larmado por lo que dice ha sido la pérdida de foco
en la lucha contra el coronavirus, el director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom, acusó hace unos días a algunos mandatarios de estar socavando la confianza pública al enviar mensajes contradictorios sobre la pandemia.
“… Demasiados países están en la dirección equivocada –señaló–. El virus sigue siendo el enemigo público número uno.”
El llamado del titular de la OMS para que los gobiernos no se distraigan y centren nuevamente su atención en la enfermedad, resulta comprensible. La crisis sanitaria está muy lejos de ser superada, particularmente en naciones de América Latina, donde todos los días contamos nuestros muertos por miles y donde cualquier error puede acarrear consecuencias aún más catastróficas.
Sin embargo, también deben ser entendibles y atendibles las muchas y muy diversas preocupaciones de los países pobres o francamente desiguales, como México, en los que además de esta peste irrefrenable comienzan a brotar otros síntomas igualmente dañinos que amenazan la estabilidad y la paz social: el incremento de la pobreza y el hambre.
Es en este contexto que, en días recientes, han comenzado a publicarse algunos informes y reportes bien documentados sobre las nuevas realidades que deberán ser afrontadas en las diversas latitudes del planeta, pero particularmente en las regiones menos favorecidas que, como América Latina, se han convertido en el epicentro de la pandemia.
Los pronósticos y las conclusiones de esos documentos no son nada halagüeñas. En lo general coinciden en que podríamos estar confrontando la peor recesión de los pasados 100 años.
La semana pasada, el secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres, hizo público un informe denominado El impacto del Covid-19 en América Latina y el Caribe, en el que sostiene que la pandemia tendrá efectos devastadores en la región, al grado de que uno de cada tres habitantes quedará en condición de pobreza. En México, advierte, será aún peor. La mitad de la población vivirá en la pobreza.
En otro reporte reciente sobre El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo 2020, la FAO alerta sobre un retroceso nutricional en naciones como México. En nuestro país, más de 17 por ciento de la población no tiene acceso a una dieta saludable y se espera que como consecuencia de esta crisis sanitaria, la proporción aumente de manera alarmante en los próximos meses. Las familias mexicanas se verán orilladas a consumir alimentos más baratos y de menor calidad durante los años por venir.
En México, el Programa Universitario de Estudios del Desarrollo de la UNAM presentó estimaciones acerca de la pobreza extrema por ingreso, que permiten dimensionar desde ahora los posibles impactos de la contracción económica en la población más pobre. Indica que el número de personas que se habrían incorporado a esa condición de pobreza fluctúa entre 10 millones y 16 millones, tan sólo entre febrero y mayo de 2020. No sólo eso, precisa que de acuerdo con estos escenarios, en México podría haber ya entre 32 millones y 38 millones de personas en situación de pobreza extrema.
No hay duda de que las conclusiones de los informes presentan panoramas preocu-pantes y, al mismo tiempo, desoladores para nuestro país y la región latinoamericana. Las recetas económicas y sociales de especialistas y de organismos internacionales son muchas, muy diversas y seguramente se sumarán más.
Apenas ayer nos despertamos con el reporte del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) que prevé que la ola epidémica nos acompañará a los mexicanos hasta ya entrado 2021. Es preciso entonces, como dice el titular de la OMS, no perder la concentración y continuar contendiendo con la pandemia hasta que haya sido domada del todo. No es momento de bajar la guardia.
De igual modo, necesitaremos idear más y mejores políticas públicas, programas y mecanismos que permitan que el bienestar llegue con mayor eficiencia a los menos favorecidos, proveerlos de los servicios básicos y, sobre todo, buscar a toda costa que la brecha de la desigualdad no termine por condenarlos.
Más de 36 mil muertos en el país son demasiados y habrá muchos más. En efecto, el virus es el enemigo público número uno. Nos enferma y nos mata, pero no podemos perder de vista que, al mismo tiempo, está vulnerando otras esferas extremadamente sensibles. El reto es hoy. Y es múltiple.