Sábado 25 de enero de 2020, p. 3
El lado B de la vida suele asociarse a una escena preconcebida en la que un individuo, pasados los 30 años de edad, deja atrás su adolescencia para enterrarse irremediablemente en la adultez. En la música dub, en cambio, el lado B es la esencia, el génesis de su nacimiento y un futuro cargado de ecos diferentes entre sí, con la perpetuidad como punto en común.
Discos en containers, masters cuidadosamente trasladados por un intermediario o el dueño de algún sello: la historia del dub se puede contar con las imágenes amables del mundo analógico, cuando esa técnica de producción, que también resultó una forma de entender de la música, se disparó hacia diferentes rincones del mundo y se reprodujo en formato ep y lp en lugares aún más remotos.
Londres fue la primera ciudad del mundo, después de Kingston, en popularizar la fiebre dub. El hecho de que en 1976 existían muy pocos discos de punk ayudó casi tanto como la ola migratoria que exportó los discos a Inglaterra. No sería una teoría disparatada decir que sin embargo, de los polos musicales de la época, fue en Nueva York donde mejor se interpretó la técnica de producción dub, no como fórmula a incorporar al reggae, sino como herramienta creativa ilimitada. En eso estaban Bush Tetras y su baterista Dimitri Papadopoulos, que cuenta búsqueda de vinilos de dub en la Gran Manzana: ‘‘Escuché reggae por primera vez al principio del 71, cuando fui a Jamaica y me traje 100 45s. No entendí en ese momento que los lados B eran versiones dub, pero me enamoré más de los lados B. Cuando regresé empecé a investigar: en Nueva York hay varias comunidades jamaiquinas y las exploré en busca de discos. Siempre me sentí a gusto en esas excursiones en busca de disco, me trataban muy bien, especialmente en discos VP, creo que valoraron el esfuerzo que hacía para conseguir los discos.”
En tiempos previos a la explosión punk inglesa, explica Dimitri, el consumidor de dub en Estados Unidos debía hacer una excursión para lograr su botín: ‘‘A menos que te adentraras en la comunidad jamaiquina, el dub no era parte de la comunidad musical propiamente dicha, hasta que llegaron The Slits y The Clash y todas las disquerías punks empezaron a vender discos de dub. Brad Osbourne, no sé si fue tan importante, al menos no tanto como Lee Perry y King Tubby, 99 Records era un lugar al que ir a buscar buenos discos del estilo. Algunas estaciones de radio tenían segmentos dub, pero no existió un programa de radio dedicado al género, al menos en la época en que el reggae llegó a Nueva York.”
No es que no existieran discos de dub prensados en Estados Unidos, sino que los melómanos preferían los importados. Así lo aclara el diyéi Scratch Famous, del soundsystem de Queens llamado Deadly Dragon Sound: ‘‘El negocio principal que manejaba discos de dub fue Brad’s Record Den, el dueño se llamaba Brad Osborne. Distribuyeron discos de Bunny Lee, Lee Perry y más. Lanzaron sus propias versiones dub con el sello Clocktower. Brad fue asesinado a finales de los 80 y la disquería cerró. Wackies también editaba discos de dub en ese momento. Tanto Wackies como Clocktower exportaron sus lp, pues la gente de Nueva York no los quería tanto porque, al igual que en Jamaica, el formato lp no era del interés del público, entonces se fabricó más para el mercado europeo.”
Hablar de las ramificaciones musicales del estilo puede derivar en distintas conversaciones, quizás la conexión más directa sea la adaptación hip-hopera del soundsystem por el diyéi Kool Herc, aunque podría seguir por el compilado No New York, poseedor de un impulso de distorsión al mismo tiempo liberador y restrictivo. Al mismo tiempo, bandas del subestilo que denominados disco mutante tomó los elementos percusivos y el marco mental del dub para cambiar un género omnipresente.
Los discos siguieron su recorrido hasta alterar la historia de la música pop moderna, viajando de forma perpetua como un delay que deja un eco en una habitación vacía.