Miércoles 8 de julio de 2020, p. 11
Río de Janeiro. Luego de mantener desde las primeras noticias sobre el nuevo coronavirus una actitud francamente despreciativa frente a lo que ocurría y a la misma existencia de la pandemia y su gravedad, el ultraderechista presidente brasileño, Jair Bolsonaro, informó ayer que está infectado. El domingo tuvo fiebre de 38 grados, fuertes dolores musculares e indisposición generalizada. Hizo el test el lunes y el resultado dio positivo.
En una actitud típica de su conducta, Bolsonaro optó por dirigirse personalmente a periodistas para informar de su contagio, en lugar de hacerlo por videoconferencia. Y, para sorpresa de nadie, al final se sacó la mascarilla protectora.
Acorde con la Organización Mundial de Salud (OMS), entidad en la cual Bolsonaro –como su ídolo Donald Trump– dice no confiar, alguien infectado por el Covid-19 puede contagiar a otras personas hasta siete días antes de presentar los primeros síntomas.
En los seis días anteriores al domingo, Bolsonaro se reunió con, entre otros, el vicepresidente Hamilton Mourão, 16 de sus ministros, los presidentes de la Cámara y del Senado, además del embajador de Estados Unidos, Todd Chappman, a quien fue a saludar el sábado 4 de julio, fiesta nacional del país de Trump.
Todos ya se sometieron al testeo. Chappman indicó que el suyo resultó negativo. De los ministros de Bolsonaro, cinco también tuvieron resultado negativo, y los demás todavía no divulgan los suyos.
Hay cierta ironía en que el presidente brasileño admita haber sido infectado. Hasta la mera víspera de haber empezado a sentir los primeros síntomas, Bolsonaro no hizo más que arriesgarse y, de paso, arriesgar a los demás, despreciando la medicina, la ciencia y la lógica.
Insistió ostensiblemente en desfilar sin mascarilla, provocando aglomeraciones, acercándose y abrazando seguidores, levantando niños en brazos, mientras criticaba con vehemencia a gobernadores y alcaldes que adoptaron medidas restrictivas de circulación y comercio. Participó, hasta hace pocas semanas, de manifestaciones callejeras que pedían, entre otras medidas antidemocráticas, intervención militar.
Esa actitud de negar evidencias empezó en enero, cuando surgieron las primeras noticias sobre el nuevo coronavirus. En aquel entonces, Bolsonaro hizo referencia a ese tal virus
para mostrar su preocupación por el cambio (el 27 de aquel mes, un dólar se cotizaba a cuatro reales; ayer, a 5.35).
En marzo, optó por elevar el tono. Dijo entender que el poder destructor del coronavirus estaba sobredimensionado
, y aprovechó para advertir que mucho de lo que la prensa reportaba sobre la pandemia estaba cargado de fantasía
. Aseguró que otras gripes mataron mucho más
, y pidió que la población no se dejase tomar por esa neurosis
.
Denunció que su gobierno era blanco de una campaña de difamación y recordó que en 2009 y 2010 hubo una crisis similar, cuando en Brasil gobernaba el Partido de los Trabajadores (PT), de Lula da Silva, y en Estados Unidos estaban los demócratas, y la reacción ni siquiera se acercó a lo que se ve ahora
.
¿Y qué?
Al terminar aquel mes, Bolsonaro parecía obcecado en criticar los que se dejaban asustar por la gripecita
. Reforzó la furia contra las medidas restrictivas, incluyendo entre sus blancos a los integrantes del Supremo Tribunal Federal, los cuales determinaron que gobernadores y alcaldes tenían autonomía para decidir qué hacer.
Empezó abril anunciando que pediría a pastores evangélicos un día de ayuno y oración para dar combate a ese mal lo más pronto posible
.
Cuando abril llegaba a su fin, hubo un día –el 27– en que se sumaron 474 muertos. Un reportero le comentó, y Bolsonaro contestó: ¿Y qué?
La secuencia no tiene fin. Ahora, la gripecita
le tocó a él.
Al conocerse la información, las redes sociales fueron invadidas por mensajes de todo tipo.
Dos llamaron la atención. Una decía: ¡Fuerza, corona!
Y la otra: ¡Por fin algo positivo en ese gobierno!