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Mar de historias

A papá

S

onia, hermanita linda, tu celular sigue en buzón y ¡otra vez dejaste descolgado tu teléfono! Ya sé que lo haces todo el tiempo, pero como están las cosas, cuando no puedo comunicarme contigo me pongo como loca. Enseguida se me ocurre lo peor: ¿Qué habrá sucedido? ¿Estará enferma? Si crees que ya me volví paranoica te diré que también lo pienso, pero no es mi culpa: entre la pandemia y el encierro tan prolongado estoy fatal.

Lo que me salva de hundirme en la depresión es que me mantengo activa. Dar clases en línea no es fácil, me ha costado mucho trabajo acostumbrarme a ese sistema, pero me resultó aún más difícil no trabajar en el salón con los niños.

La mayoría de mis alumnos se ha adaptado muy bien al cambio. Lo atribuyo a que están mucho más familiarizados que nosotros con la computadora; lo malo es que no todos la tienen y por eso toman la clase por celular o de plano han desistido. Ellos me preocupan mucho porque se están atrasando y no sé si después van a poder regularizarse.

El resto del grupo, como te dije, muestra interés y trabaja a buen ritmo –aunque algunos se han quejado de que sus padres, como están todo el tiempo en la casa, se sientan junto a ellos para vigilarlos durante las clases. No quiero que los niños vayan a desanimarse o que se aburran, por eso les organizo competencias y juegos. He notado que eso los estimula y los divierte; la verdad, a mí también.

II

Este año no festejamos el Día de la Madre y ahora tampoco celebraremos el Día del Padre. Se me hizo feo dejar que la fecha pasara en blanco y desde la semana anterior les puse a mis alumnos como tarea que escribieran composiciones breves para que se las entreguen como regalo a sus papás. Anoche recibí en mi correo la última. Es de Eduardo Rojas. En su escrito le dice a su papá que aunque lo regañe cada vez que pierde los lentes, él sabe que lo quiere mucho. Termina con una expresión que llevaba algún tiempo de no escuchar y me causó risa: Iguanas ranas, o sea que él también lo quiere mucho.

Todos cumplieron, aunque varios –entre ellos Eduardo– tomaron muy en serio lo de la brevedad: diez, quince palabras y punto. No puedo exigirles que escriban más. Comprendo que en estos momentos también para ellos resulte muy difícil entender y sobrellevar el encierro, en especial si viven en casas muy pequeñas y con una familia numerosa. Tú y yo conocemos muy bien lo que significa que once personas habiten en dos cuartos. Creo que por eso nuestros hermanos se daban aquellos agarrones tremendos.

III

En sus composiciones las niñas se mostraron un poco más expresivas. La de Rocío Vargas es muy conmovedora. No creí que fuera a escribirla: su padre era velador en una fábrica y murió en un derrumbe durante el terremoto de 2017.

En su texto ella recuerda que, un año antes de su fallecimiento, celebraron en la casa el Día del Padre con un molito. Y que ya en la noche, antes de irse al trabajo, él le había pedido a su mamá que les tomara una foto con su celular. Posaron abrazados, junto con su mascota: el Boby, tu adoración, y le confiesa a su padre que muchas veces sintió celos del animal porque en sus días de descanso él jugaba más con el perrito que con ella. Luego le declara que, aunque nunca se lo hubiera dicho, le causaba mucha pena que él nunca asistiera a las juntas de padres de familia ni a los festivales de la escuela, por lo que sus compañeros la creían huérfana de papá.

Ya casi al final de la composición, Rocío le dice cuánto lo extraña y lo feliz que era cuando lo veía llegar a la casa antes de irse a la escuela, y que ahora, después de tanto tiempo de no verlo, a veces se imagina que lo verá volver y que el Boby saldrá a recibirlo. Termina prometiéndole que nunca lo olvidará y que le manda un abrazo hasta donde se encuentre con motivo del Día del Padre.

IV

Sonia, no recuerdo en qué año comenzamos a celebrar esa fecha, ¿tú sí? Cuando éramos niñas no se usaba, pero en cambio tengo muy presente la manera en que le festejábamos a mi papá sus cumpleaños. Era toda una ceremonia ir a felicitarlo a su cuarto para entregarle sus regalos. Los hacíamos nosotras. Nunca voy a olvidarme de aquella bufanda que le tejiste con puntada de arroz. Te quedó larguísima y muy angosta, pero mi padre te dijo que nunca había recibido algo tan bonito.

Cuando leí la composición de Rocío recordé algo que había olvidado y que nunca te dije: muchas veces, después de que mi padre murió, imaginé que él sólo se había ido de viaje y que iba a regresar en cualquier momento. Lo esperaba, te juro de verdad que lo esperaba. Hoy más que nunca me gustaría poder revivir aquel sueño. Hacerme las ilusiones de que mi papá entra en la casa, de que voy a su encuentro para abrazarlo y de que, a modo de regalo, le deseo lo mejor en este Día del Padre.

Te lo cuento porque sé que me entiendes. Compréndeme tú también cuando te pido que, por favor, no dejes descolgado tu teléfono.