ópez Obrador ha ganado la batalla por los símbolos y con ello construye su base social. El símbolo central: atención a los pobres.
Empero, AMLO enfrenta una cancha marcada por cuatro restricciones. La primera son los factores externos que, en nuestro caso, quiere decir Trump. La segunda son los mercados, es decir, el capital financiero y los distintos segmentos del gran capital nacional y trasnacional. En tercer lugar un amplio espacio integrado por ONG, intelectuales públicos, expertos y centros de análisis e investigación. En cuarto sitio los aparatos del Estado, incluyendo los órganos autónomos, fragmentados y capturados en distintas franjas por poderes fácticos.
Trump. Es una amenaza existencial para México.
No importa si su reciente balandronada es parte de su juego electoral. Si este individuo gana las elecciones en 2020, buscará destruir nuestro país. Lo guía el odio racista, pero, sobre todo, el cálculo político relacionado con el crecimiento demográfico, político y económico de la población latina mayoritariamente de origen mexicano en Estados Unidos. Debemos proponernos coadyuvar a su derrota electoral. No importa quién gane. Tomando prestada la frase de Den Xiaoping: no importa si el gato es rojo o azul, sino si se come a los ratones. Particularmente, si es un nalgón, seboso y asqueroso ratón.
Hay polarización en el país. Pero es necesario diferenciarla en dos ámbitos. En el de la opinión pública existen segmentos polarizados a partir de estereotipos. En uno, todo lo que haga AMLO conduce inexorablemente al debilitamiento de la democracia. En otro, toda crítica al actual gobierno proviene de los enemigos de la transformación. Se trata de minorías intensas, porque aún en el espacio público predominan posiciones matizadas, sustentadas en argumentos y no en prejuicios. Aun así, las posiciones extremas contaminan el espacio necesario que pudiera llevarnos a sólidas deliberaciones públicas que reconozcan la otra polarización. La determinante.
En el ámbito de las sociedades locales –urbanas y rurales– ocurre una verdadera polarización social, cuyas expresiones externas son los linchamientos, los ataques armados a comunidades, las guardias de autodefensa, las agresiones entre alumnos, la población desplazada por la violencia, los incidentes cotidianos de agresión individual en las calles, en los bares, en los estadios deportivos. Particularmente, las agresiones hacia las mujeres. El hilo conductor es la constatación de la ausencia del Estado y el recurso a la justicia por propia mano. Estas expresiones espontáneas culminan en explosiones violentas y luego se disipan ante la debilidad de mecanismos de intermediación política. Pero ahí está concentrado la gran acumulación de enojo y rabia que habita en nuestro país.
Reflexionaré a partir de una serie de artículos en torno a AMLO y el obradorismo. Hay que partir nuevamente de las herencias que dejan al nuevo gobierno los últimos 30 años. Luego revisar las restricciones que enfrenta AMLO, particularmente la que desemboca en un crecimiento nulo de la economía y la resultante de un Estado desfalleciente, un gobierno desarticulado y una administración pública maltrecha. Es, por tanto, necesario reflexionar sobre el tipo de reforma del Estado que es deseable y posible. Dedicaré otro artículo para revisar las interacciones de distintos actores sociales y políticos que se mueven en la sociedad mexicana, teniendo por hilo conductor la discusión sobre cómo articular una coalición reformadora. Finalmente, discutiré sobre los dilemas que enfrenta AMLO respecto de la continuidad de su proyecto.
Tomaré, además, de Nadia Urbinati textos que pueden iluminar esta deliberación. Su Democracia desfigurada (2014), donde propone tres deformaciones de la democracia contemporánea: la tecnocrática, la populista y la plebiscitaria. Y su más reciente Yo, el pueblo (2019), que profundiza sobre el populismo y la democracia.