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Ver día anteriorJueves 9 de julio de 2020Ver día siguienteEdiciones anteriores
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AMLO en EU: mensaje equilibrado
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ese a los recelos y prevenciones que generaba la visita oficial del presidente Andrés Manuel López Obrador a Estados Unidos, el encuentro con Donald Trump transcurrió en un clima de cordialidad y respeto. Este ambiente, que debiera ser norma invariable de convivencia entre jefes de Estado, resulta insólito tratándose de Trump: es difícil recordar una reunión con otros gobernantes en el que el magnate se haya conducido en términos tan diplomáticos y comedidos hacia su homólogo y lejano de los exabruptos que le son habituales incluso en circunstancias pretendidamente amistosas.

Por su parte, el presidente López Obrador pronunció un discurso sustancioso, equilibrado, en el cual no soslayó la defensa de los migrantes mexicanos y sus descendientes en territorio estadunidense ni los agravios a México cometidos por el vecino del norte, pero aquilató el clima de entendimiento que, pese a todo, ha prevalecido en las relaciones bilaterales en meses recientes y proyectó un vínculo caracterizado por el entendimiento, la colaboración económica y el respeto, en contraste con los intercambios regidos por términos asimétricos e injustos, los tonos ofensivos que Trump ha empleado en contra de los mexicanos y el irredento injerencismo cometido por sus antecesores en el cargo.

Para ello, López Obrador evocó, como ejemplos a seguir, coyunturas históricas en las que la relación bilateral ha alcanzado configuraciones virtuosas, como cuando coincidieron la Presidencia de Benito Juárez con la de Abraham Lincoln y los mandatos de Lázaro Cárdenas y Franklin D. Roosevelt.

Una parte sustancial en la alocución del mandatario mexicano fue el motivo puntual de su visita: la entrada en vigor del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) y las perspectivas auspiciosas que este pacto abre para la recuperación y la dinámica económica de los tres países firmantes.

Sin desconocer lo ofensivo y agraviante del discurso antimexicano enarbolado por Trump desde la campaña que lo llevó a la Casa Blanca, debe admitirse que la relación entre ambos mandatarios ha avanzado en términos mucho mejores de lo que múltiples voces auguraban. Entre las razones para el desencuentro, que hasta ahora no se ha producido, se han mencionado tanto las diferencias ideológicas entre ambos, el carácter volátil e imprudente del político republicano y sus desorbitadas amenazas a México, como mandar tropas para combatir a los cárteles del narcotráfico, declarar a estos grupos criminales organizaciones terroristas, cerrar la frontera por uno u otro motivo o imponer aranceles. Sería ingenuo, ciertamente, asumir que lo visto ayer representa un cambio permanente de tónica en la conducta de Trump hacia México o en la relación entre los dos países. Es claro, incluso, que el clima de respeto puede desvanecerse en el momento en que las necesidades electorales del magnate le sugieran apelar a los sentimientos xenofóbicos de sus simpatizantes.

Lo cierto es que entre México y Estados Unidos se desarrolla una de las estructuras bilaterales más complejas del mundo. Esta relación se encuentra complicada por una dinámica poblacional, económica y social muy estrecha, en la que profundos lazos culturales y familiares se mezclan y contradicen con un largo historial de agravios, así como con una política injerencista abusiva e inaceptable. En tales circunstancias, lo más difícil para las autoridades mexicanas es lograr el equilibrio entre la cordialidad y la soberanía, algo que en esta ocasión se ha conseguido. Cabe esperar que dure mucho tiempo.