarios más justos, mecanismos de protección social efectivos, inversión en el campo y en infraestructura productiva, fortalecimiento de la sostenibilidad ambiental; también, la erradicación de la inseguridad alimentaria y la malnutrición, así como el fortalecimiento de los apoyos a los grupos más vulnerables, a las mujeres y los indígenas.
Al 30 de noviembre de 2018, todas esas y otras tareas quedaron pendientes. El gobierno de la 4T, apenas inició algunas, y ya estaba encima la pandemia. O la banca, que se opuso a la disminución de sus comisiones para continuar practicando la usura.
A pesar de la debilidad frente al capital financiero, que es el que se ha impuesto en la economía mundial, la derecha ha insistido en ver moros socialistas a cada paso de la 4T. Sus patrocinadores saben que tal vía es una matraca propagandística para regresar, en lo posible, al capitalismo gandalla fincado en grandes transas entre ellos y los funcionarios de turno. Ninguno de sus negocios creció sólo con el plusvalor obtenido del trabajo de todos y cada uno de sus empleados, ni con la invención de la competitividad, la productividad basada en la tecnología de máquinas y dispositivos empresariales, sino con prebendas y privilegios fiscales y contables a costa del erario y del alimento, la salud y la educación de la mayoría.
Al capitalismo lo deja ver hoy el Covid-19 en toda su monstruosa tectónica. La derecha persiste en reivindicarlo como normal y hasta saludable, y de allí sus ataques arteros a AMLO y su gobierno para volver a lo de antes.
En este análisis cabe anotar que la izquierda no nace socialista. Su nombre deriva de una posición topográfica (a la izquierda del presidente) en la asamblea convocada por Luis XVI, en Francia, y su contenido de cambio (más bien antimonárquico) de quienes se situaban en ese espacio de las galerías deliberativas y lo promovían. Tras la revolución socialista en Rusia, el calificativo de izquierda lo absorbió casi por completo la fuerza política identificada con los valores y prácticas del socialismo soviético –prostalinista o antistalinista.
Históricamente, la izquierda –liberal o procapitalista, o bien la socialista y anticapitalista– es la que reivindica las necesidades y demandas de la mayoría trabajadora. La derecha, partidaria del statu quo, por lo general se mantiene alejada de ellas. Por supuesto hay matices, coaliciones coyunturales, metamorfosis en una y otra fuerza. Pero su diferencia ideológica crucial es la propiedad. Para la izquierda capitalista, los medios de producción son de propiedad privada, lo cual introduce la desigualdad y excluye, por consecuencia, la democracia plena (no la democracia procedimental, que no es democracia per se, y con dinero se le puede manipular sin límites). En el capitalismo, para decirlo de una vez, la democracia es imposible. Para la izquierda socialista, la democracia se empieza a cumplir una vez que los medios de producción pasan a ser propiedad ejercida colectivamente.
Adam Smith supo muy bien lo que significaba la propiedad en el capitalismo; decía: a mayor concentración de la propiedad, mayor extensión de la pobreza. No tiene vuelta de hoja. La ONU, no por nada, señaló la necesidad de un cambio de modelo económico. La 4T sigue esta pauta. La derecha la rechaza. La izquierda socialista la acepta, pero busca un cambio no sólo de modelo económico, sino de régimen económico-social.