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Aquel que ame la buena literatura amará a Julio Torri: Beatriz Espejo

Se transmitirá hoy un conversatorio a propósito de los 50 años de la muerte del escritor, traductor y académico

 
Periódico La Jornada
Jueves 9 de julio de 2020, p. 6

Todos los que queríamos ser escritores profesionales estábamos en primera fila en las clases que impartía Julio Torri en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. En esa línea estaban, entre otros, Salvador Elizondo, José Emilio Pacheco y Beatriz Espejo, quien charla con La Jornada acerca de la obra de Torri, a propósito del 50 aniversario de su muerte, que se conmemora este año.

El escritor, traductor, profesor universitario, editor y abogado nació en Saltillo el 27 de junio de 1889, y falleció el 11 de mayo de 1970 en la Ciudad de México. Fue integrante de la Academia Mexicana de la Lengua (AML), que ha preparado varias actividades virtuales para recordarlo, entre ellas una serie de cápsulas grabadas por algunos de sus integrantes que se colocarán en sus redes con la etiqueta #juliodeJulioTorri. También, el conversatorio La Academia Mexicana de la Lengua recuerda a Julio Torri a 50 años de su fallecimiento, que se transmitirá hoy a las 13 horas en vivo en su página de Facebook.

Julio Torri es uno de nuestros autores clásicos, quizá no sea uno de los más famosos, pero sí uno de los más excelentes. Tiene una obra corta, pero impecable, y en su momento era famoso por lo gracioso, por lo ameno de su conversación, y luego por haber formado parte de la campaña de alfabetización y editorial que hizo con José Vasconcelos, cuando publicaron clásicos de la literatura, esos libros maravillosos que se vendían a un peso y de los que se hicieron grandes ediciones y grandes tirajes, recuerda Espejo, cuya tesis de doctorado está dedicada precisamente a la obra de Torri y se titula Julio Torri, voyerista desencantado.

Lamentablemente se conoce poco; su literatura es muy refinada y necesitaría mucho más difusión. En realidad es un autor de muy fácil lectura, no solamente por su brevedad y su exquisitez, sino por cómo maneja la sintaxis de manera impecable: sujeto, verbo y predicado. Es muy sencillo, no se te pierde una palabra. Fue publicado en una colección que tiraba 50 mil ejemplares; no recuerdo el nombre de la colección, pero esa edición se agotó inmediatamente.

Y asegura: “Todo el que ame la buena literatura amará a Julio Torri. Me parece que en muchos sentidos la prosa breve es mejor hasta que la de Alfonso Reyes. Perteneció al Ateneo de la Juventud, que floreció unos años al principio del siglo XX en México, y todos los que salieron de esa generación fueron grandes escritores, como Alfonso Reyes.

“Tocó temas que no habían tocado otros, vio puentes en la literatura; tenía la idea de que el escritor era una especie de minero que habría brechas para que otros las explotaran. Abrió muchas brechas para que quienes vinieran detrás las siguieran. Abrió por ejemplo el campo a la literatura colonialista, que tuvo mucha importancia a principios del siglo XX.

Otra característica, además de la originalidad de su temática, era su buen decir, la prosa perfecta, medida, excelente, su gran erudición; fue de los primeros que amaron a Proust en este país. Su biblioteca era pequeña, pero extraordinariamente bien escogida, con libros carísimos, además de la manera en la que trabajaba el cuento, era un verdadero maestro del género.

El vuelo del colibrí: antología de la prosa breve mexicana, es otro libro en el que Espejo se ocupa de la obra de Torri: Me pasé unos dos años revisando la prosa breve en México desde el siglo XIX, que fue cuando empezó. Las obras de Julio Torri figuran entre las mejores, junto con las de Arreola o Monterroso, por ejemplo; está entre los grandes creadores de prosa breve.

También era uno de esos maestros que enseñaban a escribir, y ese fue uno de los motivos por los que Espejo se acercó a sus clases y a su obra. “Me interesó su trabajo desde que lo conocí, el último año que dio clases en la Facultad de Filosofía y Letras. Era un hombre anciano, uno de esos maestros que te pueden enseñar a escribir. Te decía: ‘Tengan mucho cuidado con el queísmo’, por ejemplo, y te daba tips. Todos los que luego íbamos a ser escritores profesionales estábamos en la primera fila, como Salvador Elizondo, José Emilio Pacheco. Todos éramos grandes admiradores de él, y me interesó también por su amor a la estética”.